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Aunque la virginidad sea superior a la bigamia, yo no tengo envidia, lo reconozco perfectamente. Plázcales ser puros de cuerpo y alma; no quiero jactarme de mi estado. Porque bien sabéis vosotros que un señor no tiene en su casa toda la vajilla de oro; alguna es de madera, y presta servicios a su amo. Dios llama a los hombres hacia El por diversos caminos, y cada cual recibe de Dios cierto don especial — uno éste, otro aquél-, según le place distribuirlos.

La virginidad es gran perfección, así como también la continencia voluntaria; pero Cristo, que es fuente de perfección, no manda a todos que vayan y vendan lo que tengan y lo den a los pobres, y de ese modo sigan sus huellas. Él se refería a los que deseasen la vida perfecta; y, con vuestro permiso, señores, yo no soy de esos. Yo quiero emplear la flor de mi edad en los actos y en fruto del matrimonio.

Decidme también: ¿con qué fin fueron hechos los órganos de la generación, y para qué objeto fueron creados? Estad seguros que para nada no se hicieron. Coméntelo

quienquiera, y diga por todas partes que fueron hechos para la expulsión de la orina, y que nuestras dos cositas son asimismo para distinguir la hembra del varón, y para ninguna otra cosa. ¿Decís que no? Por experiencia sabemos que no es así; y para que los clérigos no se enojen conmigo, diré que aquéllos han sido hechos para las dos cosas, es decir, para servicio del cuerpo y para comodidad de la generación, siempre que nosotros no ofendamos a Dios. De otra suene, ¿por qué se había de hacer constar en los libros que el hombre debe pagar a su mujer su deuda? Ahora bien; ¿con qué hará efectivo su pago si no usa su amable instrumento? Luego, aquéllos fueron puestos en las criaturas para expeler la orina, y además para la generación.

Mas yo no digo que todos los hombres crean que tienen los tales armamentos que he mencionado para usar de ellos en la generación; entonces no se cuidarían de la castidad. Cristo era virgen, y como hombre se comportaba, lo mismo que muchos santos desde el principio del mundo; no obstante, vivieron siempre en perfecta castidad. Yo no quiero envidiar virginidad alguna; sean ellos pan de puro grano de trigo, y nosotras las mujeres seamos pan de cebada. Y, sin embargo, Marcos dice que con pan de cebada Jesús, nuestro Señor, restaura a muchos hombres. Yo deseo perseverar en el estado a que Dios me llamó; yo no soy escrupulosa. Como

mujer casada, quiero usar mi instrumento tan liberalmente cual mi Hacedor me lo ha dado. ¡Si yo soy ruin, Dios me mande penas! Mi marido lo tendrá mañana y tarde, cuando le plazca venir y pagar su deuda. Poseer quiero un marido (no lo dejaré escapar), que sea a la vez mi deudor y mi siervo, siquiera tenga, por otra parte, su tribulación sobre su carne mientras yo sea su mujer. Durante toda mi vida conservaré el dominio sobre su propio cuerpo, y no éclass="underline" así mismo me lo dice el Apóstol, el cual manda a nuestros maridos que nos amen mucho. Todas estas sentencias las encuentro razonables en todas sus partes.

A este punto el Bulero interrumpió, diciendo:

— ¡Vaya, señora, por Dios y por San Juan, sois un gran predicador en esta materia! He estado a pique de unirme con una mujer; pero ¡ay! ¿es preciso que yo lo satisfaga en mi carne tan caro? Entonces prefiero no tomar mujer por ahora.

— ¡Aguarda–contestó ella-, que mi cuento no ha empezado! Quizá, tú has de beber de otro tonel antes que yo me largue, y probarás algo peor que cerveza. Cuando te haya referido mi cuento acerca de las tribulaciones del matrimonio, en las cuales me he ensayado durante toda mi vida (a saber, siendo yo misma el látigo), entonces verás si quieres beber del tonel que yo he de barrenar. Guárdate de ello antes de acercarte demasiado; pues voy a decirte más de diez ejemplos. El que no quiere aprender de otros hombres, deberá servir de amonestación a los demás. Estas mismas palabras escribe Tolomeo; leed su Almagesto, y allí las encontraréis.

— Señora, yo le ruego, si es su voluntad–replicó el Vendedor de indulgencias-, que comience. Cuente su cuento; no se abstenga por nadie, y enséñenos a los jóvenes con su experiencia.

— Mucho me place–dijo ella-, puesto que ha de gustaros. Mas, con todo, ruego a la compañía que si hablo a mi antojo, no tome a mal lo que yo diga, pues mi intención no es sino agradar.

Bien, señores; ahora contaré mi cuento. Así pueda yo beber siempre vino o cerveza, como digo la verdad al afirmar que, de los maridos que tuve, tres fueron buenos y dos malos. Aquellos tres eran buenos, ricos y viejos; difícilmente podían mantener la ley en virtud de la cual se hallaban ligados a mi. Bien sabéis vosotros lo que quiero decir con esto,¡pardiez! ¡Dios me valga: lo que me río siempre que pienso cuan afanosamente les hacía yo trabajar por la noche! Y, a fe mía, yo no le daba a eso ninguna importancia. Ellos me habían entregado su oro y sus bienes; no necesitaba practicar otras diligencias para ganar su amor o reverenciarles. ¡Por el Altísimo, me amaban tanto, que no hacía caso alguno de su amor! La mujer lista se fija siempre en uno (cuando ninguno tiene), hasta conseguir su amor. Pero desde que yo los tuve completamente en mi mano, y luego que ellos me hubieron dado todas sus posesiones, ¡qué me había de cuidar yo de agradarles, no siendo para mi provecho y mi comodidad! Yo les he puesto, por mi fe, en tales aprietos, que muchas noches entonaban el "¡ay de mí!». A lo que me parece, no trajeron ellos a casa el tocino que algunos obtienen en Essex, en Dunmow. Yo los gobernaba tan bien, imponiéndoles mi ley, que todos ellos se tenían por muy dichosos y felices llevándome buenas cosas del mercado. Se mostraban muy alegres cuando les hablaba cariñosamente; porque Dios sabe que yo les reprendía con dureza.

Ahora, vosotras, discretas mujeres que podéis entenderme, escuchad cuan acertadamente me conduzco.

He aquí cómo debéis hablarles y acusarles. Porque ningún hombre puede jurar y mentir con tanto descaro como una mujer. Yo no digo esto con referencia a las mujeres qu e son prudentes sino de las que se conduzcan con imprudencia. La mujer discreta, si entiendo su provecho, le asegurará que la corneja está loca, y pondrá a su propia doncella como testigo de su afirmación. Pero escuchad cómo digo yo:

«Señor viejo chocho: ¿es ésta tu manera de proceder? ¿Por qué está mi vecina tan bien vestida? Ella se ve honrada adondequiera que va; yo me quedo en casa porque no tengo un traje decente. ¿Qué haces tú en la de mi vecina? ¿Tan hermosa es ella? ¿Eres tú tan enamorado? ¡Benedicite!, ¿qué cuchicheas tú con nuestra doncella? ¡Señor viejo verde, deja estar tus malas mañas! En cambio, si yo tengo algún pariente o cualquier amigo, chillas como un demonio, sin motivo, si yo voy o me entretengo en su casa. Tú vienes a la nuestra tan borracho como un ratón, y te pones a predicar en el banco con malas razones. Me dices que es gran desgracia casarse con una mujer pobre, por los gastos que ocasiona; y si es rica y de alto linaje, dices entonces que es un tormento sufrir su orgullo y su melancolía. Si ella es hermosa, tú dices, gran patán, que cualquier libertino querrá poseerla, y que, en tanto, la que se ve asediada por todas partes no puede permanecer en castidad.

«Tú afirmas que algunos nos desean por las riquezas, otros por nuestro talle, y algunos por nuestra hermosura; éstos porque ella sabe cantar o bailar; aquéllos por su gentileza y buen humor; los de más allá por sus manos y sus brazos finos. Así, según tus cálculos, se va todo al diablo. Tú dices que no se puede defender la muralla de una fortaleza que es atacada mucho tiempo por todas partes.