— Señor caballero, por aquí no hay camino alguno. Dígame, por su fe: ¿qué busca? Esto sería quizá lo mejor; los viejos sabemos muchas cosas.
— Mi querida madre —contestó el caballero—, yo seré muerto seguramente si no puedo decir qué cosa es la que las mujeres desean más; si sabéis instruirme acerca de ello, yo os lo pagaré bien.
— Prométeme por tu fe, aquí en mi mano–repuso ella-, que harás lo primero que te pida, si está en tu poder, y yo te lo diré antes que sea de noche.
— Te doy mi palabra–dijo el caballero-; estoy conforme.
— Entonces–añadió ella-, bien me atrevo a vanagloriarme de que tu vida está en salvo; pues pongo la mía a que la reina opinará como yo. Veremos quién es la más orgullosa de todas cuantas lleven cofia o toca en la cabeza, que se atreva a decir que no en lo que te voy a enseñar. Sigamos adelante sin hablar más.
Susurró entonces una frase en su oído, y mandóle que estuviese alegre y no tuviera miedo.
Cuando hubieron llegado a la corte, el caballero dijo que había vuelto en su día, según prometió, y que aparejada tenía su respuesta. Muchas nobles damas, muchas doncellas y muchas viudas (pues éstas son discretas), reunidas se hallaban con la misma reina, sentada como juez para oír su respuesta. Ordenóse luego que compareciera el caballero.
Se impuso a todos silencio, y mandóse al caballero que dijera en pública asamblea de qué cosa gustan más las mujeres en el mundo. El caballero no permaneció en silencio, como una bestia sino que respondió al punto a la pregunta con voz varonil, que toda la corte oyó:
— Mi soberana señora, las mujeres desean en todas partes tener autoridad, tanto sobre su marido como sobre su amante, y estar por encima de él en poder. Este es vuestro mayor deseo, aunque me matéis; obrad como queráis: aquí estoy a vuestra disposición.
En toda la corte no hubo mujer casada ni doncella ni viuda que le contradijese, sino que aseguraron que era digno de conservar su vida.
Y a estas palabras levantóse la vieja que el caballero vio sentada en el césped:
— ¡Una gracia–dijo-, mi reina y soberana señora! Hazme justicia antes que tu corte se retire. Yo enseñé esta respuesta al caballero, por lo cual me empeñó allí su palabra de que la primera cosa que yo le pidiera
la haría, si estaba en su poder. — Ruégete, pues, señor caballero, delante de la corte–agregó—, que me recibas como esposa tuya; pues bien sabes que he salvado tu vida. ¡Si yo he dicho mentira, di que no, por tu fe!
El caballero exclamó:
— ¡Ay, ay de mí! Yo sé muy bien que tal fue mi promesa. Por amor de Dios, elige otra petición, Toma todos mis bienes, y deja mí cuerpo en libertad.
— ¡No! — replicó ella— ¡En ese caso maldigo a los dos! Pues aunque yo sea fea, vieja y pobre, no quiero, por todo el dinero ni por todos los metales que se hallan soterrados o a flor de tierra dejar de ser yo tu esposa y tu amor.
— ¿Mi amor? — repuso él-. ¡No, mi maldición! ¡Ay, que tenga que unirse tan vilmente uno de mi linaje!
Pero todo fue inútil. Al cabo se le obligó, y hubo de casarse necesariamente con ella. Y recibiendo a su vieja esposa, fuese a la cama.
Ahora quizá dirán algunos que, en mi negligencia, no me cuido de referiros el regocijo y la pompa que en la fiesta hubo aquel mismo día. A lo cual responderé brevemente diciendo que allí no hubo alegría ni fiesta completas, sino sólo pesadumbre y mucha tristeza; pues él se casó en sigilo con ella cierta mañana, y luego ocultóse todo el día como un buho: tan afligido estaba, y tan fea era su mujer.
Grande era el dolor que embargaba el alma del caballero cuando fue conducido con su esposa al lecho; se volvía y revolvía de un lado para otro. Su vieja esposa permanecía echada, sonriendo siempre, y decía:
— Oh querido esposo, benedicite! ¿Se conducen así como tú, todos los caballeros con sus esposas? ¿Es esta la ley en la casa del rey Arturo? ¿son todos sus caballeros tan despegados? Yo soy tu legítima amante y tu esposa; yo soy quien ha salvado tu vida, y, por otra parte, jamás te hice agravio ninguno, en verdad. ¿Por qué te portas así conmigo esta primera noche? Procedes como hombre que ha perdido su razón. ¿Cuál es mi delito? Dímelo, por amor de Dios, y será remediado, como yo pueda.
— ¿Remediado? — dijo el caballero-. ¡Ay de mí! ¡No, no; eso no puede remediarse jamás! Tú eres tan horrible, y además tan vieja, y, por otro lado, procedes de tan baja clase, que no es gran maravilla que yo me revuelva y me desvíe. ¡Así permita Dios que mi corazón estalle!
— ¿Es esa–repuso ella–la causa de tu inquietud?
— Claro que sí —dijo él-; nada tiene de extraño.
— Pues bien, señor–añadió ella-, yo puedo remediar todo esto, si quiero, antes que pasen tres días, con tal que tú te conduzcas bien conmigo. Mas a pesar de que tú hablas de la nobleza que procede de riqueza antigua, por razón de lo cual hayáis de ser hidalgos, tal orgullo no tiene el valor de una gallina. Mira quién es el más virtuoso en todo caso, lo mismo en privado que en público, y el más inclinado siempre a practicar las acciones nobles que pueda, y considérale como el hombre más noble. Cristo quiere que reclamemos de Él nuestra nobleza, no de nuestros antepasados, por su riqueza antigua; pues aun cuando ellos nos transmitan toda su herencia, por lo cual pretendemos ser de alto linaje, no pueden, sin embargo, legar para nada a ninguno de nosotros su vida virtuosa, que hace que ellos sean llamados nobles, exigiéndosenos les sigamos en tal cualidad.
«Bien habla acerca de este particular el sabio poeta de Florencia que se llama Dante. Ved, en estos versos se hallan sus palabras: 'Muy rara vez se eleva la excelencia del hombre por sus pequeñas ramas; pues
Dios, en su bondad, quiere que reclamemos de Él nuestra nobleza'. Porque de nuestros mayores no podemos reclamar sino cosas temporales, susceptibles de cercenarse y mutilarse.
«Además, todos saben tan bien como yo que si la nobleza se vinculase naturalmente en determinada familia, siguiendo la línea de sucesión, no dejarían jamás de practicar, ni privada ni públicamente, el hermoso oficio de la nobleza, y no podrían cometer ningún vicio o villanía.
«Toma fuego y llévalo a la casa más oscura que haya entre este lugar y el monte del Cáucaso; deja que se cierren las puertas, y márchate de allí. El fuego, sin embargo, arderá con tanto resplandor y abrasará como si veinte mil hombres lo contemplasen; conservará siempre, por mi vida, su virtud natural, hasta que se apague.
«Por esto puedes ver perfectamente que la nobleza no va unida a la propiedad, puesto que los hombres no cumplen siempre su misión, como ves que hace el fuego por su naturaleza. Porque Dios sabe que se puede hallar muy a menudo al hijo de un señor cometiendo villanías y acciones deshonrosas. Y el que desea tener reputación de nobleza, por haber nacido de casa noble y haber sido sus antepasados nobles y virtuosos, sin querer él mismo realizar acciones dignas, ni imitar a sus ilustres abuelos que ya murieron, no es noble, sea duque o conde; porque las acciones villanas y perversas hacen al villano. La nobleza no es sino la fama de tus antepasados, por su gran bondad, lo cual es cosa extraña a tu persona. Tu nobleza procede solamente de Dios, pues nuestra verdadera hidalguía se nos concede por gracia, y en modo alguno nos fue legada con nuestra posición.