De una sucia bolsa de lana el hombre sacó una caja de aluminio y levantó la tapa. Estaba llena de arroz con papas aplastadas hechas casi puré. Colocó con la mano el salmón asado sobre la tapa de la caja y volvió a poner la olla en el brasero, arrojando unas pequeñas astillas para avivar el fuego.
Ryo depositó los restos de su comida en la banqueta, sacó del morral una bolsita de té que vendía y preguntó mientras vertía un poco sobre un pañuelo de papeclass="underline" — ¿No importa si lo echo en la olla? — El hombre negó con un ademán, entre agradecido y avergonzado, y dijo riendo: —No está bien, es muy caro–los dientes, grandes y blancos, le daban una apariencia juvenil.
— Ryo levantó la tapa de la olla y tiró el té en el agua caliente, que poco después temblaba al hervir.
El hombre tomó una taza y una sucia copa del estante y las colocó sobre un cajón nuevo que estaba contra la pared.
— ¿Y su esposo qué hace? — preguntó el hombre, mientras partía el salmón con los dedos y ponía una mitad sobre el arroz de Ryo.
Perpleja, recibió el pescado con muestras de agradecimiento.
— MÍ marido está en Sibería, y como todavía no regresa tengo que trabajar así para poder comer. El hombre levantó la cara con una expresión de sorpresa. — ¿Eh? ¿En qué parte de Siberia?
Estaban en Baikal, y desde las últimas noticias recibidas habían pasado el otoño y el invierno. Ya eran una costumbre para Ryo la depresión y la tristeza que sentía cada vez que abría lo s ojos en la mañana. La distancia era demasiado grande y no le quedaban otros sentimientos por su esposo, pero aun la falta de sentimientos se había convertido en una costumbre.
Estaba de moda una canción que hablaba de «la colina extranjera», y cuando Ryükichi se la cantaba la envolvía la desolación.
Pensaba que a ella sola, de entre todos los que la rodeaban, le quedaban los recuerdos de la guerra. Pero eran memorias que morían en la distancia y que le venían envueltas en niebla, teñidas por el nuevo sentimiento de la paz. «No existe eso llamado Dios» se había convertido en su frase favorita. Esperando con ansias durante el verano, al desaparecer poco a poco el calor, la llegada del invierno le dejaba una soledad culpable. La paciencia del ser humano tiene un límite y Ryo se enojaba. El rostro de Ryüji, su esposo, que había pasado ya seis veces el invierno en Siberia, se había ido adelgazando en el recuerdo hasta convertirse en el de un fantasma.
Eran seis años. Desde que Ryüji había partido al frente de batalla ni una sola vez se le había presentado un pensamiento que la hiciera feliz. Los meses pasaban veloces a un costado de su vida sin despertar su interés. Ahora nadie hablaba de la guerra. Ocasionalmente, al contarle a alguien que su esposo estaba en Siberia, únicamente recibía la simpatía despreocupada del que sale en una misión y ya no regresa. Ryo no sabe qué tipo de lugar es Siberia, sólo puede imaginarlo como un vasto desierto de nieve.
— Dicen que está cerca de Baikal, pero todavía no puede regresar.
— Yo también fui repatriado desde Siberia. Me hicieron cortar leña durante dos años cerca del río Amur. Todo es cuestión de suene. Para su esposo debe ser terrible, pero también para usted, que lo está esperando. El hombre se quitó la toalla de la cabeza y con ella secó la taza y la copa. Después sirvió el té hirviendo.
— ¿Es cierto? ¿Usted también fue desmovilizado? Sin embargo, es fuerte y pudo volver.
— Con dificultad escapé de la muerte. Volver a Japón no fue gran cosa. — Mientras terminaba el almuerzo, Ryo contempló atentamente la cara del hombre. Tal como podía esperarse, era una persona sin educación, pero ella se sentía a gusto con él y podía hablar a sus anchas.
— ¿Tiene hijos? — preguntó él.
— Sí, un varón de casi ocho años, pero tengo problemas con la escuela. Como estoy atrasada con mi cambio de domicilio no puede comenzar sus estudios y, atareada como ando con la venta de té, debo ir todos los días a la oficina de la delegación. Siempre termino muerta de cansancio.
El hombre tomó la copa y comenzó a tomar el té caliente entre resoplidos.
— ¡Es un té delicioso!
— ¿Sí? y no es el de mejor calidad; su precio de costo es de unos 800 yens por libra. Sin embargo, a los clientes les gusta. — También Ryo, tomando la taza con las dos manos, se puso a beber el té, soplando para enfriarlo.
En algún momento había cambiado la dirección del viento y ahora soplaba con fuerza desde el Oeste, silbando contra el techo de zinc. Ryo no sentía deseos de salir al exterior. Quería quedarse un poco más junto al fuego.
— Me parece que le voy a comprar un poco de té–dijo el hombre mientras sacaba trescientos yens del bolsillo de su uniforme de trabajo.
— No necesita comprar nada. Yo le regalaré una libra y media–contestó Ryo mientras se apuraba a sacar dos bolsas y las colocaba sobre un cajón.
— ¿Qué? El negocio es siempre negocio y no puedo aceptarlo. De todos modos, cuando ande por esta zona venga a visitarme.
— Muchas gracias… ¿No sabe de alguna habitación que se rente por aquí? — Ryo paseó su mirada por el pequeño cobertizo.
El hombre terminó su comida y dijo mientras rompía una pequeña astilla para usar como palillo de dientes:
— Yo vivo aquí. Estoy encargado de vigilar todo ese hierro y de ayudar a cargarlo en los camiones de transporte. La comida me la traen de la casa de una hermana que vive muy cerca.
Se levantó y abrió una puerta que estaba debajo del altar familiar. Ryo vio una pequeñísima habitación que parecía un closet con una cama. Contra la pared de madera había una tarjeta en colores de la actriz Isuzu Yamada.
— ¡Tiene todo muy bien arreglado! Debe sentirse muy cómodo–Ryo se preguntó qué edad tendría.
Desde ese día se hizo costumbre para Ryo ir a vender a Yotsugi y pasar por el depósito de material de hierro. Supo también que el hombre se llamaba Yoshio Tsuruishi.
Tsuruishi se alegraba mucho con sus visitas y la esperaba casi siempre con alguna golosina. Al mismo tiempo, sus ventas de té comenzaron a prosperar y consiguió clientes en el vecindario, lo que convirtió sus caminatas en un placer.
Cinco días después Ryo trajo consigo a Ryükichi, su hijo. Tsuruishi se puso muy contento al verlo y se lo llevó de paseo. Al rato volvieron con dos grandes pasteles de caramelo todavía calientes.
— Este muchacho es un glotón —dijo Tsuruishi palmeando la cabeza del niño y sentándolo en la banqueta.
Ryo se preguntó si su nuevo amigo estaba casado. No es que importara, pero el pensamiento le vino a la cabeza al ver el cariño que demostraba por su hijo. Hasta ese día, tenía ya treinta años, no había pensado en ningún hombre que no fuese su esposo, pero el temperamento despreocupado de Tsuruishi comenzó a operar un gradual y extraño cambio en sus sentimientos. Se le hizo importante su propia apariencia y salía a vender té con un nuevo,entusiasmo. Sus parientes también le mandaban desde Shizuoka ralladura de pescados como sardina y caballa, que a veces tenían más éxito aún que el té.
Unos ocho días más tarde Ryo se encaminó nuevamente a encontrarse con Tsuruishi, quien la había invitado a visitar Asakusa (barrio habitado fundamentalmente por la clase obrera, geishas, etc., que se ha convertido en un distrito de restaurantes y centros de diversión. Es famoso por un antiguo templo budista dedicado a Kannon, la Diosa de Misericordia) en uno de sus días libres. Todavía era demasiado temprano para ver los cerezos en flor, pero si tenían tiempo irían a caminar por el parque de Ueno.
El día acordado, siguiendo las indicaciones que le había hecho Tsuruishi, Ryo estaba esperando junto con su hijo frente a la oficina de informes turísticos de la estación. El cielo estaba plomizo, aunque a veces se
despejaba, y si no llovía todo saldría bien. Después de esperar unos diez minutos apareció Tsuruishi con un envejecido traje gris que le quedaba demasiado chico.