Cabría inferir una psicología nacional de esas fórmulas de salutación, en las que los hombres de cada raza se desean lo que más estiman y menos poseen; las inquietas razas semíticas (hebreos y árabes) se desean mutuamente la paz (selam–schalom) y Mahoma les brinda a los buenos creyentes la realización de ese deseo en el Paraíso, lugar de absoluta quietud, donde «no oirán bullicio ni mentira» sino sólo la palabra selam. Sura LXXVIL An–Nabd (I–a nueva). «Y entrarán los que creyeron e hicieron las cosas puras en un jardín (el Paraíso); corren debajo de él las aguas, eternas en él, por permisión de su señor y su saludo en él.» Selam (La paz), sura XIV. Ibrahim (Abraham).
Alegróse hasta el limite de la alegría y sentóse a su lado y se puso a conversar con él, muy contento y animado.
Recordó entonces el rey Schahseman de lo que pasara del lance de su esposa y entróle gran tristeza y le amarilleó el color y el cuerpo se le quebrantó.
Y al verlo su hermano en ese estado, díjose para sus adentros: «Será debido a haberse separado de su país y de su reino». Así que lo dejó estar y no le preguntó nada sobre el particular. Pero después de eso Schahseman díjole un día entre los días: — En verdad, hermano mío, que en mi interior tengo una herida. Mas no le reveló tampoco entonces lo que viera de su consorte.
Y le dijo su hermano Schahriar:
— Yo querría que conmigo salieras de caza y montería, que acaso con ello se te ensanchara el pechó. Pero él rehusó; visto lo cual salió solo su hermano a cazar.
Y había en el alcázar del rey unas celosías que daban a un jardín.
Miró por ellas Schahseman y he aquí que se abrió la puerta del alcázar y por ella salieron veinte esclavas y veinte esclavos y entre ellos iba la esposa de su hermano, la cual era por cierto de una belleza y un encanto supremos.
Llegaron todos hasta el borde de una alberca* y de sus ropas se despojaron y en corro se sentaron. Y la esposa del rey dijo:
— ¡Hola, Mesáud!*
Y en el acto fuese a ella un esclavo negro y la abrazó y ella lo abrazó a él y él la tumbó en el suelo y lo mismo hicieron los demás esclavos con las otras esclavas, no cesando en sus besos y abrazos y demás cosas parecidas hasta que clareó el día.
Al ver aquello el hermano del rey Schahriar exclamó:
"¡Por Alá! Que con esto se alivia mi pena y se aminora lo que en mí hay de pesar y tristeza».
Y dijo:
«Esto resulta más gordo que lo que a mí me ha sucedido».
Y no dejó ya en adelante de comer y beber con apetito.
Tornó luego su hermano de su cacería y saludáronse uno y otro con gran alegría.
Y miró el rey Schahriar a su hermano, el rey Schahseman, y he aquí que le habían vuelto los colores y se le había sonrosado el rostro y comía otra vez con apetito, siendo así que antes comía poquísimo.
Admiróse el rey Schahriar al ver aquello y le dijo:
—En verdad, hermano mío, que antes tenías color amarillo y ahora te han vuelto los colores de otro tiempo y la cara se te puso encarnada; cuéntame, pues, hermano, qué es lo que te ha pasado.
Y le dijo su hermano:
— El eclipse de mis colores te lo explicaré, pero dispénsame ahora de decirte el porqué de que me hayan vuelto otra vez.
Díjole su hermano:
—Explícame, pues, la causa del desvaimiento de tus colores y de tu decaimiento, que soy ya todo oídos y te escucho atento.
A lo que el hermano le dijo:
— Has de saber, hermano mío, que cuando me enviaste a tu visir rogándome viniera a comparecer entre sus manos, luego mandé hacer los aprestos para mi viaje y me salí de mi ciudad sin demorarme.
«Pero hube de acordarme luego de la alhaja que pensaba regalarte y que dejara olvidada en el alcázar y tórneme allá a buscarla y me encontré a mi esposa durmiendo en compañía de un esclavo negro sobre los tapices de mi lecho.
Y Di muerte a ambos en el acto y me volví sobre mis pasos y no hacía más que pensar en el caso.
Y Esta era la razón del eclipse de mis colores y de mi postración; en cuanto a la de haberme ahora vuelto aquéllos, excúsame de explicártela en este momento.
Luego que hubo oído su hermano estas palabras, le dijo:
— ¡Por Alá, te lo ruego! ¡Cuéntame la causa de que los colores te hayan vuelto!
Refirióle entonces Schahseman a su hermano todo lo que había presenciado.
Y Schahriar le dijo a su hermano Schahseman:
— Quiero verlo todo por mis propios ojos. A lo que su hermano Schahseman le dijo:
— Finge que vas a salir de caza y montería y escóndete en mi aposento y lo verás todo y podrás convencerte por tus propios ojos.
Mandó el rey Schahriar en el acto que pregonasen por toda la ciudad que el rey salía a cazar y salieron las tropas con alfaneques a las afueras de la ciudad.
Y dijo a sus criados el rey Schahriar: — ¡Que no entre nadie en mi cámara real!
Después de lo cual se disfrazó y volvióse al alcázar, donde su hermano quedara.
Y se sentó junto a la celosía que daba al jardín y una hora de tiempo (Expresión convenida para indicar un espacio breve de tiempo que no ha de tomarse al pie de la letra. Es lo que en español decimos «un rato») permaneció allí al acecho.
Y hete aquí que vio entrar a las esclavas y los esclavos y a su esposa entre ellos y todos se desnudaron e hicieron según dijera su hermano, y así se entretuvieron y solazaron sin parar hasta la hora del azr (La hora de prima tarde marca una de las oraciones cotidianas de los musulmanes. Éstas son cinco y se llaman, respectivamente: de la mañana, Al–Fachr o Az–Zebah; del mediodía, Az–Zuhur, de primera tarde, Ai–Azr, de la puesta del sol, Al–Magrih, y de la noche Al–Ascha).
Visto que hubo el rey Schahriar aquel paso, voló su razón de su cabeza y díjole a su hermano Schahseman:
—Anda y vente conmigo a correr los caminos, que no hemos de curarnos para nada del reino hasta ver si somos los únicos a quienes tal percance les ocurrió en el mundo. Pues si así fuere, preferible a la vida sería nuestra muerte.
Y el rey Schahseman asintió a las palabras del rey Schahriar.
Salieron, pues, ambos hermanos por una puerta secreta del alcázar y echaron a andar y no pararon de caminar día y noche hasta que, al cabo, llegaron junto a un árbol, en mitad de un prado, y a cuyo pie corría un venero de agua dulce, a orillas del mar, el salado.
Bebieron de aquel agua y luego se sentaron a descansar los dos hermanos.
Y no habría pasado una hora del día cuando advirtieron que el mar se alborotaba y de él salía una negra columna que se elevaba al cielo y hacia aquel prado se dirigía.
Asustáronse los dos al ver aquello y treparon a lo más alto del árbol, que era alto, y, desde allí, pusiéronse a atalayar (especular) lo que fuera a pasar, y hete aquí que llega un genio de estatura gigantesca y ancho de cabeza y dilatado de pecho.
Y aquel genio subió a la ribera y se dirigió al árbol en que ambos reyes estaban encaramados. Y se sentó a su pie y abrió la arqueta y sacó de ella una caja más pequeña y la abrió también y salió de ella una mocita de deslumbrante belleza que al sol fulgente semejaba como dijera el poeta:
Despunta la alborada y se esclarece el día y con su luz alumbra las auroras dormidas. Aquellas a las cuales los soles iluminan resplandecen también y cual lunas rebrillan. Póstranse las criaturas ante Alá de rodillas y al suelo caen los velos, no valen celosías; en cambio, si se extingue de su fuego la llama, surge el lagrimal de las lluvias.
Ahora bien: luego de que el genio la miró, la interpeló diciendo:
— Oh señora de las sedas, a la que yo rapté la noche misma de sus esponsales. Voy a dormir un poco.
Y el genio posó su cabeza sobre el regazo de la joven hermosa y se quedó dormido.
Ella entonces alzó su frente hacia la cima del árbol y vio a los dos reyes, que allí se habían encaramado.