Выбрать главу

Pero Anieb había sido pelada, como todos los esclavos que trabajaban en la torre del horno.

Su nombre de pila había sido Lirio, el lirio azul de las primaveras. Su madre y su tía la llamaban Lirio cuando hablaban de ella.

—Sea quien sea y haga lo que haga, no es suficiente—dijo él.

—Nunca es suficiente —dijo Aguamiel—. ¿Y qué puede hacer cualquiera, solo?

Levantó un dedo, luego los demás, y los juntó todos hasta formar un puño; después, lentamente, giró la muñeca y abrió la mano con la palma hacia fuera, como haciendo una ofrenda. Él había visto a Anieb hacer ese gesto. No era un hechizo, pensó, observando atentamente, sino un símbolo. Ayo lo estaba mirando.

—Es un secreto —le dijo.

—¿Puedo saber el secreto? —preguntó Nutria después de un rato.

—Ya lo sabes. Tú se lo diste a Lirio. Ella te lo dio a ti. Confianza.

—Confianza —dijo el muchacho—. Sí, pero en contra de algo. ¿Contra ellos? Gelluk ya no está. Tal vez Losen caiga ahora. ¿Cambiará algo? ¿Se liberarán los esclavos? ¿Comerán los mendigos? ¿Se hará justicia? Creo que hay cierto mal en nosotros, en la raza humana. La confianza lo niega. Pasa a través de él. Salta el abismo. Pero está allí. Y todo lo que hacemos finalmente sirve al mal, porque eso es lo que somos. Ambición y crueldad. Miro al mundo, a los bosques y a la montaña que está aquí, al cielo, y son buenos, como deben serlo. Pero nosotros no. Nosotros estamos equivocados. Nosotros hacemos el mal. Ningún animal hace el mal. ¿Cómo podrían? Pero nosotros podemos, y lo hacemos. Y nunca dejamos de hacerlo.

Ellas lo escucharon, sin estar de acuerdo, sin discutir; aceptaron su desesperación. Sus palabras entraron en un silencio comprensivo y descansaron allí durante algunos días; luego regresaron a él cambiadas.

—No podemos hacer nada el uno sin el otro —dijo él—, pero son los ambiciosos, los crueles, los que se unen y fortalecen unos a otros. Y aquellos que no se unen a ellos permanecen solos. —La imagen de Anieb como la vio por primera vez, una mujer moribunda de pie, sola en lo alto de aquella torre, siempre estaba con él.— El verdadero poder se pierde. Cada mago utiliza sus artes contra los otros, sirviendo a los hombres ambiciosos. ¿Con qué buen fin puede utilizarse cualquier arte de esa forma? Se malgasta. Sale mal, o se desperdicia. Como la vida de los esclavos. Nadie puede liberarse solo. Ni siquiera un mago. Todos ellos trabajando con su magia en celdas de prisión, para no conseguir nada. No hay manera de utilizar un poder para algo bueno.

Ayo cerró la mano y la abrió con la palma hacia arriba, el fugaz esbozo de un gesto, de un símbolo.

Un hombre subió la montaña hasta llegar a Woodedge, un carbonero de Firn.

—Mi esposa Nesty manda un mensaje a las mujeres sabias —dijo, y los aldeanos le mostraron la casa de Ayo. Cuando se detuvo en la puerta hizo un movimiento rápido, un puño que se convierte en una palma abierta—. Nesty dice que les diga que los cuervos están volando desde temprano y que el sabueso va detrás de la nutria —dijo.

Nutria, sentado junto al fuego, partiendo nueces, se quedó inmóvil. Aguamiel le agradeció al mensajero la información y lo hizo pasar para ofrecerle un vaso de agua y un puñado de nueces sin cáscara. Ella y Ayo conversaron con él acerca de su esposa. Cuando el hombre se fue, Aguamiel se dio vuelta para mirar a Nutria.

—El Sabueso trabaja para Losen —dijo él—. Me iré hoy mismo.

Aguamiel miró a su hermana. —Entonces es hora de que hablemos un poco contigo —dijo, sentándose frente al hogar y frente a él. Ayo se quedó de pie junto a la mesa, en silencio. Un buen fuego ardía en el hogar. Era una época húmeda y fría, y leños para el fuego era una de las cosas que tenían en abundancia allí en la montaña.

»Hay gente por todas partes en esta zona, y tal vez más allá también, que piensa, como tú dijiste, que nadie puede ser sabio solo. Así que esta gente trata de unirse. Y por eso se nos llaman la Mano, o las mujeres de la Mano, a pesar de que no sólo somos mujeres. Pero nos es útil que crean que somos sólo mujeres, ya que los grandes señores no esperan que las mujeres trabajen juntas. Ni que tengan pensamientos acerca de cosas como la Norma o la mala Norma. Ni que tengan ningún tipo de poder.

—Dicen —dijo Ayo desde las sombras— que hay una isla donde la norma de la justicia se mantiene tal como era bajo el mandato de los Reyes. Le llaman la Isla de Morred. Pero no es Enlad de los Reyes, ni Éa. Está al sur, no al norte de Havnor, según dicen. Allí, cuentan, las mujeres de la Mano han mantenido vigentes las viejas artes. Y las enseñan, no las mantienen en secreto cada una para sí misma, como hacen los magos.

—Tal vez con tales enseñanzas podrías darle una lección a los magos —dijo Aguamiel.

—Tal vez puedas encontrar esa isla —dijo Ayo.

Nutria pasaba su mirada de una a otra. Claramente, le habían dicho su más preciado secreto y sus esperanzas.

—La Isla de Morred —dijo él.

—Así debe ser como la llaman las mujeres de la Mano, manteniendo su significado lejos de los magos y de los piratas. Para ellos sin duda tendrá algún otro nombre.

—Debe de ser un largo y terrible camino —dijo Aguamiel.

Para las hermanas y para todos aquellos aldeanos, el Monte Onn era el mundo, y las costas de Havnor eran el límite del universo. Más allá de eso sólo había rumores y sueños.

—Si vas hacia el sur, encontrarás el mar, según dicen—dijo Ayo.

—Eso ya lo sabe, hermana —le replicó Aguamiel—. ¿No nos dijo acaso que era un carpintero de barcos? Pero ha de ser un camino muy muy largo por el mar, seguramente. Y con este mago olfateando tu rastro, ¿cómo llegarás hasta allí?

—Por la gracia del agua, que no tiene olor alguno —dijo Nutria, poniéndose de pie. Un puñado de cáscaras de nueces se cayó de su regazo, cogió la escoba del hogar y las barrió hasta echarlas a las cenizas—. Será mejor que me marche ya.

—Hay pan —dijo Ayo, y Aguamiel salió apresuradamente a colocar un poco de pan duro y de queso seco y algunas nueces en una pequeña bolsa hecha de estómago de oveja. Era gente muy pobre pero le dieron lo que tenían. Lo mismo que había hecho Anieb.

—Mi madre nació en Endlane, cerca del Bosque de Farlien —dijo Nutria—. ¿Conocen ese pueblo? Se llama Rosa, hija de Rowan.

—Los carreteros van hasta Endlane, en verano.

—Si alguien pudiera hablar con su gente allí, ellos se lo comunicarían a ella. Su hermano, Littleash, solía ir a la ciudad cada uno o dos años.

—Asintieron con la cabeza.

—Si ella supiera que estoy vivo… —dijo Nutria.

La madre de Anieb asintió con la cabeza. —Lo sabrá.

—Ahora vete —dijo Aguamiel.

—Ve con el agua —dijo Ayo.

Las abrazó, y ellas a él, y se fue de aquella casa.

Corrió cuesta abajo, alejándose del conjunto de cabañas hacia el rápido y ruidoso arroyo al que había oído cantar en sus sueños durante todas sus noches en Woodedge. Le rezó. «Llévame y sálvame», le pidió. Hizo el hechizo que el anciano Cambiador le había enseñado hacía mucho tiempo, y pronunció la palabra de la transformación. Y entonces ningún hombre se arrodilló junto al agua ruidosa, sino que una nutria se deslizó dentro de ella y se fue.

III. Golondrina

En nuestra colina había un hombre sabio Que encontró la manera de hacer lo que quería. Cambió su forma, cambió su nombre, Pero él mismo nunca sería. Y así el agua se va, se va. Así el agua se va.

Una tarde de invierno, a orillas del Río Onneva, donde sus dedos se abrían hacia la ensenada del norte de la Gran Bahía de Havnor, un hombre se puso de pie sobre la arena marrón: un hombre vestido muy pobremente y con un mísero calzado, un hombre delgado y moreno, de ojos oscuros y cabellos tan finos y espesos que el agua resbalaba entre ellos. La lluvia caía sobre las bajas playas de la desembocadura del río, la fina, fría y oscura llovizna de aquel invierno gris. Sus ropas estaban empapadas. Encorvó los hombros, dio unas cuantas vueltas y emprendió su camino hacia una voluta de humo de chimenea que vio a lo lejos, hacia el interior. Detrás de él quedaban las huellas de las cuatro patas de una nutria saliendo del agua, y las huellas de los dos pies de un hombre alejándose de ella.