La imaginación, como todas las cosas con vida, vive ahora., y vive con, desde y en, un verdadero cambio. Como todo lo que hacemos y tenemos, puede ser cooptada y degradada; pero sobrevive a la explotación comercial y didáctica. La tierra sobrevive a los imperios. Los conquistadores pueden dejar un lugar desierto donde había bosques y praderas, pero la lluvia seguirá cayendo, los ríos seguirán fluyendo hasta el mar. Los reinos inestables, mutables y falsos del «había una vez» forman parte de la historia y del pensamiento del ser humano tanto como las naciones que aparecen en nuestros atlas, y algunos son más perdurables.
Hemos habitado ambos, los reinos reales y los imaginarios, durante mucho tiempo. Pero en ningún lugar hemos vivido como nuestros padres o nuestros antepasados lo hicieron. El encantamiento cambia con el paso del tiempo y con la edad.
Ahora conocemos una docena de Arturos diferentes, todos ellos verdaderos. La Comarca cambió irremediablemente, incluso en la época de Bilbo. Don Quijote se fue a caballo hasta la Argentina y se encontró allí con Jorge Luis Borges. Plus c’est la même chose, plus ça change.
Ha sido un placer para mí regresar a Terramar y encontrarla todavía allí, totalmente familiar, y sin embargo cambiada y aún cambiando. Lo que pensé que iba a suceder no es lo que está sucediendo, la gente no es quien —o lo que— pensé que era, y me perdí en islas que creía conocerme de memoria.
Así que éstos son informes de mis exploraciones y descubrimientos: cuentos de Terramar para aquellos a quienes les ha gustado o para quienes piensan que podrían gustar del lugar, y están dispuestos a aceptar estas hipótesis:
las cosas cambian:
no siempre se puede confiar en los autores y en los magos:
nadie puede explicar un dragón.
El descubridor
I. En la Época Oscura
Ésta es la primera página de El libro de la oscuridad, escrito hace aproximadamente seiscientos años en Berila, en Enlad:
Después de que Elfarran y Morred fallecieran y de que la Isla de Soléa se hundiera bajo el mar, el Concilio de los Sabios gobernó en lugar del niño Serriadh hasta que éste se hizo cargo del trono. Su reinado fue esplendoroso pero breve. Los reyes que le siguieron en Enlad fueron siete, y su reino aumentó en paz y en riqueza. Luego, los dragones vinieron por sorpresa a atacar las tierras del oeste, y algunos magos salieron en vano a luchar contra ellos. El Rey Akambar trasladó la corte de Berila en Enlad a la Ciudad de Havnor, desde donde ordenó a su flota que atacara a los invasores desde las Tierras de Kargad, y la condujo de regreso hacia el este. Pero todavía entonces enviaron barcos atacantes incluso hasta el Mar Interior. De los catorce reyes de Havnor, el último fue Maharion, que hizo las paces tanto con los dragones como con los Kargos, aunque sufriendo por ello muchas pérdidas. Y después de que el Anillo de las runas se rompiera, y de que Erreth-Akbe muriera con el gran dragón, y de que Maharion el Valiente fuera asesinado por traición, parecía que nada bueno podía suceder en el Archipiélago.
Muchos reclamaban el trono de Maharion, pero ninguno pudo conservarlo, y las disputas de los pretendientes dividieron todas las lealtades. No quedó nada de aquella mancomunidad, ni nada de justicia, únicamente la voluntad de los ricos. Hombres de casas nobles, comerciantes y piratas, cualquiera que pudiera contratar soldados y magos se llamaba a sí mismo un Señor, reclamando tierras y ciudades como de su propiedad. Los señores de la guerra convertían a aquellos a quienes conquistaban en esclavos, y aquellos a quienes contrataban eran realmente esclavos, que servían a sus señores únicamente para que los protegieran de los rivales que se apoderaban de las tierras, y de los piratas que atacaban los puertos por sorpresa, y de las bandas y las hordas de hombres anárquicos y miserables quienes, desposeídos de su medio de vida, habían sido impulsados por el hambre a asaltar y a robar.
El libro de la oscuridad, escrito a finales de la época sobre la cual cuenta, es una recopilación de historias contradictorias, biografías parciales y leyendas confusas. Es el mejor de los informes que ha sobrevivido a los Años Oscuros. En busca de alabanzas, no de historia, los señores de la guerra quemaron los libros de los cuales los pobres y los débiles podrían haber aprendido el significado del poder.
Cuando los libros del saber popular de un mago llegaban a manos de un señor de la guerra, éste seguramente los trataría con cuidado, guardándolos bajo llave para mantenerlos fuera de peligro o entregándoselos a un mago contratado por él para que hiciese lo que él quisiera con ellos. En los márgenes de los hechizos y de las listas de palabras, y en las guardas de estos libros del saber, un mago o su aprendiz podían dejar constancia de una plaga, de una hambruna, de un ataque, de un cambio de señores, junto a los hechizos practicados en tales acontecimientos, y su éxito o su fracaso. Tales registros, sin orden ni concierto, revelan un momento de claridad aquí y allá, aunque todo lo que hay entre esos momentos es oscuridad. Son como atisbos de un barco iluminado a lo lejos en el mar, inmerso en la oscuridad, bajo la lluvia.
Y hay cantares, antiguas trovas y gestas de islas pequeñas y de las tranquilas tierras altas de Havnor, que cuentan la historia de aquellos años.
El Gran Puerto de Havnor es la ciudad que se encuentra en el corazón del mundo, llena de torres blancas sobre su bahía; en la torre más alta la espada de Erreth-Akbe refleja el primero y el último rayo de luz del día. Por esa ciudad pasa todo el comercio, el saber y el arte de Terramar, una riqueza no atesorada. Allí se encuentra el Rey, de vuelta tras la curación del Anillo, símbolo de curación. Y en esa ciudad, en este último tiempo, los hombres y las mujeres de las islas hablan con los dragones, en señal de cambio.
Pero Havnor también es la Gran Isla, una tierra amplia y fértil; y en las aldeas que se encuentran en el interior de los puertos, las tierras de labrantío de las colinas del Monte Onn, nunca nada cambia demasiado. Allí, un cantar que merezca ser cantado es muy probable que sea cantado nuevamente. Allí, viejos hombres se reúnen en la taberna para hablar de Morred como si lo hubieran conocido cuando ellos también eran jóvenes y héroes. Allí, las muchachas que van caminando a buscar las vacas para traerlas de regreso a casa cuentan historias sobre las mujeres de la Mano, quienes han sido olvidadas en todas las otras partes del mundo, incluso en Roke, pero que son recordadas por aquellos caminos y campos silenciosos y bañados por el sol, y también en las cocinas, en los hogares, donde las amas de casa trabajan y hablan.
En la época de los reyes, los magos se reunían en la corte de Enlad, y más tarde en la de Havnor, para asesorar al rey y aconsejarse mutuamente, utilizando sus artes para ir en pos de lo que creían que era bueno. Pero en los años oscuros, los magos vendieron sus habilidades al mejor postor, enfrentando sus poderes uno contra otro en duelos y combates de hechicería, indiferentes a los males que estaban causando, o peor aún que simplemente indiferentes. Plagas y hambruna, la pérdida de manantiales de agua, veranos sin lluvia y años sin verano, el nacimiento de enfermizas y monstruosas crías de ovejas y de ganado vacuno, el nacimiento de enfermizos y monstruosos niños de la gente de las islas —se acusaba de todas estas cosas a las prácticas de magos y brujas y, por desgracia, la gran mayoría de las veces con justa razón.
Por lo tanto, la práctica de hechicería se convirtió en algo peligroso, excepto bajo la protección de un poderoso señor de la guerra; y aun así, si un mago se encontraba con otro cuyos poderes eran mayores que los suyos, podía ser destruido. Y si un mago bajaba la guardia cuando se encontraba entre la gente normal, ellos también intentarían destruirlo si podían, ya que lo veían como la causa de los peores males que sufrían, un ser maligno. En aquellos años, en las mentes de mucha gente, toda magia era negra.