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Medra sabía tan sólo un atisbo de la historia de Ascua. Una noche, Velo, que era tres años mayor que Ascua y tenía aquellos recuerdos mucho más nítidos en su memoria, se la contó por completo. Ascua se sentó con ellos, escuchando en silencio.

En recompensa, él les habló a Velo y a Ascua de las minas de Samory, y acerca del mago Gelluk, y de Anieb, la esclava.

Cuando terminó, Velo se quedó en silencio durante un buen rato y luego dijo:

—Eso era lo que querías decir, cuando llegaste aquí: No pude salvar a la única que me salvó.

—Y tú me preguntaste: ¿ Qué puedes decirme que me permita confiar en ti?

—Ya me lo has dicho —dijo Velo.

Medra le cogió la mano y apoyó su frente contra ella. Al contar su historia había retenido las lágrimas. Ahora no podía hacerlo.

—Ella me dio la libertad —dijo—. Y todavía siento que todo lo que hago lo hago a través de ella y por ella. No, no por ella. No podemos hacer nada por los muertos. Pero por…

—Por nosotros —dijo Ascua—. Por nosotros que vivimos, escondidos, ni muertos ni matando. Los muertos están muertos. Los grandes y poderosos recorren su camino libremente. Toda la esperanza que queda en el mundo está en la gente de poca importancia.

—¿Acaso deberemos escondernos siempre?

—Has hablado como un hombre —dijo Velo con su dulce y doliente sonrisa.

—Sí—dijo Ascua—. Debemos ocultarnos, y para siempre si es necesario. Porque no queda nada más que morir o matar, más allá de estas costas. Tú lo dices, y yo lo creo.

—Pero no puedes esconder el verdadero poder —dijo Medra—. No durante mucho tiempo. Muere al estar oculto, al no ser compartido.

—La magia no morirá en Roke —dijo Velo—. En Roke todos los hechizos son fuertes. Eso es lo que dijo el mismo Ath. Y tú has caminado bajo los árboles… Nuestro trabajo debe ser mantener esa fuerza. Esconderla, sí. Acumularla, como un joven dragón acumula su fuego. Y compartirla. Pero únicamente aquí. Ir pasándola, de uno a otro, aquí, donde está segura, y donde los ladrones y los asesinos más poderosos menos la buscarían, ya que nadie aquí tiene ninguna importancia. Y un día el dragón recuperará su fuerza. Si requiere mil años…

—Pero fuera de Roke —dijo Medra—, hay personas comunes que trabajan como esclavos y pasan hambre y mueren en la miseria. ¿Deben seguir así durante mil años sin esperanza?

Miraba a las dos hermanas una y otra vez: una tan apacible y tan inflexible, la otra, debajo de su dureza, rápida y tierna como la primera llama de un fuego cautivador.

—En Havnor —dijo él—, lejos de Roke, en una aldea del Monte Onn, entre gente que no sabe nada del mundo, todavía hay mujeres de la Mano. Esa red no se ha roto después de tantos años. ¿Cómo se tejió?

—Astutamente —le contestó Ascua.

—¡Y se arrojó muy lejos! —Miró a una y la otra una vez más.— No fui bien educado en la ciudad de Havnor —dijo—. Mis maestros me dijeron que no debía utilizar la magia con malos propósitos, pero ellos vivían con miedo y no tenían fuerza contra los poderosos. Me dieron todo lo que tenían para dar, pero era poco. Fue de pura casualidad que no me equivoqué. Y gracias al don de fuerza que Anieb me diera. Si no hubiese sido por ella todavía sería el sirviente de Gelluk. Sin embargo, a ella misma no le habían enseñado nada, y por eso fue esclavizada. Si la hechicería todavía es enseñada por los mejores y utilizada con malos propósitos por los poderosos, ¿cómo crecerá nuestra fuerza aquí? ¿De qué se alimentará el joven dragón?

—Esto es el centro —dijo Velo—. Debemos permanecer en el centro. Y esperar.

—Tenemos que dar lo que debemos dar —dijo Medra—. Si todos excepto nosotros son esclavos, ¿de qué sirve nuestra libertad?

—El verdadero arte prevalece sobre el falso. El todo no cambiará —dijo Ascua, frunciendo el ceño. Estiró el atizador para juntar a sus tocayas en el hogar, y de un golpe derribó la pila y la hizo arder—. Eso lo sé. Pero nuestras vidas son cortas, y el todo es muy extenso. Si tan sólo Roke fuera ahora lo que solía ser, si tuviéramos más gente del verdadero arte reunida aquí, enseñando y aprendiendo, y también preservando…

—Si Roke fuera ahora lo que solía ser, conocida por su fortaleza, aquellos que nos temen vendrían otra vez a destruirnos —dijo Velo.

—La solución yace en guardar el secreto —dijo Medra—. Pero también yace ahí el problema.

—Nuestro problema es con los hombres —dijo Velo—, si me disculpas, querido hermano. Los hombres tienen más importancia para otros hombres que las mujeres y los niños. Podríamos tener cincuenta brujas aquí, y apenas nos prestarían algo de atención. Pero si hubieran sabido que teníamos cinco hombres poderosos, habrían buscado destruirnos nuevamente.

—Así que aunque había hombres entre nosotras, éramos conocidas como las mujeres de la Mano —dijo Ascua.

—Todavía lo sois —dijo Medra—. Anieb era una de vosotras. Ella y vosotras y todos nosotros vivimos en la misma prisión.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Velo.

—¡Aprender nuestra fuerza! —le contestó Medra.

—Una escuela —dijo Ascua—. Donde los sabios puedan venir a aprender unos de otros, a estudiar el todo… El Bosquecillo nos protegería.

—Los señores de la guerra detestan a los estudiantes y a los maestros —dijo Medra.

—Creo que también les temen —dijo Velo.

Y así siguieron hablando, durante aquel largo invierno, y otros hablaron con ellos. Lentamente, sus conversaciones pasaron de ser visiones a ser intenciones, de ser deseos a ser planes. Velo siempre era prudente, advirtiendo de los peligros. Duna, el de los cabellos blancos, estaba tan entusiasmado que Ascua dijo que quería comenzar a enseñar magia a todos los niños de Zuil. Una vez que Ascua comenzó a creer que la libertad de Roke consistía en ofrecerles a otros la libertad, dedicó su mente por completo a tratar de encontrar la manera en que las mujeres de la Mano pudieran recuperar su fuerza otra vez. Pero su mente, formada por sus largas soledades entre los árboles, siempre buscaba la forma y la claridad, y entonces dijo: —¿Cómo podemos enseñar nuestro arte cuando no sabemos lo que es?

Y todas las mujeres sabias de la isla hablaron acerca de aquello: Cuál era el verdadero arte de la magia y cuándo se convirtió en falsa; cómo se mantenía o se perdía el equilibrio de las cosas; qué oficios eran necesarios, cuáles eran útiles, cuáles peligrosos; por qué alguna gente tenía un don pero no otro, y si uno podía o no aprender un arte para el cual no poseía un don innato. En tales discusiones, se crearon los nombres que desde entonces han sido asignados a los poderes: descubrir, trabajar con el clima, transformar, curar, invocar, crear formas, nombrar, y los oficios de la ilusión, y el conocimiento de los cantares. Éstas son las artes de los Maestros de Roke incluso ahora, a pesar de que el cantor ocupó el lugar del descubridor cuando el descubrir comenzó a ser considerado un mero oficio provechoso, indigno de un mago.

Y fue con estas discusiones como comenzó la escuela de Roke.

Hay algunos que dicen que los comienzos de la escuela fueron muy diferentes. Dicen que Roke solía ser gobernada por una mujer llamada la Mujer Oscura, que estaba confabulada con los Antiguos Poderes de la tierra. Dicen que vivía en una cueva debajo del Collado de Roke, que nunca salía a la luz del día, pero que tejía inmensos hechizos sobre la tierra y el mar que obligaban a los hombres a llevar a cabo sus malvadas intenciones, hasta que el primer Archimago llegó a Roke, abrió la cueva y entró en ella, derrotó a la Mujer Oscura y ocupó su lugar.