Rush miraba a uno y a otro con sus agudos y brillantes ojos. —No eres solamente un hombre mañoso —dijo—, sino también un hombre astuto. Bueno, no eres el primero.
Él se quedó pensativo.
—A ésta la llaman la Casa de Ath —prosiguió ella.
—Él vivió aquí—dijo Dory, un atisbo de orgullo atravesó por un instante su impotente dolor—. El Mago Ath. Hace mucho tiempo. Antes de partir hacia el peste. Todas mis antepasadas eran mujeres sabias. Él se quedó aquí. Con ellas.
—Dame un cubo —dijo Rush—. Traeré agua para mojar estos trapos.
—Yo traeré el agua —dijo Golondrina. Cogió el cubo, salió al patio y se dirigió hacia el pozo. Igual que antes, Cuervo estaba sentado sobre el brocal, aburrido e impaciente.
—¿Por qué estamos aquí perdiendo el tiempo? —le preguntó, mientras Golondrina bajaba el cubo hacia el interior del pozo—. ¿Ahora estás buscando y cargando agua para las brujas?
—Sí—le contestó Golondrina—, y lo seguiré haciendo hasta que la mujer muera. Y luego llevaré a su hija hasta Roke. Y si quieres leer el Libro de los Nombres, puedes venir con nosotros.
Así fue como la escuela de Roke tuvo su primer alumno, el que llegó del otro lado del mar, junto con su primer bibliotecario. El Libro de los Nombres, que está guardado ahora en la Torre Solitaria, fue la base del conocimiento y del método del Nombramiento, la base de la magia de Roke. La niña Dory, que como ellos decían les enseñó a sus maestros, se convirtió en la señora de todas las artes de curación y de la ciencia de las hierbas, y estableció esa maestría con grandes honores en Roke.
Con respecto a Cuervo, incapaz de separarse del Libro de los Nombres ni siquiera durante un mes, envió a que recogieran sus propios libros en Orrimy y se estableció en Zuil con ellos. Permitía que la gente de la escuela los estudiara, siempre y cuando les mostrara, a él y a ellos, el debido respeto.
Y así fueron pasando los años para Golondrina. A finales de primavera partía en el Esperanza, buscando y descubriendo gente para la escuela de Roke, niños y jóvenes, en su mayoría, que tenían un don para la magia, y a veces mujeres y hombres adultos. La mayoría de los niños eran pobres, y aunque no se llevaba a ninguno de ellos contra su voluntad, sus padres o sus señores pocas veces sabían la verdad: Golondrina era un pescador que quería un muchacho para que trabajase con él en el barco, o una muchacha para entrenarla en los galpones donde se tejía, o estaba comprando esclavos para su señor en otra isla. Si enviaban a un niño con él para darle una oportunidad, o si vendían a un niño a causa de su pobreza para que trabajara para él, les pagaba con marfil verdadero; si le vendían un niño como esclavo, les pagaba con oro, y al día siguiente había desaparecido, cuando el oro se convertía nuevamente en excremento de vaca.
Viajó hasta muy lejos en el Archipiélago, incluso llegó hasta el Confín del Levante. Nunca iba dos veces al mismo pueblo o a la misma isla sin dejar pasar unos cuantos años en medio, para que su rastro se enfriara. Pero aun así se comenzó a hablar de él. El que se Lleva a los Niños, lo llamaban, un terrible hechicero que llevaba niños a su isla en el helado norte y allí les chupaba la sangre. En aldeas de Way y Felkway todavía les hablan a los niños de El que se Lleva a los Niños, para que desconfíen de los extraños.
Para entonces había mucha gente de la Mano que sabía lo que estaba en marcha en Roke. Los jóvenes llegaban allí enviados por ellos. Hombres y mujeres iban a que se les enseñara y a enseñar. Muchos de ellos tenían grandes dificultades para llegar hasta allí, porque los hechizos que ocultaban la isla eran más fuertes que nunca, haciéndola parecer simplemente una nube, o un arrecife entre inmensas olas; y el viento de Roke soplaba, lo cual mantenía a cualquier barco alejado de la Bahía de Zuil a menos que hubiese un hechicero a bordo que supiera cómo cambiar ese viento. Así y todo, llegaban, y a medida que fueron pasando los años se necesitó una casa más grande para la escuela que cualquiera que hubiera en Zuilburgo.
En el Archipiélago, los hombres construían barcos y las mujeres construían casas, ésa era la costumbre; pero cuando tenían que construir un gran edificio, las mujeres permitían que los hombres trabajaran con ellas, no tenían las supersticiones de las mineras, que procuraban mantener a los hombres lejos de las minas, o las de los carpinteros de navíos, que prohibían a las mujeres observar una quilla colocada. Así que ambos, hombres y mujeres de gran poder, construyeron la Casa Grande en Roke. Su piedra angular fue colocada en la cima de una colina sobre el Pueblo de Zuil, cerca del Bosquecillo y de cara al Collado. Sus paredes fueron hechas no sólo de piedra y madera, sino que también fueron fortalecidas con hechizos y sus cimientos estaban llenos de magia.
De pie en aquella colina, Medra había dicho: —Hay una vena de agua, justo debajo de donde me encuentro, que no se secará.
Excavaron cuidadosamente y llegaron hasta el agua; dejaron que se disparara hacia arriba, a la luz del sol; y la primera parte de la Casa Grande que hicieron fue su más íntimo lugar, el patio de la fuente.
Allí Medra caminó con Elehal sobre el pavimento blanco, antes de que hubiera ninguna pared construida a su alrededor.
Ella había plantado junto a la fuente un joven serbal que había sacado del Bosquecillo. Se acercaron para asegurarse de que estaba creciendo bien. El viento de la primavera soplaba fuerte, hacia el mar, más allá del Collado de Roke, haciendo salpicar el agua de la fuente. Arriba, en la cuesta del Collado, pudieron ver a un pequeño grupo de personas: un círculo de jóvenes estudiantes aprendiendo cómo hacer trucos de ilusión con el hechicero Hega de O, al que llamaban Maestro Mano. Las hierbas centellas, que ya habían florecido, arrojaban sus cenizas al viento. Había mechones grises en los cabellos de Ascua.
—Entonces te vas —dijo ella—, y nos dejas a nosotros para que arreglemos este asunto de la Norma. —Parecía enojado, como siempre, pero su voz raramente sonaba tan áspera como ahora cuando le hablaba a él.
—Me quedaré si quieres, Elehal.
—Sí que quiero que te quedes. ¡Pero no te quedes! Eres un descubridor, tienes que salir a descubrir. Es sólo que ponerse de acuerdo en la Manera, o en la Norma, como Waris quiere que la llamemos, es el doble de trabajo que construir la Casa. Y provoca diez veces más discusiones. ¡Me gustaría poder escaparme de ello! Me gustaría tan sólo poder caminar contigo, así… Y me gustaría que no fueras hacia el norte.
—¿Por qué discutimos? —preguntó él con un tono de voz bastante triste.
—¡Porque es más fuerte que nosotros! Reúne a veinte o treinta personas de poder en una habitación, cada uno querrá salirse con la suya. Y tú juntas a hombres que siempre se han salido con la suya, con mujeres que se han salido con la de ellas, y terminarán resentidos unos con otros. Y además, hay también algunas divisiones verdaderas y reales entre nosotros, Medra. Ellos tienen que tranquilizarse, y no pueden ser tranquilizados fácilmente. Aunque un poco de buena voluntad ayudaría bastante.
—¿Se trata de Waris?
—Waris y muchos otros hombres. Y es que ellos son hombres, y le dan más importancia a eso que a cualquier otra cosa. Para ellos, los Poderes Antiguos son abominables. Y los poderes de las mujeres son sospechosos, porque suponen que todos ellos están relacionados con los Poderes Antiguos. ¡Como si esos Poderes fueran a ser controlados o utilizados por algún alma mortal! Pero ellos ponen a los hombres donde nosotros ponemos al mundo. Y entonces sostienen que un verdadero mago debe ser hombre. Y célibe.
—Ah, eso —dijo Medra alicaído.
—Sí, justamente eso. Mi hermana me dijo anoche que ella, Ennio y las carpinteras se han ofrecido para construirles una parte de la Casa que sea únicamente de ellos, o incluso una casa separada, para que puedan mantenerse puros.