La idea de una escuela para magos le hizo reír. Una escuela para verracos salvajes, pensó, ¡un colegio para dragones! Pero el hecho de que hubiera alguna clase de intrigante reunión de hombres de poder en Roke parecía algo probable, y la idea de que existiera cualquier liga o alianza de magos lo horrorizaba más y más cuanto más pensaba en ella. Era antinatural, y podía existir únicamente bajo un gran poder, bajo la presión de un deseo dominante: el deseo de un mago lo suficientemente poderoso como para tener magos incluso más poderosos trabajando para él. ¡Allí estaba el enemigo que él quería!
Sabueso estaba abajo en la puerta, le dijeron. Primitivo ordenó que lo hicieran subir. —¿Quién es Golondrina? —preguntó tan pronto como vio al anciano.
Con la edad, Sabueso había llegado a verse como su nombre: arrugado, con una larga nariz y ojos tristes. Olfateó y pareció estar a punto de decir que no sabía, pero sabía que era mejor no tratar de mentirle a Primitivo. Suspiró. —Nutria —dijo—. El que mató al viejo Cara Pálida.
—¿Dónde se esconde?
—No se esconde. Ha recorrido la ciudad, hablando con la gente. Se fue a ver a su madre en Endlane, detrás de la montaña. Ahora está allí.
—Deberías habérmelo dicho de inmediato —dijo Primitivo.
—No sabía que ibas detrás de él. Yo lo he estado buscando durante mucho tiempo. Me engañó —Sabueso hablaba sin rencor.
—Engañó y mató a un gran mago, a mi maestro. Es peligroso. Quiero venganza. ¿Con quién habló aquí? Los quiero. Y luego lo buscaré a él.
—Con algunas ancianas que viven junto a los muelles. Con un viejo hechicero. Con su hermana.
—Tráelos aquí. Llévate a mis hombres.
Sabueso olfateó, suspiró y asintió con la cabeza.
No había mucho que sacarle a la gente que le trajeron sus hombres. Otra vez lo mismo: pertenecían a la Mano, y la Mano era una liga de poderosos hechiceros en la Isla de Morred, o en Roke; y el hombre Nutria o Golondrina venía desde allí, aunque era oriundo de Havnor; y le tenían mucho respeto, aunque era simplemente un descubridor. La hermana había desaparecido, tal vez se habría ido con Nutria a Endlane, donde vivía la madre. Primitivo hurgaba en sus turbias y estúpidas mentes, hizo que torturaran al más joven de todos ellos, y luego los quemó en un lugar donde Losen pudo sentarse en su silla y observar. El Rey necesitaba distraerse un poco.
Todo esto le tomó solamente dos días, y todo el tiempo Primitivo se lo pasaba buscando y haciendo averiguaciones para acercarse a la aldea de Endlane, enviando a Sabueso hasta allí antes de ir él mismo, enviando allí a su propio presentimiento para que observara el lugar. Cuando supo dónde estaba el hombre, él mismo se trasladó hasta allí inmediatamente, con alas de águila; porque Primitivo era un gran cambiador de forma, tan intrépido que era capaz de adoptar incluso la forma de un dragón.
Sabía que no estaría de más ser precavido con aquel hombre. Nutria había derrotado a Tinaral, y luego estaba todo ese asunto de Roke. Había alguna fuerza en él, o con él. Aun así, era difícil para Primitivo temerle a un mero descubridor que visitaba a sus parientes y a otra gente de esa clase. No podía rebajarse a pasar a escondidas o esconderse. Tocó el suelo a plena luz del día en la plaza de la aldea de Endlane, convirtiendo sus garras en las piernas de un hombre y sus grandes alas en brazos.
Un niño salió corriendo llamando a su madre. No había nadie más por allí. Pero Primitivo miró a su alrededor, todavía con algo de la mirada fija, rápida y brusca de un águila. Un mago reconoce a otro mago, y él sabía en qué casa estaba su presa. Caminó hasta allí y abrió la puerta de un golpe.
Un menudo hombre moreno que estaba sentado a la mesa levantó la vista para mirarlo.
Primitivo alzó su mano para obrar sobre él el hechizo paralizador. Su mano fue detenida, sostenida inmóvil a medio levantar junto a su cuerpo.
¡Aquello era una lucha! ¡Por fin un enemigo con el que valía la pena pelear! Primitivo dio un paso hacia atrás y después, sonriendo, levantó sus dos brazos hacia fuera y hacia arriba, muy lentamente pero sin detenerse, no permitiría que nada de lo que el hombre pudiera hacer lo detuviera.
La casa desapareció. No quedaron paredes, ni techo, ni nadie. Primitivo se quedó de pie sobre la tierra de la plaza de la aldea bajo la luz del sol de la mañana con sus brazos en el aire.
Era solamente una ilusión, por supuesto, pero lo detuvo un momento en su hechizo, y además tuvo que deshacer la ilusión, trayendo otra vez el marco de la puerta frente a él, las paredes y las vigas del techo, el destello de luz en la vajilla, las piedras del hogar, la mesa. Pero no había nadie sentado a la mesa. Su enemigo se había ido.
Y entonces se puso furioso, muy furioso, como un hombre hambriento cuya comida ha sido arrebatada de su mano. Invocó al hombre Golondrina para que reapareciera, pero no sabía su verdadero nombre y no podía dominar ni su corazón ni su mente. Las invocaciones no fueron respondidas.
Salió andando a zancadas de la casa, se dio vuelta y echó un hechizo de fuego sobre ella para que estallara en llamas, el fuego salía incesantemente del techo, de las paredes y de todas las ventanas. De la casa salían mujeres corriendo y gritando. Seguramente se habían escondido en la habitación de atrás; no les prestó atención. «Sabueso», pensó. Pronunció la invocación, utilizando el verdadero nombre de Sabueso, el anciano acudió a él pues se vio obligado a hacerlo. Sin embargo, estaba hosco, y le dijo: —Estaba en la taberna, allí abajo, podrías haber dicho mi nombre de pila y yo habría venido.
Primitivo lo miró sólo una vez. La boca de Sabueso se cerró de golpe y permaneció cerrada.
—Habla cuando yo te lo permita —dijo el mago—: ¿Dónde está el hombre?
Sabueso señaló con la cabeza hacia el noroeste.
—¿Qué hay allí?
Primitivo abrió la boca de Sabueso y le dio la voz justa como para que dijera, en un tono de voz monótono y entrecortado:
—Samory.
—¿Qué forma tiene ahora?
—Nutria —dijo la voz monótona.
Primitivo se rió.
—Lo estaré esperando —dijo. Sus piernas de hombre se convirtieron en garras amarillas, sus brazos en amplias alas con plumas, y el águila levantó el vuelo atravesando el viento.
Sabueso olfateó, suspiró y siguió, caminando con dificultad involuntariamente, mientras detrás de él, en la aldea, las llamas se apagaban, los niños chillaban y las mujeres gritaban maldiciones tras el águila.
El peligro de tratar de hacer el bien es que la mente llega a confundir la intención de la bondad con el acto de hacer las cosas bien.
Eso no es lo que la nutria estaba pensando mientras nadaba rápidamente río abajo por el Yennava. No estaba pensando en nada más que en la velocidad y en la dirección y en el sabor dulce del agua de río y en el agradable poder de nadar. Pero algo parecido era lo que Medra había estado pensando mientras estaba sentado a la mesa, en la casa de su abuela, en Endlane, cuando hablaba con su madre y con su hermana, justo antes de que la puerta se abriera de golpe y de que la terrible figura brillante apareciera allí de pie.
Medra había ido a Havnor pensando que como no tenía intenciones de hacer daño, no lo haría. Sin embargo, había hecho un daño irreparable. Hombres, mujeres y niños habían muerto porque él estaba allí. Habían muerto sufriendo, quemados vivos. Había puesto a su hermana y a su madre en tremendo peligro, y a él mismo, y a través de él, a Roke. Si Primitivo (de quien solamente conocía su nombre de pila y su reputación) llegaba a atraparlo y a utilizarlo como se decía que utilizaba a las personas, vaciando sus mentes como si fuesen pequeñas bolsas, entonces todos los habitantes de Roke se verían expuestos al poder del mago y a la fuerza de las flotas y de los ejércitos que obedecen sus órdenes. Medra hubiera entregado Roke a Havnor, como el mago al que nunca nombraban la había entregado a Wathort. Tal vez aquel hombre, también, había pensado que no podía hacerle daño a nadie.