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—Azver —dijo ella—. Gracias.

Acostada pero despierta en la pequeña casa, sintiendo que el aire la sofocaba y el techo se le acercaba cada vez más, de repente se durmió profundamente. Se despertó igual de sobresaltada cuando comenzó a recibir la luz del este. Fue hasta la puerta para ver lo que más le gustaba ver, el cielo antes del amanecer. Mirando hacia abajo, vio a Azver, el Maestro de Formas, envuelto en su capa gris, profundamente dormido en el suelo delante de su puerta. Ella volvió a meterse sin hacer ruido en la casa. Un rato después lo vio volviendo a su bosque, caminando despacio, un poco rígidamente, y rascándose la cabeza mientras se iba, como hace la gente cuando todavía está medio dormida.

Se puso a trabajar descascarando la pared interior de la casa, preparándola para enyesarla. Justo cuando el primer rayo de sol pasó por la ventana, alguien golpeó su puerta abierta. Fuera estaba el hombre que ella había pensado era el jardinero, el Maestro e Hierbas, con aspecto serio e impasible, como un buey marrón, junto al viejo de rostro enjuto y adusto, el Nombrador.

Ella se acercó hasta la puerta y murmuró una especie de saludo. La intimidaban aquellos Maestros de Roke; y su presencia también significaba que la época de paz había terminado, los días caminando por el silencioso bosque estival con el Maestro de Formas. Eso había llegado a su fin la noche anterior. Ella lo sabía, pero no quería saberlo.

—Nos ha enviado el Hacedor de Formas —dijo el Maestro de Hierbas. Parecía incómodo. Al observar una mata de malas hierbas debajo de la ventana, dijo—: Esto es heno blanco. Alguien de Havnor lo ha plantado aquí. No sabía que había alguno en esta isla. —Lo examinó cuidadosamente, y puso algunas vainas de semillas en su pequeña bolsa.

Irian estaba estudiando al Nombrador disimuladamente pero con mucha atención, tratando de ver si podía descubrir si era, según él había dicho, un envío o si estaba allí en carne y hueso. Nada en él parecía ser insustancial, pero ella pensó que no estaba allí, y cuando estuvo bajo la inclinada luz del sol que entraba por la ventana, y no proyectó sombra alguna, lo supo.

—¿Donde vos vivís está muy lejos de aquí, señor? —preguntó ella.

Él asintió con la cabeza. —Me he dejado a mitad del camino —contestó. Miró hacia arriba; el Maestro de Formas venía hacia donde ellos estaban, ahora bien despierto.

Los saludó y les preguntó: —¿Vendrá el Portero?

—Dijo que sería mejor que se quedara vigilando las puertas —contestó el Maestro de Hierbas. Cerró con cuidado su bolsita y miró a los demás, a su alrededor—. Pero no sé si podrá vigilar la colina de la hormiga.

—¿Qué pasa? —preguntó Kurremkarmerruk—. He estado leyendo algunas cosas acerca de dragones. No le he prestado atención a las hormigas. Pero todos los muchachos que tenía estudiando en la Torre se han ido.

—Invocados —dijo el Maestro de Hierbas, secamente.

—¿Y? —preguntó el Nombrador, más secamente aún.

—Puedo decirte solamente lo que me parece a mí —dijo el Maestro de Hierbas, reacio, incómodo.

—Hazlo —dijo el viejo mago.

El Maestro de Hierbas aún dudaba. —Esta dama no pertenece a nuestro concilio —dijo finalmente.

—Pertenece al mío —dijo Azver.

—Ha venido a este lugar, en esta época —dijo el Nombrador—. Y a este lugar, en esta época, nadie viene por casualidad. Lo único que sabe cualquiera de nosotros es lo que nos parece. Hay nombres detrás de nombres, mi Señor Curador.

El mago de ojos oscuros agachó la cabeza ante eso, y dijo: —Muy bien. —Evidentemente con alivio por aceptar el juicio de ellos antes que el suyo propio.— Thorion ha estado mucho con los otros Maestros, y con los muchachos. Reuniones secretas, círculos internos. Rumores, susurros. Los estudiantes más jóvenes están asustados, y varios me han preguntado a mí o al Portero si pueden irse, abandonar Roke. Y los hemos dejado ir. Pero no hay ningún barco en el puerto, y ninguno ha entrado en la Bahía de Zuil después del que os trajo a vos, señorita, y se fue al otro día rumbo a Wathort. El Maestro de Vientos mantiene al viento de Roke contra todo. Si llegara a venir el propio rey, no podría desembarcar en Roke.

—Hasta que cambie el viento, ¿eh? —dijo el Maestro de Formas.

—Thorion dice que Lebannen no es en realidad rey, puesto que ningún Archimago lo coronó.

—¡Tonterías! ¡Eso no es historia! —dijo el viejo Nombrador—. El primer Archimago llegó siglos después del último rey. Roke gobernaba al servicio del rey.

—Ah —dijo el Hacedor de Formas—, al mayordomo le cuesta ceder las llaves cuando el dueño regresa a casa, ¿eh?

—El Anillo de Paz ha cicatrizado —dijo el Maestro de Hierbas, con su paciente y turbulenta voz—; la profecía se ha cumplido, el hijo de Morred ha sido coronado, y aún no tenemos paz. ¿En qué nos hemos equivocado? ¿Por qué no podemos encontrar el equilibrio?

—¿Qué pretende Thorion? —preguntó el Nombrador.

—Traer a Lebannen aquí. —respondió el Maestro de Hierbas—. Los hombres jóvenes hablan de «la verdadera corona». Una segunda coronación, aquí. Por el Archimago Thorion.

—¡Atrás! —dejó escapar Irian impulsivamente, al tiempo que hacía la señal que evita que la palabra se convierta en hecho. Ninguno de los hombres sonrió, y después de unos instantes el Maestro de Hierbas hizo el mismo gesto.

—¿Cómo es que los tiene a todos? —preguntó el Nombrador—. Maestro de Hierbas, tú estabas aquí cuando Gavilán y Thorion fueron desafiados por Irioth. Su don era tan poderoso como el de Thorion, creo. Lo utilizaba para manejar a los hombres, para controlarlos totalmente. ¿Es eso lo que hace Thorion?

—No lo sé —contestó el Maestro de Hierbas—. Lo único que puedo decirte es que cuando estoy con él, cuando estoy en la Casa Grande, siento que nada puede hacerse a no ser lo que ya se ha hecho. Que nada cambiará. Nada crecerá. Que no importa qué curas utilice, la enfermedad terminará en muerte. —Miró a su alrededor, a todos lo demás, todos como un buey herido.— Y creo que es cierto. No hay otra manera de recobrar el equilibrio que no sea quedándose quietos. Hemos ido demasiado lejos. Que el Archimago y Lebannen fueran corpóreamente a la muerte y regresaran no estuvo bien. Quebrantaron una ley que no debe ser quebrantada. Por eso volvió Thorion, para restaurar la ley.

—¿Qué, para enviarlos de nuevo a la muerte? —preguntó el Nombrador, y el Hacedor de Formas: —¿Quién debe decir qué es la ley?

—Hay un muro —dijo el Maestro de Hierbas.

—Ese muro no tiene las raíces tan profundas como mis árboles —dijo el Maestro de Formas.

—Pero tienes razón, Maestro de Hierbas, hemos perdido el equilibrio —dijo Kurremkarmerruk, su voz áspera y severa—. ¿ Cuándo y dónde comenzamos a ir demasiado lejos? ¿De qué nos hemos olvidado, a qué le hemos dado la espalda, qué hemos pasado por alto?

Irian miraba a uno y a otro.

—Cuando el equilibrio está mal, quedarse quieto no es bueno. Debe empeorar aun más —dijo el Maestro de Formas—. Hasta… —Hizo un rápido gesto de cambio total con las manos abiertas, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo.

—¿Qué puede estar más mal que invocarse a uno mismo para regresar de la muerte? —preguntó el Nombrador.

—Thorion era el mejor de todos nosotros, un corazón valiente, una mente noble. —El maestro de Hierbas había hablado casi con furia.— Gavilán lo amaba. Al igual que todos nosotros.

—La conciencia lo atrapó —dijo el Nombrador— La conciencia le dijo que él era el único que podía arreglar las cosas. Para hacerlo, negó su muerte. Y así niega la vida.

—¿Y quién debe enfrentarse a él? —preguntó el Maestro de Formas—. Yo solamente puedo esconderme en mi bosque.