Licky lo sacaba temprano cada mañana, y generalmente daban vueltas por allí fuera hasta altas horas de la tarde. Licky era callado y paciente. No preguntaba si Nutria estaba reconociendo alguna señal de la presencia del mineral; no preguntaba si estaba buscando el mineral o simulando que lo buscaba. El propio Nutria no podría haber respondido a esa pregunta. En aquel deambular, el conocimiento de lo que estaba bajo tierra entraría en él, como solía hacerlo, y él intentaría cerrarse a él. «¡No trabajaré al servicio del mal!», se decía a sí mismo. Entonces la brisa y la claridad estival lo calmaron, y las desnudas y resistentes plantas de sus pies sintieron la hierba seca, y él supo que debajo de las raíces de aquella hierba un arroyo se deslizaba lentamente a través de la tierra oscura, filtrándose por un amplio saliente de roca con láminas de mica, y debajo de aquel saliente había una caverna, y en sus paredes había lechos de cinabrio, delgados, de color carmesí, a punto de desmoronarse… Pero él no indicó nada. Pensaba que tal vez el mapa subterráneo que se estaba formando en su mente podría utilizarse para algo bueno, si es que podía descubrir cómo lograrlo.
Pero después de aproximadamente diez días, Licky le dijo: —El señor Gelluk vendrá a visitarnos. Si no hay mineral para él, probablemente busque a otro zahorí.
Nutria caminó una milla, dando vueltas de aquí para allá; luego regresó también dando vueltas, guiando a Licky hasta un collado no lejos del otro extremo de las viejas minas. Allí señaló hacia abajo con la cabeza y pisoteó el lugar.
De regreso en la celda, después de que Licky le hubiera desatado las manos y sacado la mordaza, le dijo:
—Allí hay algo de ese mineral. Puedes llegar a él si sigues excavando aquel túnel en línea recta, tal vez unos seis metros.
—¿Hay bastante? —Nutria se encogió de hombros.—Justo lo suficiente como para seguir buscando, ¿eh? —Nutria no contestó.— Por mí ya está bien —dijo Licky.
Dos días más tarde, cuando ya habían abierto nuevamente el viejo pozo y habían comenzado a excavar para extraer el mineral, llegó el mago. Licky había dejado a Nutria fuera sentado al sol, en vez de dentro, en la celda. Nutria le estaba agradecido. No podía estar del todo cómodo con las manos atadas y la boca amordazada, pero el viento y la luz del sol eran grandes bendiciones. Y podía respirar profundamente y dormitar sin soñar que la tierra le cubría la boca y los orificios nasales, los únicos sueños que tenía durante las noches en la celda.
Estaba medio dormido, sentado en el suelo, a la sombra, junto al cuartel; el olor de los troncos amontonados junto a la torre del horno le traía recuerdos de los trabajos en el astillero, en casa; el aroma que despedía la madera nueva cuando se pasaba el cepillo por la aterciopelada tabla de roble. Algún ruido o movimiento lo despertó. Levantó la vista y vio al mago de pie frente a él, amenazante sobre él. Gelluk llevaba unas ropas fantásticas, como solían llevar muchos de su clase en aquella época. Una larga túnica de seda, de color escarlata, bordada en dorado y negro con runas y símbolos, y un sombrero de ala ancha y copa en pico que lo hacía parecer más alto de lo que un hombre puede ser. Nutria no tuvo que observar su vestimenta para saber que era él. Reconocía la mano que había tejido sus ataduras y maldecido sus noches, el sabor agrio y el dominio asfixiante de aquel poder.
—Creo que he encontrado a mi pequeño descubridor —dijo Gelluk. Su voz era profunda y suave, como las notas de una viola—. Durmiendo bajo el sol, como alguien que ha hecho bien su trabajo. Así que los has mandado a que excaven para encontrar a la Madre Roja, ¿no es cierto? ¿Conocías a la Madre Roja antes de venir aquí? ¿Eres un cortesano del Rey? Aquí y ahora, no hay necesidad alguna de cuerdas y nudos. —Desde donde estaba, con tan sólo un movimiento de los dedos, desató las muñecas de Nutria, y el pañuelo que tenía por mordaza se aflojó y cayó.
»Podría enseñarte cómo hacer eso tú mismo —continuó el mago, sonriendo, mirando cómo Nutría se frotaba y flexionaba sus doloridas muñecas y movía los labios que había tenido aplastados contra los dientes durante horas—. Sabueso me dijo que eres un muchacho prometedor, y que podrías llegar muy lejos con un buen guía. Si deseas visitar la Corte del Rey, yo puedo llevarte hasta allí. Pero tal vez no conoces al Rey de quien te estoy hablando, ¿verdad?
De hecho, Nutria no estaba seguro de si se refería al pirata o al mercurio, pero se arriesgó a adivinar e hizo un gesto rápido señalando la torre de piedra.
Los ojos del mago se entornaron y su sonrisa se hizo más amplia.
—¿Sabes su nombre?
—Agua metálica —dijo Nutria.
—Así lo llama el vulgo, o mercurio, o azogue. Pero aquellos que lo sirven le llaman el Rey, y el Rey de todas las cosas, y el Cuerpo de la Luna. —Su mirada fija, benevolente e inquisitiva, pasó sobre Nutria y se dirigió hacia la torre, y luego volvió a él. Su cara era grande y alargada, más blanca que cualquier otra cara que Nutria hubiera visto jamás, con ojos azulados. Sus cabellos grises y negros se rizaban aquí y allá sobre su barbilla y sus mejillas. Su tranquila y amplia sonrisa mostraba unos dientes pequeños, varios de ellos ausentes.
—Aquellos que han aprendido a mirar de verdad pueden verlo tal como es, como al señor de todas las sustancias. En él yacen las raíces del poder. ¿Sabes cómo lo llamamos entre las paredes de su palacio? —El alto hombre con su alto sombrero se sentó de repente en el suelo junto a Nutria, bastante cerca de él. Su aliento olía a tierra. Sus ojos claros miraban fijamente los de Nutria.— ¿Te gustaría saberlo? Puedes saber todo lo que quieras. No necesito tener secretos contigo. Ni tú conmigo —y se rió, no amenazadoramente, sino con placer. Miró fijamente a Nutria una vez más, su alargado y blanco rostro, tranquilo y pensativo—. Tienes poderes, sí, todo tipo de pequeñas habilidades y trucos. Un muchacho listo. Pero no demasiado listo; eso es bueno. No demasiado listo para aprender, como algunos… Yo te enseñaré, si tú quieres. ¿Te gusta aprender? ¿Te gusta el conocimiento? ¿Te gustaría saber el nombre con que llamamos al Rey cuando está solo, inmerso en su brillantez en las cortes de su piedra? Su nombre es Turres. ¿Conoces ese nombre? Es una palabra en la lengua del Rey de todas las cosas. Su propio nombre en su propia lengua. En nuestra lengua materna diríamos Semen. —Sonrió otra vez y golpeó ligeramente la mano de Nutria.— Porque es la semilla y el fertilizante. La semilla y la fuente de la fuerza y el bien. Ya lo verás. Ya lo verás. ¡Venga! ¡Venga! ¡Vamos a ver al Rey volando entre sus súbditos, uniéndose para alejarse de ellos! —Y se puso de pie, flexible y repentinamente, cogiendo la mano de Nutria y tirando de él hasta ponerlo de pie con una fuerza sorprendente. Se reía dominado por la emoción.
Nutria sintió como si estuviera regresando a la vida después de una interminable, triste y aturdida condena. Cuando el mago lo tocaba no sentía el horror de las cadenas de hechizo, sino un regalo de energía y esperanza. Se dijo a sí mismo que no debía confiar en aquel hombre, pero deseaba confiar en él, aprender de él. Gelluk era poderoso, dominante, extraño, y sin embargo lo había liberado.