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Se dice que la comida de los dragones es la luz, o el fuego; matan enfurecidos, para defender a sus crías, o por deporte, pero nunca se comen a su presa. Desde tiempos inmemoriales, hasta el reinado de Heru, habían utilizado solamente las islas más remotas del Confín del Poniente —que podrían haber sido los límites más orientales de su propio reino— para reunirse y alimentarse, e incluso raramente eran vistos por la mayoría de los isleños. Irritables y arrogantes por naturaleza, los dragones pudieron haberse sentido amenazados por las crecientes población y prosperidad de las Comarcas Interiores, las cuales llegaban con su constante tráfico de embarcaciones hasta el Confín del Poniente. Fuera cual fuese la razón, en aquellos años los ataques iban en aumento, repentinos y fortuitos, a rebaños y manadas y aldeanos de las solitarias islas occidentales.

Un relato acerca del Vedurnan o División, conocido en Hur-at-Hur, dice:

Los hombres eligieron el yugo, los dragones el viento. Los hombres poseer, los dragones nada.

Eso quiere decir que los seres humanos eligieron tener posesiones y los dragones eligieron no tenerlas. Pero, así como hay ascéticos entre los humanos, algunos dragones codician cosas brillantes, oro, joyas; uno de ellos era Yevaud, quien a veces se mezclaba entre la gente con forma humana, y quien convirtió a la rica Isla de Pendor en una guardería para dragones, hasta que fue devuelto hacia el oeste por Ged. Pero los dragones depredadores de la Trova y de las canciones parecen haber estado impulsados no tanto por la codicia como por la furia, por una sensación de haber sido engañados, traicionados.

Las gestas y las trovas que hablan de ataques de dragones y contraataques de magos retratan a los dragones como a cualquier animal salvaje sin piedad, aterrador, impredecible, sin embargo inteligente, a veces más sabio que los magos. Aunque hablan en la Lengua Verdadera, son infinitamente malévolos. Algunos de ellos disfrutan claramente de las batallas de ingenio con los magos, «desgarrando argumentos con una lengua bífida». Al igual que los seres humanos, todos, excepto el más poderoso, esconden su nombre verdadero. En la trova El viaje de Hasa, los dragones aparecen como seres temibles pero con sentimientos, cuya furia ante las flotas invasoras de humanos está justificada por el amor que le tienen a su propio dominio desolado. Se dirigen al héroe:

Navega, al hogar, a las casas del alba, Hasa. Deja a nuestras alas los largos vientos del oeste, déjanos el aire de mar, lo desconocido, lo supremo…
Maharion y Erreth-Akbe

La Reina Heru, llamada el Águila, heredó el trono de su padre, Denggemal de la Casa de Ilien. Su consorte Aiman era de la Casa de Morred. Después de haber reinado durante treinta años le dio la corona a su hijo Maharion.

El consejero-mago e inseparable amigo de Maharion era un plebeyo y un «hombre sin padre», hijo de una bruja de aldea del interior de Havnor. Es el héroe más adorado del Archipiélago, su historia es contada en La Gesta de Erreth-Akbe, que cantan los bardos en la Larga Danza en pleno verano.

Los dones para la magia de Erreth-Akbe fueron evidentes cuando todavía era sólo un niño. Fue enviado a la corte para ser adiestrado allí por los magos, y la Reina lo eligió como compañero para su hijo.

Maharion y Erreth-Akbe se convirtieron en «hermanos del corazón». Pasaron diez años juntos luchando contra los Kargos, cuyos ataques ocasionales desde el este se habían convertido en los últimos tiempos en captura de esclavos, en invasiones colonizadoras. Venway, Torheven y las Torikles, Spevy, Perregal y partes de Gont estuvieron bajo dominio Kargo durante toda una generación o más. En Shelieth en Way, Erreth-Akbe urdía una poderosa magia contra las fuerzas Kargas, quienes habían desembarcado en «mil barcos» en el Pantano de Way y estaban ocupando toda la península. Utilizando una invocación de los Antiguos Poderes llamó al Saber del Agua (tal vez el mismo que Elfarran había utilizado en Solea contra el Enemigo), convocó las aguas de las Fuentes de Shelieth —manantiales y estanques sagrados en los jardines de los Señores de Way— provocando una inundación que arrasó con los invasores y los condujo de regreso hacia las costas, donde el ejército de Maharion los estaba esperando. Ningún barco de la flota volvió a Karego-At.

El siguiente contrincante de Erreth-Akbe fue un mago llamado el Señor del Fuego, cuyo poder era tan grande que alargó un día agregándole cinco horas, aunque no pudo, tal como había jurado hacer, detener el sol a mediodía y desterrar para siempre la oscuridad de las islas. El Señor del Fuego adoptó la forma de un dragón para enfrentarse a Erreth-Akbe, pero finalmente fue derrotado, pero el precio que hubo de pagar fueron los bosques y las ciudades de Ilien, los cuales fue incendiando a lo largo de la lucha. Podría ser que el Señor del Fuego fuera, en realidad, un dragón con forma humana; puesto que muy poco tiempo después de su derrota, Orm, el Gran Dragón, quien había derrotado a Ath, iba al frente de muchos de su especie para hostigar a las islas occidentales del Archipiélago —tal vez para vengar al Señor del Fuego—. Éstas ardientes bandadas provocaron un inmenso terror, y cientos de barcos llevaron gente que huía de Paln y de Semel hacia las Islas Interiores; pero los dragones no estaban causando tantos estragos como los Kargos, y Maharion juzgó que el peligro más urgente estaba en el este. Mientras que él mismo se encaminó hacia el oeste para luchar contra los dragones, envió a Erreth-Akbe hacia el este para que tratara de establecer la paz con el Rey de las Tierras de Kargad.

Heru, la Reina Madre, le dio al emisario el brazalete que Morred le diera a Elfarran; su consorte Aimal se lo había dado a ella cuando se casaron. Había pasado a través de las generaciones de los descendientes de Serriath, y era su más preciada posesión. En él estaba grabada una figura que no estaba escrita en ningún otro sitio, la Runa Unión o la Runa de la Paz, y se creía que era una garantía de gobiernos pacíficos y justos. —Deja que el Rey Kargo lleve el brazalete de Morred —dijo la Reina Madre. Y así, llevándolo como el más generoso de todos los obsequios, y como símbolo de su pacífica intención, Erreth-Akbe fue solo hasta la Ciudad de los Reyes en Karego-At.

Allí fue bien recibido por el Rey Thoreg, quien, después de la terrible pérdida de su flota, estaba preparado para pactar una tregua y retirarse de las islas Hárdicas ocupadas si Maharion no tomaba represalias.

El reino Kargo, sin embargo, ya estaba siendo manipulado por los sumos sacerdotes de los Dioses Gemelos. El sumo sacerdote de Thoreg, Intathin, se oponía a cualquier tregua o acuerdo, y desafió a Erreth-Akbe a realizar un duelo de magia. Aunque los Kargos no practicaban la magia como los pueblos Hárdicos la entendían. Intathin debió de embaucar a Erreth-Akbe para que fuera a un lugar en el cual los Antiguos Poderes de la tierra anularían sus poderes. La Gesta de Erreth-Akbe Hárdica habla sólo del héroe y del sumo sacerdote «bregando» hasta que:

la debilidad de la vieja oscuridad penetró la piel de Erreth-Akbe, el silencio de la madre oscuridad penetró en su mente. Y allí yacía, olvidando la fama y la hermandad, allí, y sobre su pecho el brazalete de la runa, roto.

La hija del «rey sabio Thoreg» rescató a Erreth-Akbe de su hechizo de trance o cautiverio y le devolvió la fuerza. El le dio la mitad del Anillo de la Paz que todavía conservaba. (De ella pasó a través de sus descendientes durante más de quinientos años hasta llegar a los últimos herederos de Thoreg, un hermano y una hermana exiliados en una isla desierta del Confín del Levante; y la hermana se la dio a Ged.) Intathin conservó la otra mitad del Anillo roto, y «se hundió en la oscuridad», es decir, en los Grandes Tesoros de las Tumbas de Atuan. (Allí la encontró Ged, y al unir las dos mitades y con ellas la perdida Runa de la Paz, él y Tenar llevaron el Anillo hasta su hogar, a Havnor.)