Los chicos se dispersaron y se agazaparon bajo el terraplén, resguardándose detrás de los árboles. A pesar de sus esfuerzos por simular indiferencia, se respiraba un aire de nerviosa expectación.
La chicas de la roca también demostraban interés, conscientes de que estaba a punto de ocurrir algo. Una de ellas se puso de rodillas y formando una visera con la mano miró hacia Terry y Eric. Ig deseó con una punzada de dolor que existiera alguna razón para que le mirara también a él.
Eric apoyó un pie en el borde del tocón y sacó un mechero, que encendió con un chasquido. La mecha empezó a escupir chispas blancas. Terry y Eric se quedaron allí un momento, mirando pensativos hacia abajo, como si dudaran de si había prendido bien. Después empezaron a retroceder, pero sin prisa. Estuvo muy bien llevado, una pequeña actuación de estudiada tranquilidad. Eric había aconsejado a los demás que se pusieran a cubierto y todos habían obedecido corriendo. Comparados con ellos, Terry y Eric parecían imperturbables y con nervios de acero, quedándose allí para prender la mecha y después retirándose con toda tranquilidad de la zona de la explosión. Dieron veinte pasos pero no se agacharon ni se escondieron detrás de nada y continuaron mirando hacia el pavo. La mecha chisporroteó durante tres segundos y después se paró. Y no ocurrió nada.
– Mierda -dijo Terry-. Igual se ha mojado.
Dio un paso hacia el tocón.
Eric le sujetó el brazo.
– Espera. A veces…
Pero Ig no pudo escuchar el resto de la frase. Nadie pudo. El pavo de doce kilos de Lydia Perrish explotó con un chasquido ensordecedor, un sonido tan intenso, tan repentino y penetrante que las chicas de la roca chillaron, igual que muchos de los chicos. Ig también habría gritado, pero la explosión parecía haberle dejado sin aire en los pulmones y sólo logró emitir un silbido.
El pavo voló en pedazos envuelto en llamas. Parte del tocón también salió volando y trozos de madera surcaron el aire. El cielo se abrió y de él cayó una lluvia de carne. Huesos todavía recubiertos de carne cruda y temblorosa cayeron golpeando las hojas de los árboles y rebotando en el suelo. Jirones de pavo chapotearon en el río. Después circularon historias según las cuales las chicas de Coffin Rock habían acabado decoradas con trozos de pavo crudo, empapadas en sangre de ave de corral, como la tía esa de la película Carrie, pero eran puras exageraciones. Los fragmentos de pavo que llegaron más lejos cayeron a más de seis metros de la roca.
Ig notaba los oídos como si se los hubiera taponado con algodón. Alguien gritó de emoción a lo lejos, o al menos eso pensó, Pero cuando se volvió a mirar vio a una chica chillando de pie casi detrás de él. Era Glenna, con su sorprendente chaqueta de cuero y su top ajustado. Estaba junto a Lee Tourneau y le agarraba dos dedos con una mano. La otra la tenía levantada con el puño cerrado, en un gesto triunfal algo palurdo. Cuando Lee se dio cuenta se soltó de su mano sin decir palabra.
El silencio se llenó de otros sonidos. Gritos, aullidos, risas. En cuanto hubieron caído del cielo los últimos restos de pavo los chicos salieron de sus escondites y empezaron a dar saltos. Algunos cogieron trozos de hueso, los tiraron al aire y simularon agacharse para esquivarlos, recreando el momento de la detonación. Otros se subieron a las ramas bajas de los árboles, como si hubieran pisado una mina y salido despedidos por los aires. Se columpiaban atrás y adelante aullando. Un chico se puso a bailar, por alguna razón simulaba tocar la guitarra, aparentemente sin saber que tenía un jirón de piel de pavo en el pelo. Parecía la escena de un documental sobre antropología. Por un momento los chicos, la mayoría de ellos al menos, parecían haberse olvidado de que tenían que impresionar a las chicas de la roca. En cuanto el pavo explotó, Ig había mirado hacia el río para comprobar que estaban bien. Ahora seguía mirándolas mientras se ponían de pie riendo y conversando animadamente entre ellas. Una hizo un gesto con la cabeza río abajo y después caminó hacia el banco de arena donde estaban los kayaks. No tardarían en irse.
Ig pensó qué podría inventarse para evitar que se fueran. Tenía el carro de supermercado y lo empujó unos pocos metros por el camino de bicicletas y después de nuevo colina abajo subido en las ruedas traseras, sólo por la necesidad de hacer algo, pues siempre pensaba mejor si se movía. Se tiró una vez y después otra, tan concentrado estaba en sus pensamientos que apenas era consciente de lo que hacía.
Eric, Terry y los otros chicos se habían congregado alrededor de los restos humeantes del árbol para inspeccionar los daños. Eric enseñó el último petardo que le quedaba.
– ¿Qué vas a volar ahora? -preguntó alguien.
Eric arrugó el ceño pensativo pero no contestó. Los chicos que estaban a su alrededor empezaron a hacer sugerencias y pronto estuvieron todos gritando. Alguien se ofreció a traer un jamón, pero Eric negó con la cabeza.
– Ya hemos hecho algo con carne.
Otro dijo que deberían meter el petardo en uno de los pañales usados de su hermana pequeña y un tercero apuntó que sólo si ella también estaba dentro, lo que suscitó risas generalizadas.
Después alguien repitió la pregunta. -¿Qué vas a volar ahora?- y esta vez hubo silencio mientras Eric tomaba una decisión.
– Nada -dijo y se metió el petardo en el bolsillo.
Los chicos emitieron ruidos de decepción pero Terry, que se sabía muy bien su papel, hizo un gesto de aprobación.
Entonces empezaron las ofertas. Un chico dijo que se lo cambiaba por las películas porno de su padre; otro por las películas caseras que hacía su padre.
– En serio, tío, mi madre es un putón en la cama -dijo, y los chicos casi se cayeron al suelo de la risa.
– Las posibilidades de que os dé mi último petardo -dijo Eric mientras apuntaba hacia Ig con el dedo pulgar- son las mismas de que un maricón de vosotros se suba al carro de supermercado y baje la colina montado en él desnudo.
– Yo me tiro -dijo Ig-. Desnudo.
Las cabezas se volvieron hacia él. Estaba a varios metros del grupo de muchachos que rodeaban a Eric y al principio nadie pareció saber quién había hablado. Después hubo risas y silbidos de incredulidad. Alguien le tiró a Ig un muslo de pavo. Éste lo esquivó y el muslo le pasó por encima de la cabeza. Cuando se enderezó vio a Eric mirándole fijamente mientras se pasaba el último petardo de una mano a la otra. Terry estaba de pie justo detrás de Eric. Tenía una expresión glacial y sacudió la cabeza de forma casi imperceptible, como diciendo: Ni se te ocurra.
– ¿Vas en serio? -preguntó Eric.
– ¿Me darás el petardo bomba si bajo la colina subido al carro sin ropa?
Eric lo miró pensativo con los ojos entrecerrados.
– Toda la cuesta. Y desnudo. Si el carro no llega abajo del todo pierdes. Me importa un huevo si te partes la crisma.
– Tío -dijo Terry-, no te voy a dejar hacerlo. ¿Qué coño quieres que le diga a mamá cuando te rompas la cabeza?
Ig esperó a que se acallaran las risas antes de responder simplemente:
– No pienso hacerme daño.
Eric dijo:
– Trato hecho. Esto no me lo pierdo.
– Esperad un momento -dijo Terry riendo y agitando una mano en el aire. Corrió sobre la tierra seca hasta Ig, rodeó el carro y lo cogió del brazo. Cuando se agachó para hablarle al oído sonreía, pero habló con voz baja y áspera-: ¿Quieres irte a tomar por culo? No vas a bajar por esa cuesta con la polla al aire. Vamos a parecer dos retrasados mentales.
– ¿Por qué? Nos hemos bañado desnudos aquí y la mitad de esos chicos ya me han visto sin ropa. La otra mitad -dijo Ig mirando a la concurrencia- no sabe lo que se ha perdido.
– No tienes ninguna posibilidad de bajar la cuesta en este trasto sin caerte. Joder, es un carro de supermercado. Tiene unas ruedas así.