Выбрать главу

Se dio cuenta de que en este momento estaba más que desesperada. Estaba casi balbuceando y le daba igual lo que decía o si se creía lo que decía (de hecho no se lo creía), porque lo único que importaba entonces era que el violoncelista diera su brazo a torcer.

Esperó. Rezó. Su móvil sonó y ella lo ignoró.

– Deje que hable con Miyoshi -dijo finalmente Hiro Matsumoto y se fue, precisamente, a hacerlo.

* * *

Barbara descubrió que Dorothea Harriman tenía un talento oculto. Por la apariencia y la conducta de Harriman, siempre había deducido que la secretaria del departamento no tenía problemas de verdad para ligar con hombres, cosa que, por supuesto, era cierta. Lo que no se había imaginado era cómo conseguía Harriman que su recuerdo permaneciera en sus víctimas durante largo tiempo y cómo éste provocaba en ellos una disposición para cooperar en cualquier cosa que ella deseara.

A los noventa minutos de la petición de Barbara, Dorothea regresó con un trozo de papel que agitaba entre sus dedos. Era su «infiltrado» en la oficina central, el compañero de piso de la hermana de un tipo que estaba, al parecer, perdido bajo el yugo de Dorothea. La compañera de piso era un piñón menor en la bien engrasada máquina que era la oficina central, se llamaba Stephanie Thompson-Smythe y «esto es lo realmente excelente» suspiró Dorothea, se estaba viendo con un tipo que aparentemente tenía acceso a aquellos códigos, llaves o palabras mágicas que eran necesarios para crear una situación de «¡Ábrete, Sésamo!» con los registros laborales de cualquier policía.

– Tuve que contarle lo del caso -confesó Dorothea.

Parecía bastante satisfecha por su éxito y deseosa de hablar con elocuencia de ello, algo que Barbara pensó que se merecía, así que la escuchó pacientemente y esperó a que le diera el trozo de papel.

– Bueno, por supuesto, ella lo sabía. Lee los diarios. Así que le dije, bueno, tuve que manipular un poquito la verdad, naturalmente, que una de las pistas parecía que les llevaba al Ministerio del Interior, lo que, por supuesto, le hizo pensar que a lo mejor el culpable está por allí en algún lugar, protegido por alguno de los altos cargos. ¿Algo así como lo de Jack, el Destripador? Da igual, le dije que cualquier cosa con la que pudiera ayudarnos sería estupenda, y le juré que su nombre no saldría a la luz en ninguna parte. Le dije que estaría haciendo un servicio heroico si nos ayudaba, incluso con el detalle más pequeño. Pareció gustarle.

– Genial -le dijo Barbara. Señaló el trozo de papel que aún aguantaba Dorothea.

– Y ella dijo que llamaría a su novio y lo hizo. Has quedado con ellos dos en el Suffragette Scroll [27] dentro de… -Dorothea miró un momento su reloj de pulsera que, como el resto de sus cosas, era fino y de oro-, veinte minutos. -Sonó triunfaclass="underline" su primera incursión en el submundo de los husmeadores y de los canallas había resultado un éxito total.

Le dio el trozo de papel, que acabó por ser el número de teléfono móvil del novio de la compañera de piso. Era, según le contó Dorothea, por si acaso pasaba algo y ellos no se presentaban.

– Tú -le dijo Barbara- eres una maravilla.

Dorothea se sonrojó.

– Creo que he llevado la situación bastante bien.

– Mejor que eso -contestó Barbara-. Me voy ya mismo. Si alguien pregunta, estoy en una misión de mucha importancia para la superintendente.

– ¿Y si pregunta ella? -señaló Dorothea-. Sólo ha ido al hospital Saint Thomas. Volverá de un momento a otro.

– Ya pensarás en algo -le dijo Barbara mientras agarraba su bolso, y se fue para encontrarse con su potencial topo de la oficina central.

* * *

El Sufragette Scroll no estaba muy lejos, ni de la oficina central ni de New Scotland Yard. El monumento dedicado al epónimo movimiento de principios del siglo xx se erguía en la esquina norte del parque que se encontraba en la intersección de Broadway con Victoria Street.

El recorrido era de cinco minutos de paseo para Barbara, en los que se incluía el tiempo que esperó al ascensor del Victoria Block, así que tenía el tiempo perfecto para fortalecerse con nicotina y ordenar su cabeza antes de que dos individuos le estrecharan la mano, esforzándose por parecer dos amantes que pasean un rato por el parque en su tiempo libre del trajín diario.

Una era Stephanie Thompson-Smythe (se presentó a sí misma como Steph T-S) y el otro se llamaba Norman Wright, quien tenía el puente de la nariz tan delgado que llevaba a pensar que entre sus antepasados se dieron serios episodios de endogamia. Podía cortar pan con la punta de su nariz.

Norman y Stephanie T-S miraron a su alrededor, como si fueran agentes del MI5.

– Habla tú. Yo vigilaré -le dijo Stephanie a su hombre, y se retiró hacia un banco un poco más lejos.

Barbara pensó que ésa era una buena idea. Cuánta menos gente involucrada, mejor.

– ¿Qué piensa del monumento? -dijo, mirando hacia arriba atentamente y hablando con las comisuras de los labios.

De ese gesto Barbara entendió que harían ver que eran dos admiradores de la señora Pankhurst [28] y sus seguidoras, y le pareció bien. Caminó alrededor del monumento, mirándolo desde abajo y murmurándole a Norman lo que necesitaba y esperaba lograr de su relación, por breve que fuera y debería ser.

– Su nombre es Whiting. Zachary Withing. Necesito todos los detalles. Tiene que haber algo en alguno de sus archivos que parezca corriente pero que no lo sea.

Norman asintió. Se tiró de la nariz, y a Barbara le dio un escalofrío pensar en el daño que ese gesto podría hacerle a su delicada protuberancia; mientras, él reflexionó sobre sus palabras.

– Así que quieres todo, ¿eh? Puede ser complicado. Si se lo envío por Internet, dejo un rastro.

– Vamos a tener que ser anticuados en nuestro método -apuntó Barbara-. Cuidadosos y anticuados.

La miró sin ningún tipo de expresión en el rostro, lo que claramente demostraba que se trataba de un fruto de la era electrónica.

– ¿Anticuados? -preguntó.

– Una fotocopiadora.

– ¡Ah! -exclamó-. ¿Y si no hay nada para copiar? Muchas de estas cosas están archivadas en el ordenador.

– La impresora. La impresora de alguien. El ordenador de otra persona. Hay maneras, Norman, tienes que encontrar una de ellas. Estamos hablando de vida o muerte. De un cadáver de una mujer en Stoke Newington y de algo podrido…

– … en Dinamarca. [29] -dijo Norman-. Sí, ya veo.

Barbara se preguntó de qué demonios estaba hablando, pero cayó en la cuenta antes de que hiciera el idiota y preguntara qué tenía que ver Dinamarca con el precio del salami.

– Ah, muy bien. Muy, muy bien. Lo que hay que recordar es que lo que es corriente puede no serlo. Este tipo ha conseguido muy rápidamente ser comisario jefe en el condado de Hampshire, así que es posible que no nos tropecemos con pruebas aplastantes.

– Algo sutil. Sí. Por supuesto.

– ¿Y bien? -preguntó Barbara.

Vería lo que podía hacer. Mientras tanto, ¿necesitarían alguna palabra clave? ¿Quizás una señal? ¿Alguna manera para decirle que tenía buenas noticias sin tener que llamar a New Scotland Yard? Y si iba a hacer copias de todo, ¿dónde dejaría lo que encontrara?

Obviamente había leído las primeras novelas de John Le Carré. Decidió que tenía que jugar al mismo juego que él. El lugar del encuentro sería, Barbara se lo explicó sotto voce, el cajero de enfrente del banco Barclays de Victoria Street. Él la llamaría a su móvil y le preguntaría: «¿Te apetece una copa, cariño?», y ella sabría que tendrían que encontrarse en ese lugar. Ella estaría detrás de él en la cola. Él dejaría la información en el cajero mientras sacase dinero o lo simulara. Entonces ella lo recogería junto a su dinero después de haber usado el cajero automático. No era el sistema más sofisticado, pensó, sobre todo por las cámaras de grabación interna que podrían registrar cada uno de los movimientos de las inmediaciones, pero no podían evitarlas.

вернуться

[27] El Sufragette Scroll es un monumento al documento que se presentó en la Casa de los Comunes el 7 de junio de 1866, en el que se reclamaba el derecho al voto para las mujeres, e incluia 1.500 firmas.

вернуться

[28] Emmeline Pankhurst (Manchester, 1858 – Londres, 1928) fue una de las fundadoras del movimiento sufragista británico.

вернуться

[29] Directa alusión a la cita de Hamlet.