Выбрать главу

Yukio abrió los ojos. Miró hacia su hermana, pero pareció que no la veía. Por primera vez, su voz era clara:

– La miré -dijo.

– ¿Puedes decirme qué viste? -le preguntó Miyoshi.

Comenzó a hablar entrecortadamente y la mitad de lo que dijo quedó ofuscado e ininteligible por lo que Isabelle se imaginó que, o eran referencias a la Biblia, o productos de su mente febril. Explicó que Jemima estaba en el claro donde se hallaba la capilla del cementerio. Se sentó en un banco. Leyó un libro. Utilizó su teléfono móvil. Finalmente, se le sumó un hombre. Gafas de sol y gorra de béisbol fue lo máximo que pudo describir de él Yukio Matsumoto, una descripción que servía para una cuarta parte de la población masculina del país, o del mundo. Eso decía a gritos «disfraz», tan alto y tan claro que Isabelle pensó que, o bien Yukio Matsumoto se lo estaba inventando completamente, o bien que finalmente habían conseguido una descripción, completamente inútil, del asesino. No estaba segura de cuál de las dos opciones era la correcta. Pero entonces las cosas se complicaron.

Aquel hombre estuvo charlando con Jemima en el banco donde ella estaba sentada. Yukio no tenía ni idea de cuánto duró la conversación, pero, cuando acabó, el hombre se marchó.

Y cuando se marchó, Jemima Hastings estaba aún viva, indudablemente.

Utilizó su teléfono de nuevo. ¿Una vez, dos, tres veces? ¿Quinientas veces? Yukio no lo sabía. Pero entonces recibió una llamada. Tras ella, caminó bordeando la capilla, fuera de su campo de visión.

– ¿Y entonces? -le preguntó Isabelle.

Nada. Al menos no al principio, no en los siguientes minutos. De repente, apareció un hombre de ese lado de la vieja capilla. Un hombre que vestía de negro…

Dios, ¿por qué siempre vestían de negro?, se preguntó Isabelle.

– Llevaba una mochila y se fue por en medio de los árboles. Lejos de la capilla, fuera completamente de su vista.

Yukio entonces esperó. Pero Jemima Hastings no regresaba al claro frente a la capilla. Entonces fue a buscarla, y así era como había descubierto algo que no había visto antes: que había un pequeño edificio colindante a la capilla. En ese edificio, Jemima yacía herida, sus manos alrededor del cuello. Entonces fue cuando vio la púa. Pensó que ella estaba intentando sacársela, así que la ayudó.

Y de este modo, pensó Isabelle, el río de sangre de su arteria, que ya había salido a chorros y manchado la camisa amarilla que llevaba su asesino, comenzó a salir al ritmo de los latidos de su corazón. Yukio no podía haber hecho nada para salvarla. No con una herida como ésa, agravada porque él retiró el arma.

Eso en el caso de que hubiera que creerle, pensó. Y tenía el terrible presentimiento de que debía creerle.

Un hombre con gafas de sol y una gorra de béisbol. El otro, de negro. Necesitarían sacar los retratos robot de ambos. Isabelle rezó por que pudieran hacerlo antes de que Zaynab Bourne llegará a la habitación y lo fastidiara todo.

Capítulo 26

Robbie Hastings no había encontrado dificultades en la comisaría de Lyndhurst. Tenía planeada una acción rápida, pero no fue necesario, como descubrió más tarde. Tras identificarse, le escoltaron hasta el despacho del comisario jefe, donde Zachary Whiting le ofreció un café y le escuchó sin interrumpirle ni una vez. Mientras Rob hablaba, Whiting fruncía el ceño como signo de preocupación, pero ese gesto tenía más que ver con la preocupación de Rob que con las preguntas que hacía y sus reclamaciones para que actuara. Ante las conclusiones del listado de preocupaciones de Rob, Whiting dijo:

– Por Dios, está todo controlado, señor Hastings. Debería haber sido informado de ello, y no puedo entender por qué no se ha hecho.

Rob se preguntó qué estaba controlado, y así lo expresó, añadiendo que había billetes de tren y el recibo de un hotel. Sabía que se los habían dado a Whiting y ¿qué es lo que había hecho con ellos? ¿Qué es lo que había hecho con respecto a Jossie?

De nuevo, Whiting, le tranquilizó. Lo que quería decir al señalar que las cosas estaban controladas era que todo lo que él -Whiting- sabía, todo lo que le habían explicado, y todo lo que le habían dado estaba ahora en manos de los detectives de Scotland Yard, que habían venido a Hampshire por la investigación del asesinato en Londres. Es decir, los billetes y el recibo del hotel, continuó Whiting. A estas alturas, debían de estar ya en Londres, pues los había enviado por mensajería especial. El señor Hastings no tenía de qué preocuparse. Si Gordon Jossie había perpetrado ese crimen contra su hermana…

– ¿Si? -preguntó Rob.

Entonces el señor Hastings podría esperar que Scotland Yard llamara en cuestión de poco tiempo.

– No entiendo por qué la Policía de Londres, y no ustedes, aquí…

Whiting levantó la manó. Le explicó que era un asunto complicado, porque más de una jurisdicción policial estaba implicada. Y al porqué estaba Scotland Yard investigando el asesinato y no la Policía local no pudo contestarle. Era probable que se debiera a asuntos políticos en Londres. Sin embargo, lo que Whiting sí le dijo es que la razón por la que el condado de Hampshire no estaba llevando el caso tenía que ver principalmente con que el asesinato no tuvo lugar en Hampshire. La Policía de Hampshire colaboraría y estaba cooperando, a pleno rendimiento, con Londres, naturalmente. Eso significaba proporcionar cualquier pista que se les ofreciera o que conocieran, y, de nuevo, quería dejarle claro que eso se había estado haciendo y que continuaría haciéndose.

– Jossie reconoce que estuvo en Londres -le contó a Whiting de nuevo-. Él mismo me lo ha dicho. El muy bastardo lo reconoce.

Y eso, también, sería notificado a la Policía de Londres. Alguien sería entregado a la justicia, señor Hastings. Es muy probable que sucediera en muy poco tiempo.

Whiting acompañó personalmente a Rob a la recepción de la comisaría al acabar la reunión. Durante el camino, le presentó al responsable de la oficina de prensa, al sargento al mando de la sala de detenidos y a dos agentes especiales, que eran el enlace con la comunidad.

En la recepción, Whiting informó a uno de los agentes especiales de servicio que hasta que tuviera lugar alguna detención respecto al asesinato en Londres de Jemima Hastings, se le podría permitir el acceso cada vez que su hermano necesitara ver al comisario jefe. Rob apreció ese gesto. Le ayudó mucho a tranquilizar su mente.

Volvió a casa y montó el trailer de los caballos. Con Frank como compañero, con la cabeza colgando por la ventana, la lengua y las orejas agitándose, condujo desde Burley por los caminos que iban a Sway y de allí al terreno de Gordon Jossie. Las estrecheces de las carreteras y conducir con el trailer de caballos le hacía ir más despacio, pero no tenía prisa. No esperaba que Gordon Jossie estuviera en la propiedad a esa hora del día.

Resultó que estaba en lo cierto. Cuando Rob dio la vuelta a la casa de campo y aparcó el camión cerca de la verja donde estaban los ponis del área de Minstead, nadie salió de la casa para detenerle. La ausencia del golden retriever de Jossie le confirmó que no había nadie. Dejó salir a Frank del Land Rover para que corriera, pero le ordenó que se mantuviera alejado cuando trajera los ponis del cercado. Como si le comprendiera a la perfección, el perro fue directo al granero, olisqueando el suelo mientras iba hacia allí.

Los ponis no estaban tan inquietos como los de dentro de Perambulation, por lo que no fue complicado hacerlos entrar al trailer de caballos. Esto explicaba de algún modo cómo Jossie los dirigió cuando los trajo aquí, pues, al contrario que Rob, no era un cuidador con experiencia. Sin embargo, no explicaba qué es lo que hacía Jossie con dos ponis, tan lejos de donde normalmente pastaban y que no eran los suyos. Tenía que haber visto el corte de sus colas, así que si los había confundido con sus propios ponis porque echó una ojeada rápida, una mirada más detenida le habría dicho que eran de otra área. Guardarlos en su terreno cuando no eran responsabilidad suya, y durante más tiempo del que necesitaban estar allí, era un gasto que otro granjero habría evitado. Rob no podía comprender por qué se los había quedado Gordon Jossie.