Cuando los tuvo listos para ser transportados, Rob volvió a la cerca para cerrar la puerta. Entonces vio algo en lo que debería haberse fijado al visitar con anterioridad el terreno, si no hubiera estado primero preocupado por su hermana y después tan absorto con la presencia de Gina Dickens y los ponis. Vio que Jossie había estado trabajando en la cerca. La puerta era relativamente nueva, un buen número de los postes de la valla también lo eran, y el alambre de espino también. La novedad, sin embargo, comprendía sólo una parte de la cerca. El resto, seguía igual. De hecho, el resto estaba muy deteriorado, con los postes torcidos y con zonas donde crecía a sus anchas la mala hierba.
Aquello le hizo pensar. Sabía que no era inusual que un campesino hiciera mejoras en su terreno. Normalmente era necesario. Sin embargo, era raro que alguien como Jossie, que se caracterizaba por su extremo y compulsivo cuidado con que hacía todo lo demás, dejara una tarea así inacabada. Volvió dentro del recinto para mirar más de cerca.
Rob se acordó de que Gina Dickens quería tener un jardín. Por un momento se preguntó si ella y Jossie habían tomado la improbable decisión de poner allí el jardín. Si Gordon intentaba construir otra cerca en algún otro lugar para los ponis, explicaría por qué no había ido más allá con su plan de transformarlo en un corral de ganado. Por otra parte, cambiar el uso del cercado para transformarlo en un corral significaría mover el pesado granito a otro lugar, un trabajo que requería el tipo de equipo que Gordon no poseía.
Rob frunció el ceño ante eso. El abrevadero, de repente, le pareció tan innecesario como la presencia allí de los ponis. ¿No había ya antes un abrevadero? ¿Dentro de la cerca? Claro, sí que lo había.
Lo buscó. No le llevó mucho tiempo. Encontró el antiguo abrevadero en la parte sin restaurar del cercado, repleto de zarzas, parras y hierbajos. Estaba a cierta distancia de la fuente de agua, lo que hacía que el nuevo abrevadero no fuera del todo una mala idea, ya que la manguera podía llegar más fácilmente. Aun así, era extraño que Gordon invirtiera en un nuevo abrevadero sin haber amortizado aún el antiguo. Tenía que haber sospechado que estaba allí.
Era curioso. Rob decidió hablar de ello con Gordon Jossie.
Volvió a su vehículo y murmuró a los ponis que se movían inquietos dentro del trailer. Llamó a Frank, el perro vino corriendo, y se pusieron en marcha hacia el norte del Perambulation.
Pese a que condujo por las carreteras principales, les llevó una hora llegar hasta allí. Rob quedó bloqueado por un tren parado en las vías en Brockenhurst, que cortaba el cruce, y de nuevo, por un autobús turístico que tenía una rueda pinchada y que provocó una caravana en el carril hacia el sur de Lyndhurst. Cuando finalmente pudo continuar hacia Lyndhurst, la impaciencia de los animales en el trailer le señaló que llevarlos hacia Minstead era una mala idea. Así que decidió girar hacia la Bournemout Road, en dirección a Bank.
Más allá y a lo largo de un camino protegido, se encontraba el pequeño enclave de Gritbam, donde una serie de casitas sin jardín que daban al campo, con árboles y riachuelos convertían la zona en el lugar más seguro en New Forest para liberar a los ponis que habían pasado demasiado tiempo tras la cerca de Gordon Jossie.
Rob aparcó en medio del camino que unía las casas, como si el lugar fuera tan estrecho que no hubiera otro sitio donde dejar el vehículo. Allí, entre el silencio roto sólo por los petirrojos y el sonido de los carrizos, liberó a los ponis. Dos niños salieron de una de las casas a verle trabajar, pero, bien educados en las costumbres de New Forest, no se aproximaron. Sólo cuando los ponis cabalgaban hacia una corriente que brillaba a distancia entre los árboles, los niños hablaron:
– Tenemos gatitos aquí, si quiere verlos. Tenemos seis. Mamá dice que vamos a tener que abandonarlos.
Rob fue hacia donde estaban de pie los niños, descalzos y pecosos en mitad del calor veraniego. Un niño y una niña. Cada uno de ellos sujetaba a un gatito en sus brazos.
– ¿Por qué has traído a los ponis? -preguntó el niño. Parecía que era el mayor de los dos y que le sacaba varios años a su hermana, que le observaba, admirada. Rob recordó que Jemima le había observado así alguna vez. Le recordó cómo le había fallado a Jemima.
Estaba a punto de explicarles lo que estaba haciendo con los ponis cuando sonó el teléfono. Estaba en el asiento de su Land Rover, pero podía oírlo claramente.
Fue a coger la llamada, escuchó la noticia que todo agister odia oír y maldijo. Por segunda vez en una semana, un poni de New Forest había sido atropellado por un motorista. Requerían los servicios de Rob para hacer lo último que hubiera deseado: tenía que ser sacrificar al animal.
La preocupación que Meredith Powell sentía por la noche se había convertido en ansiedad pura por la mañana. Toda tenía que ver con Gina. Habían compartido la cama de la habitación de Meredith, y Gina le había preguntado en la oscuridad a Meredith si no le importaba que la cogiera de la mano mientras dormían. Le había dicho: «Sé que es ridículo preguntarlo, pero creo que me ayudará a calmarme un poco…». Meredith le había contestado que sí, que por supuesto, que ni siquiera necesitaba justificarse, y cubrió la mano de Gina con las suyas. La chica se giró y agarró las de Meredith, y sus manos quedaron apoyadas durante horas y horas en el colchón entre ellas. Gina se quedó dormida rápidamente -lo cual tenía sentido, ya que la pobre chica estaba exhausta por todo lo que había pasado en la casa de Gordon Jossie-, pero su sueño fue ligero e intermitente, y cada vez que Meredith intentaba deshacerse de la mano de Gina, los dedos de ésta la apretaban, daba un pequeño gimoteo, y el corazón de Meredith lo sentía por ella. Así que en la oscuridad, pensó sobre lo que debía hacer con Gina. Había que protegerla de Gordon, y Meredith sabía que ella era probablemente la única persona dispuesta a hacerlo.
Pedirle a la Policía ayuda era algo que estaba fuera de discusión. El comisario jefe Whiting y su relación con Gordon, cualquiera que fuera, eliminaba esa posibilidad, y si incluso ésa no hubiera sido la situación, la Policía no iba a malgastar a sus agentes en proteger a alguien sólo por las marcas de unos moratones. Antes de hacer cualquier movimiento necesitaban algo más que eso. Normalmente, querían una orden judicial, una orden incumplida, cargos contra alguien, o algo por el estilo, y Meredith tenía el presentimiento de que Gina Dickens estaba demasiado asustada para decidirse por alguna de estas opciones.
Podía pedirle que se quedara en casa de sus padres, pero no por un tiempo indefinido. Era cierto que no había nadie más hospitalario que ellos, pero también era cierto que ya la estaban alojando a ella y a su hija, y que, de todos modos, en tanto que Meredith se había inventado impulsivamente lo del escape de gas para explicar la presencia de Gina, su madre y su padre supondrían que la avería estaría reparada al cabo de unas veinticuatro horas.
Si ése fuera el caso, Gina tendría que volver a su apartamento de encima del Mad Hatter. Por supuesto, era el peor sitio donde podía quedarse, ya que Gordon Jossie sabría dónde encontrarla. Así que necesitaba pensar en una alternativa por la mañana, se le ocurrió cuál podría ser.
– Rob Hastings te protegerá -le contó a Gina tras el desayuno-. En cuanto le expliquemos lo que Gordon te hizo, seguramente te ayudará. Nunca le ha gustado. Tiene habitaciones libres en su casa y te ofrecerá una sin que se la tengamos que pedir.