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¿Cómo diablos continuaba aquello?, preguntó Isabelle. Incluso si ella estaba involucrada con Jemima, eso difícilmente implicaba que la hubiera asesinado.

– Espera -le dijo Lynley-. Si ella estuviera dispuesta a escucharle… Está bien, maldita sea.

Isabelle estaba cansada. Hizo un movimiento con la mano para que continuara.

– Supongamos un par de cosas. En primer lugar vamos a suponer que, antes de su muerte, Jemima estaba en efecto involucrada sentimentalmente con Frazer Chaplin.

– Bien. Asumamos eso -dijo Isabelle.

– Bien. Ahora asumamos que el hecho de que poseyera una moneda de oro y una cornalina tallada es indicador no de que llevara un amuleto de la buena suerte o de que tuviera valor sentimental, porque pertenecía a su padre o cualquier cosa por el estilo. Digamos que todas esas cosas fueron encontradas en un tesoro romano secreto. Entonces, supongamos que ella y Gordon Jossie son las personas que lo hallaron en su terreno en Hampshire. Finalmente, vamos a suponer que antes de informar del hallazgo, algo que por ley deben hacer, algo ocurre entre Jemima y Jossie, que lleva su relación a precipitarse. Ella escapa a Londres, aunque durante todo ese tiempo sabe que existe un tesoro que podía ser suyo y que valía una fortuna.

– ¿Qué diablos sucedió para que su relación se acabara de tal modo que ella terminara escondiéndose de él? -preguntó Isabelle.

– Todavía no lo sabemos -admitió Lynley.

– Maravilloso -murmuró Isabelle-. No puedo esperar a contárselo a Hillier. Por el amor de Dios, Thomas, todo esto es mucho suponer. ¿Qué tipo de arresto podemos lograr con tanta especulación?

– Ningún arresto en absoluto -contestó Lynley-. Al menos todavía no. Faltan piezas. Pero si lo piensas un instante, Isabelle, el móvil del crimen no es una de ellas.

Isabelle consideró lo siguiente: Jemima Hastings, Gordon Jossie y un tesoro enterrado.

– Jossie tiene un móvil, Thomas -dijo ella-. No veo el de Frazer Chaplin.

– Por supuesto que tiene uno, si existe un tesoro enterrado y si Jemima Hastings le contó algo acerca de él.

– ¿Por qué se lo iba a contar?

– ¿Por qué no iba a hacerlo? Si ella está enamorada de él, si ella tiene la esperanza de que sea «él», existe una enorme posibilidad de que ella le contara lo del tesoro para asegurarse de que le retiene.

– Muy bien. Estupendo, así que ella le explicó lo del tesoro. ¿No te lleva eso a pensar que de quien se querría deshacer es de Gordon Jossie y no de Jemima Hastings?

– Eso le aseguraría el tesoro únicamente si podía aguantar el cariño de Jemima. Sus repetidas visitas a la médium indican que ella podía estar dudando de Frazer. ¿Por qué otra razón continuaría preguntándose si él era «él»? Supón que él sabía que ella se lo estaba pensando. Supón que se lo imagina. Pierde a Jemima y pierde la fortuna. La única manera de prevenir todo aquello era deshacerse de ambos (de Jemima y de Jossie) y dejar de preocuparse.

Isabelle consideró aquella opción. Mientras lo hacía, Lynley se levantó de la mesa y fue al fregadero. Se apoyó en él y se mantuvo en silencio, observando y esperando.

– Es un gran salto, Thomas -dijo ella finalmente-. Es demasiado para rendir cuentas. Han corroborado su coartada…

– McHaggis podría estar mintiendo. O se podría estar equivocando. Ella dice que él estaba en casa duchándose, pero eso es lo que siempre hacía, ¿no? Se lo preguntamos días más tarde, Isabelle, y bien podía querer protegerle.

– Y entonces, ¿qué? ¿Se acostaba con ella? ¿Con ella, con Jemima, con…, con quién más, Thomas?

– Con Gina Dickens, me atrevería a decir.

– ¿Gina Dickens? -Le miró fijamente.

– Piénsalo. Allí está ella, en las fotos de la revista de la gala de inauguración de la Portrait Gallery. Si Frazer estaba allí (y sabemos que estaba), ¿cuán imposible es creer que se encontrara con Gina Dickens aquella noche? ¿Cuán imposible es que después de encontrarse con Gina Dickens él se enamorara de ella? ¿Y quisiera añadirla a su lista de conquistas? ¿Decidió sustituir en última instancia a Jemima por ella? Y la envió a Hampshire para que se liara con Jossie, de modo que…

– ¿Te das cuenta de cuántas cosas necesitan demostrarse en todo esto? -Ella puso la cabeza entre las manos. Sentía el cerebro empapado-. Podemos suponer esto y aquello, Thomas, pero no tenemos prueba alguna de que nada de lo que estás diciendo sucediera, así que, ¿qué sentido tiene?

Lynley continuó, aparentemente sin inmutarse. Tenían pruebas, señaló, pero le parecía que no las habían estado reuniendo correctamente.

– ¿Qué, por ejemplo?

– El bolso y la camisa manchada de sangre en el cubo de Oxfam, para empezar. Hemos asumido que alguien los colocó allí para implicar a uno de los huéspedes de la casa de Bella McHaggis. No hemos considerado todavía que, sabiendo que la caja no se vaciaba regularmente, uno de los habitantes de la casa la puso allí simplemente para guardarlos.

– ¿Almacenarlos?

– Hasta que lo pudiera llevar hasta Hampshire, entregárselos a Gina Dickens y colocarlos en algún lugar de la propiedad de Gordon Jossie.

– Dios. Esto es una locura. ¿Por qué no simplemente…?

– Escucha. -Lynley regresó a la mesa y se sentó. Se inclinó sobre ella y puso la mano sobre su brazo-. Isabelle, no es tan alocado como parece. El crimen dependía de dos cosas. Primero, el asesino debía tener conocimiento del pasado de Jemima, de su presente y de sus intenciones hacia Gordon Jossie. Segundo, el asesino no podía haber trabajado solo.

– ¿Por qué no?

– Porque tenía que reunir todas las pruebas necesarias para incriminar a Gordon Jossie por ese asesinato, y esas pruebas iban a hallarse en Hampshire: el arma homicida y una camisa amarilla del armario de la ropa de Jossie, me imagino. Al mismo tiempo, el asesino tenía que saber qué iba a hacer Jemima en relación con Jossie. Si Frazer era en efecto su amante, ¿no te parece razonable suponer que ella le enseñó las tarjetas que Jossie puso cerca de la galería para intentar localizarla? ¿No es razonable concluir que, sabiendo de esas postales y todavía con una historia con Gina Dickens, Frazer Chaplin empezara a ver una manera de quedarse con todo: el tesoro, la forma de llegar a él y también con Gina Dickens?

Isabelle pensó en ello. Intentó ver cómo pudo haber sucedido: una llamada hecha al número de la tarjeta que le diría a Gordon Jossie dónde encontrar a Jemima. La decisión de ésta de encontrarse con Jossie en un lugar privado. Alguien en Hampshire vigilando a Jossie y controlando sus movimientos, y alguien en Londres haciendo lo mismo con Jemima, y esas dos personas íntimamente ligadas con Jossie y con Jemima, al tanto de la naturaleza de la relación que uno había tenido con la otra; esas dos personas, además, en contacto; esos álguienes estaban sincronizados como bailarines de ballet.

– Me marea -dijo finalmente-. Es imposible.

– No lo es, especialmente si Gina Dickens y Frazer se conocían desde la noche de la inauguración de la galería. Y hubiera funcionado, Isabelle. Tan cuidadosamente planeado como estaba, hubiera funcionado perfectamente. La única cosa que no tuvieron en cuenta fue la presencia de Yukio Matsumoto aquel día en el cementerio. Frazer no sabía que Matsumoto era el ángel de la guarda de Jemima. Probablemente no lo sabía ni la propia Jemima. Así que tampoco Frazer ni Gina Dickens tuvieron en cuenta que alguien vería cómo Jemima y Frazer se encontraban, y también cómo Gordon Jossie la dejaba allí viva.

– Si es que ése era Gordon Jossie.

– No veo cómo podría ser otra persona, ¿tú sí?

Isabelle lo consideró desde todos los ángulos. Muy bien, podía haber sucedido de esa manera. Pero había un problema con todo lo que había dicho Lynley, y ella no podía ignorarlo, como tampoco podía él.