Выбрать главу

– ¿Qué? -gritó ella. Tenía ganas de enseñarles la puerta. Se preguntó cuántas veces más iba a tener que decirles a esos estúpidos dónde debían dirigirse, que era hasta Yolanda, la vidente chalada.

Lynley habló de nuevo. Comenzó a explicar todo tipo de cosas. Tenían que ver con el móvil de Jemima y con las llamadas que hizo el día de su muerte, y con las que recibió después de morir y los ping de las torres de conexión de telefonía móvil, fuera lo que fuese aquello. Frazer la llamó dentro de los plazos en los que se produjo su muerte, pero no llamó después, lo que, aparentemente, sugirió a los polis ¡que Frazer era el que había asesinado a la pobre muchacha! Bella se preguntó si había algo con menos sentido que aquello.

Entonces la mujer policía intervino. Su explicación tenía que ver con la moto de Frazer. Le soltó lo del color de la moto y lo de los dispositivos que había colocado en ella para ganar un poco más de dinero, y cómo la movilidad de Frazer encima de una moto por toda la ciudad era bastante fácil.

– Espere un momento -soltó Bella, porque no era tan tonta como ellos imaginaban, y comprendió entonces de qué iba todo ese juego. Señaló que si estaban interesados en las motos, ¿habían pensado que de la estaban parloteando era una moto italiana y que éstas podían ser alquiladas ese mismo día, y que había un italiano que vivía en su casa, quien había estado un tanto insensible con Jemima desde que ésta finalizara su relación con él? ¿Y todo ello no sugería que deberían estar buscando a Paolo di Fazio si quisieran endosarle el crimen a alguien de la casa de Bella?

– Señora McHaggis -repitió Lynley, con esos ojos llenos de profundidad. Los tenía marrones. ¿Por qué un hombre tan rubio tenía los ojos tan marrones?

Bella no quería ni oír ni escuchar. Les recordó que nada de lo que estaban contando importaba, pues Frazer no estuvo en ningún lugar cerca de Stoke Newington el día en que murió Jemima Hastings. Estuvo exactamente donde siempre estaba, entre su trabajo en la pista de hielo y en el hotel Duke. Había estado aquí, en su casa, duchándose y cambiándose de ropa. Les dijo que, como ya les había repetido hasta la saciedad, cuántas veces iba a tener que…

– Él la sedujo, ¿no es así, señora McHaggis? -Fue Isabelle quien se lo preguntó y lo hizo de malas maneras. Todos estaban sentados alrededor de la mesa de la cocina, donde había un conjunto de recipientes con condimentos que Bella quiso lanzarle a Isabelle o contra la pared, pero no lo hizo. En su lugar dijo:

– ¿Cómo osa? -Una expresión que puso de manifiesto su edad más que cualquier cosa que hubiera dicho.

Los jóvenes -como aquellos dos agentes- hablaban de este tipo de cosas todo el tiempo. Tampoco usaban el verbo «seducir» cuando hablaban de lo suyo, y pensaron que no estaban haciendo nada que invadiese la privacidad de nadie en ningún momento.

– Eso es lo que hace, señora McHaggis -dijo la superintendente.

– Nos han confirmado que esto…

– En esta casa tenemos reglas -les dijo Bella, cortante-. Y no soy ese tipo de mujer. Sólo con sugerirlo…, incluso pensarlo…, o empezar a pensarlo…

Se estaba derrumbando y lo sabía. Creía que aquello la hacía parecer una completa tonta ante sus ojos, como un trapo viejo que sin saber cómo había caído víctima del piquito de oro de Casanova, que al principio quería su dinero, cuando ella no tenía tal dinero, y que entonces hizo que se preguntara por qué él se molestó con ella. Puso en orden sus pensamientos. Pensó en la dignidad que aún le quedaba.

– Conozco a mis huéspedes -dijo-. Tengo el hábito de conocerles, pues comparto una maldita casa con ellos, y no creo que quiera compartir mi casa con un asesino, ¿verdad?

No esperó a que le respondieran esta pregunta, que era completamente retórica.

– Presten atención porque no voy a repetirlo: Frazer Chaplin ha estado en esta casa desde la primera semana en la que empecé a alquilar habitaciones, y creo que le conozco lo suficiente…, y que sé lo que es desde… mucho antes que ustedes, ¿verdad?

Los dos policías intercambiaron una larga mirada.

– Tiene razón. Tampoco es algo que queramos indagar -dijo Lynley-. Lo que la superintendente quiere decir simplemente es que Frazer tenía éxito con las mujeres.

– ¿Y qué si lo tiene? -respondió-. No es culpa suya.

– No discrepo.

Lynley volvió a preguntar si podían simplemente volver a hablar sobre dónde estaba Frazer el día de la muerte de Jemima Hastings. Ella repitió que ya lo había dicho una y otra vez, y que las cosas no iban a cambiar por mucho que lo repitiera. Frazer había hecho lo de siempre…

Aquello les hizo volver donde querían. Si cada día era igual en la vida de Frazer Chaplin, ¿existía la posibilidad de que ella se estuviera equivocando, que simplemente les estuviera diciendo lo que pensaba que Frazer había estado haciendo y que quizás él hubiera hecho o dicho algo para que ella creyera que estaba en casa cuando la verdad es que no lo estaba? ¿Ella lo había visto siempre que él llegaba a casa para ducharse y cambiarse de ropa cuando iba de un trabajo al otro? ¿Estaba ella, de hecho, en casa cuando esto sucedía? ¿O podía haber estado comprando? ¿O trasteando arriba y abajo por el jardín? ¿Quizás había quedado con una amiga? ¿O había salido a tomar un café? ¿Tal vez estuvo colgada del teléfono durante un rato, o mirando un programa de televisión, o atendiendo a un compromiso que la llevó fuera o quizás a otra parte de la casa? ¿Existía la posibilidad de que ella, entonces, no supiera, que no pudiera jurar, que no lo hubiera visto o pudiera confirmar…?

Bella se sintió mareada. La estaban aturdiendo con todas las posibilidades. La verdad del caso es que Frazer era un buen chico y que no lograban verlo porque eran policías, y ella sabía cómo eran los policías. ¿No eran todos iguales? ¿No sabían todos ellos que lo mejor que hacían los policías era encontrar a un supuesto asesino y después manipular los hechos hasta encasquetarle la culpa a uno? ¿Y no habían demostrado los periódicos con falsas pruebas que había tipos del IRA relacionados con los de la Met y Dios, Frazer era irlandés, y Dios, si era irlandés eso no lo convertía en culpable ante sus ojos?

Entonces Lynley empezó a hablar de la National Portrait Gallery. Mencionó a Jemima y la foto de ésta, y Bella entendió entonces que el tema de conversación había cambiado de Frazer a las fotos de sociedad y francamente, se sintió aliviada de verlas.

– … demasiada casualidad para nuestro gusto -estaba diciendo Lynley. Mencionó a alguien que se llamaba Dickens, que relacionó por alguna razón con Hampshire, y entonces dijo algo más sobre Frazer y después sobre Jemima, y entonces ya no importaba, porque ¿qué pintaba ella en todo esto?, exigió Bella. Sintió que se desvanecía, tenía las manos heladas.

– ¿Quién? -preguntó Lynley.

– Ella, ella. -Bella señaló con su frío dedo la fotografía que la devolvía a la realidad. Era el tren de la verdad, que se acercaba a ella a toda velocidad. Su silbato decía tonta, tonta, tonta, y el sonido se hacía más ensordecedor a medida que se acercaba a ella.

– Esta es la mujer de la que estamos hablando -le dijo la superintendente, inclinándose para ver a la mujer de la fotografía-. Esta es Gina Dickens, señora McHaggis. Creemos que Frazer se reunió con ella esa noche…

– ¿Gina Dickens? -dijo Bella-. Están locos. Toda la vida ha sido Georgina Francis. La eché el año pasado por romper una de mis reglas.

– ¿Qué regla? -preguntó el superintendente.

– La regla de…

Tonta, tonta, tonta.

– ¿De? -insistió el inspector.

– Frazer… Ella… -dijo Bella. Tonta, tonta, tonta-. Dijo que ella se había ido. Dijo que nunca la había visto una vez que se fue. Él decía que ella era la que le quería…, pero él no la amaba…, no quería nada con ella.