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Utilizó torpemente la tarjeta y la dejó caer en un par de ocasiones antes de que finalmente pudiera abrir la puerta. Echó un vistazo al pasillo y entró en la habitación. De repente hubo un movimiento a su izquierda. Una ráfaga de aire y algo borroso en la sombra. La puerta se cerró tras ella y oyó que se pasaba el cerrojo. Se giró y se encontró cara a cara con un completo desconocido. Un hombre. Por un momento, y sólo fue un simple instante, se le cruzó por la mente de manera fugaz que ridículamente se había metido en la habitación equivocada, que la habitación había sido alquilada a cualquier otro, que, para empezar, el dormitorio de Gina nunca estuvo encima del Mad Hatter. Y entonces se dio cuenta de que estaba en peligro, cuando el hombre la agarró del brazo, la volteó y le tapó bruscamente la boca con la mano. Sintió algo que la presionaba en el cuello, algo terriblemente afilado.

– ¿Qué tenemos por aquí? -le susurró al oído-. ¿Y qué vamos a hacer al respecto?

* * *

Cuando recibió la llamada telefónica del sargento de Scotland Yard, Gordon Jossie supo que había llegado el verdadero final con Gina. Hubo un momento aquella mañana, en la cocina, cuando ella negó lo de Jemima, en el que casi le había llegado a convencer de que estaba diciendo la verdad, pero después de que la detective Havers le llamara preguntándole por qué Gina no había aparecido en el hotel en Sway entendió que haber creído su historia tenía más que ver con sus deseos que con la realidad. Aquello, ciertamente, servía para describir perfectamente su vida adulta, pensó malhumorado. Hubo al menos dos años de su vida -esos años después de conocer a Jemima y haberse liado con ella- en que había desarrollado un futuro de fantasía. Parecía como si aquella fantasía pudiera transformarse en realidad por la propia Jemima, porque parecía necesitarle mucho. Le necesitaba del mismo modo que las plantas requieren una tierra decente y el agua adecuada, lo que le llevó a considerar que ese tipo de necesidad convertiría el simple hecho de estar con un hombre en algo más importante que quién era ese hombre. Ella parecía precisamente lo que él estaba buscando, aunque él no había estado buscando nada en absoluto. Había decidido que no tenía sentido buscar más. Mucho menos cuando el mundo que se había construido -o quizá, mejor dicho, el mundo que le habían construido- podría venirse abajo en cualquier momento. Y entonces, repentinamente, ella estaba en Longsdale Bottom con su hermano y su perro. Y allí estaba él con Tess. Y ella fue la que dio «el primer paso», como suele decirse. Una invitación a la casa de su hermano, que era su propia casa, una invitación para beber un domingo por la tarde aunque él no bebía, no podía y no debería correr ningún riesgo por una copa.

Fue por sus ojos. Era ridículo pensar ahora en que fue aquello lo que le llevó a Burley para verla de nuevo, pero así fue. Nunca había visto a nadie con un ojo de cada color y quería estudiarlo, se decía a sí mismo para convencerse. ¿Y el resto? ¿Qué importaba? El resto le había llevado donde se encontraba ahora.

Ella tenía el pelo más corto que meses más tarde, cuando la vio en Londres, después de que le dejara. También parecía más fino, pero quizá la memoria le estaba jugando una mala pasada. En cuanto al resto, allí estaba Jemima. Igual que siempre.

Al principio no comprendió por qué había escogido el cementerio de Stoke Newington para su encuentro, pero cuando vio los senderos, los monumentos en ruinas y la vegetación creciendo sin freno se dio cuenta de que la elección del lugar tenía que ver con que no la vieran con él. Aquello debería haberle tranquilizado en cuanto a sus intenciones, pero lo quería escuchar de su boca. También deseaba que le devolviera la moneda y la piedra. Estaba decidido. Debía tenerlas porque si estaban en posesión de Jemima, nadie sabía qué era capaz de hacer con ellas.

– ¿Y cómo me has encontrado? -le había dicho ella-. Sé lo de las postales. Pero ¿cómo…? ¿Quién…?

Él le contó que no sabía quién le había telefoneado, que simplemente era la voz de un tipo explicándole algo sobre el estanco de Covent Garden.

«Un hombre», había dicho ella para sí. Parecía que había estado contemplando las diferentes posibilidades. Existían, como bien sabía él, muchas. Jemima nunca había establecido grandes lazos de amistad con otras mujeres, pero con los hombres era diferente: la completaban de una manera que las mujeres no podían. Se preguntó si Jemima habría muerto por eso. Quizás algún hombre había malinterpretado la naturaleza de sus necesidades, y había exigido de ella algo que excedía lo que ella demandaba de él. De algún modo, todo aquello explicaba la llamada telefónica que había recibido, que en sí misma podía calificarse de traición, un ojo por ojo por así decirlo, un «haz lo que te digo o te delato»… A quien fuera que estuviera buscándola porque no importa quién sea…, «sólo quiero equilibrar la balanza del daño que tú y yo nos hemos hecho».

– ¿Se lo has contado a alguien? -le había dicho él.

– ¿Por esto me has estado buscando?

– Jemima, ¿se lo has contado a alguien?

– ¿De verdad crees que quiero que alguien lo sepa?

Entendió a qué se refería, aunque sintió que era como una punzada que le estaba infligiendo en lugar de simplemente contestar a su pregunta. Sin embargo, hubo algo en la manera en la que respondió que le hizo dudar. La conocía muy bien.

– ¿Estás con un tío nuevo? -le preguntó repentinamente, no porque quisiera saberlo, sino por lo que significaría si así fuera.

– No creo que sea de tu incumbencia.

– ¿Seguro?

– ¿Por qué?

– Ya sabes.

– Por supuesto que no lo creo.

– Si se lo has contado… Jemima, dime si se lo has contado a alguien.

– ¿Por qué? ¿Estás preocupado? Sí, supongo que lo estás. Yo lo estaría en tu lugar. Déjame preguntarte una cosa, Gordon: ¿te has preguntado cómo me sentiría si lo supieran otras personas? ¿Has pensado en el desastre en el que se convertiría mi vida? «Por favor, señorita Hastings, ¿nos podría conceder una entrevista? Una declaración sobre lo que ha significado para usted. ¿Nunca sospechó de nada? ¿Qué clase de mujer no habría visto que algo iba mal…?» ¿De verdad crees que quiero eso, Gordon? ¿Mi imagen manchada en la portada de los tabloides junto a la tuya?

– Pagarían -dijo-. Como bien dices, sería un periódico sensacionalista. Te pagarían un montón de dinero por la entrevista. Una fortuna.

Ella retrocedió con la cara blanca.

– Estás loco -le dijo-. Estás más loco que antes, si es que eso es posible.

– Muy bien -dijo vehementemente-. Entonces, ¿qué has hecho con la moneda? ¿Dónde está? ¿Dónde está la piedra?

– ¿Por qué? -preguntó ella-. ¿Por qué te importa tanto?

– Quiero llevármelo todo de vuelta a Hampshire, obviamente.

– Realmente, ¿quieres eso?

– Sabes que sí. Tenemos que devolverlo, Jemima. Es la única manera.

– No, hay otra manera completamente distinta de hacerlo.

– ¿Cuál?

– Creo que ya deberías saberla. Especialmente si me has estado buscando.

En ese momento se dio cuenta de que, efectivamente, ella estaba con otra persona. Fue cuando entendió, al margen de afirmar lo contrario, que era probable que su lado más oscuro fuera a revelarse a cualquier otro, si es que no lo había hecho ya. Su única esperanza -su única garantía sobre su silencio y el de cualquiera que supiera la verdad- radicaba en hacer lo que ella le pidiera.

Sabía que ella le iba a pedir algo, porque conocía a Jemima. Y la maldición que iba a cargar el resto de su vida iba a ser el conocimiento de que, de nuevo él y nadie más, se había puesto a sí mismo al borde de la destrucción completa. Él quería devolver la moneda y la piedra a esa tierra dónde habían estado enterradas durante miles de años. Y más que eso, quería saber si Jemima era capaz de mantener el secreto a salvo. Así que al poner las cartas encima de la mesa la había obligado a mostrar las suyas. Y ahora ella iba a jugar.