Por lo que había hablado con Rob Hastings, concluyó que debía de ser Meredith Powell. Si, de hecho, Meredith Powell había estado llevando a cabo algún tipo de investigación alocada por su cuenta -que, según Hastings, era lo que había hecho-, entonces se entendía que hubiera tropezado con Frazer Chaplin, cuya presencia en Hampshire sugería que estaba metido hasta el cuello en sus asuntos. Y el lenguaje corporal entre ellos lo decía todo, ¿no era así? Meredith -si realmente era ella, ¿si no quién demonios podía ser?- no quería estar con Frazer, y éste no tenía ninguna intención de dejarla libre.
Al final de High Street, se dirigieron hacia el sur por una de las calles del sistema unidireccional de Lyndhurst. Barbara los siguió.
Las señales, según vio, indicaban dirección a Brockenhurst; en otro punto del triángulo vial, la calle se convirtió en la A337. Enseguida se encontraron dentro de una frondosa zona boscosa. Todo era verde y exuberante, el tráfico fluía, pero había que prestar atención a los animales. Como el camino discurría en línea recta, Barbara frenó su marcha para que el Polo no pudiera verla. Había pocas opciones de dar la vuelta cuando uno iba a Brockenhusrt, por lo que tenía una idea clara de qué rumbo tomarían. No se sorprendió cuando, minutos más tarde, se topó con el camino a Lymington. Aquello, sabía ella, iba a colocarlos en la propiedad de Gordon Jossie. Ahí se dirigían. Ella pensaba que sabía por qué.
Obtuvo al menos parte de la respuesta a esa pregunta cuando en su móvil sonó Peggy Sue. Dado que había vaciado su bolso en el asiento trasero para buscar un pitillo, le resultó más fácil encontrar el móvil.
– Havers -gritó, y añadió-: rápido. No puedo detenerme. ¿Quién es?
– Frazer.
– ¿Qué diablos? -De ningún modo podía tener su número, pensó Barbara. Empezó a pensar en cómo había logrado hacerse con su número-. ¿Quién está contigo en el maldito coche? -inquirió-. ¿Qué es…?
– ¿Barbara?
Se dio cuenta de que era el detective Lynley.
– Maldición. Lo siento -dijo-. Pensé que era… ¿Dónde está? ¿Está usted aquí?
– ¿Dónde?
– En Hampshire. ¿Dónde si no? Escuche, estoy siguiendo…
– Hemos desenmascarado su coartada.
– ¿La de quién?
– La de Frazer Chaplin. No estaba en su casa el día que ella murió, no como dijo Bella McHaggis. Supuso que estaba allí porque siempre iba a casa entre sus dos trabajos, y él la animó a pensar que había hecho lo que hacía siempre ese día. Y la mujer en la fotografía de la Portrait Gallery… -Se detuvo porque se oía de fondo que alguien le hablaba. Dijo-: Sí, bien, a esa persona… -De nuevo se dirigió a Barbara-: Se llama Georgina Francis, Barbara, no Gina Dickens -continuó-: Bella McHaggis la ha identificado. -Alguien volvió a hablarle desde el fondo-. En cuanto a Whiting…
– ¿Qué pasa con Whiting? ¿Quién es Georgina Francis? ¿Con quién está hablando? -Ella creyó saber la respuesta a esta última cuestión, pero quería oírlo de la boca de Lynley.
– La superintendente -le contestó.
Rápidamente le contó que Georgina Francis encajaba en la fotografía: era una antigua inquilina de la casa de Bella McHaggis; la habían echado a la calle con un tirón de orejas por haber violado la norma de McHaggis acerca de la confraternización entre los habitantes de la pensión. Frazer Chaplin era el hombre implicado.
– ¿Qué diablos hacía ella en la Portrait Gallery? -preguntó Barbara-. Esto es una maldita coincidencia, ¿verdad?
– No si estaba allí para ver el concurso. No si estaba allí porque continuaba ligada a Frazer Chaplin. ¿Por qué debería finalizar su relación únicamente porque tuvo que mudarse? Consideramos…
– ¿Quiénes? -No pudo evitarlo aunque se odiaba por ello en aquel momento.
– ¿Qué?
– ¿Quiénes lo consideran?
– Por el amor de Dios, Barbara. -Él no era tonto.
– Muy bien. Lo siento. Continúe.
– Hemos hablado con la señora McHaggis largo y tendido.
Entonces contó lo de DragonFly Tonics, los dispositivos, la Vespa verde lima de Frazer, las grabaciones de las cámaras de circuito cerrado que había visionado Winston Nkata, los dos retratos robot y la camiseta amarilla, y el bolso de Jemima que habían encontrado dentro del cubo de Oxfam.
– Creemos que su intención era entregárselos a Georgina Francis para ponerlos en algún lugar de la propiedad de Gordon Jossie. Pero no tuvo tiempo suficiente. Una vez que Bella hubo visto la noticia en el diario, llamó a la Policía y tú apareciste. En ese momento el riesgo se volvió muy elevado para que él hiciera cualquier cosa que no fuera esperar a una mejor oportunidad.
– Está aquí. En Hampshire. Señor, está aquí.
– ¿Quién?
– Frazer Chaplin. Le estoy siguiendo ahora mismo. Tiene a una mujer con él y nos dirigimos a…
– Tiene a Frazer Chaplin a la vista -dijo Lynley a la persona que estaba con él. La superintendente dijo algo muy rápidamente.
– Que envíen refuerzos, Barbara. -Lynley le ordenó a Havers-. No lo digo yo. Habla Isabelle.
Isabelle, pensó Barbara. La maldita Isabelle.
– No sé dónde estamos ni adónde nos dirigimos, así que no sé decirles a los refuerzos dónde tienen que ir, señor -contestó Bárbara.
Ella estaba haciéndose la distante por razones que desconocía y que no quería explorar.
– Acércate lo suficiente para ver la matrícula. Y puedes decirme el modelo de coche, ¿verdad? Puedes ver el color -dijo Lynley.
– Sólo el color -dijo-. Tengo que seguirle…
– Maldita sea, Barbara. Entonces llama a los refuerzos, explícales la situación, y da tu número de matrícula y la descripción de tu coche. No tengo que recordarte que este tío es peligroso. Si tiene a alguien con él…
– No lastimará a nadie mientras ella conduzca, señor. Llamaré a los refuerzos cuando sepa dónde estamos. ¿Qué pasa con Whiting?
– Barbara te estás poniendo en peligro, así, sin más. No es el momento para que tú…
– ¿Qué sabemos, señor? ¿Qué le contó Norman? Oyó que Ardery hablaba.
– Ella cree…
Barbara cortó alegremente con un:
– Voy a tener que colgar, señor. El tráfico está fatal y creo que pierdo la señal y…
– Whiting -dijo él. Ella sabía que lo hizo para llamar su atención. Típico de él. Se vio forzada a escuchar toda una retahíla de hechos: el encargo a Whiting del Ministerio del Interior de proteger a alguien al más alto nivel; Lynley y Ardery llegando a la conclusión de que se trataba de Jossie, pues era la única explicación por la que Whiting no había entregado a New Scotland Yard las pruebas del viaje de Jossie a Londres; Whiting sabía que la Met se centraría en Jossie y no podía permitir que eso sucediera.
– ¿Incluso si las pruebas hacían ver que Jossie había matado a alguien? -inquirió Barbara-. Maldita sea, señor. ¿Qué tipo de alta protección? ¿Quién es este tipo?
No lo sabían, pero en ese momento daba lo mismo porque lo que importaba ahora era Frazer Chaplin… y que Barbara le tenía a la vista…
«Bla, bla, bla», pensó Barbara.
– Bien, bien, bien. Lo pillo -dijo ella-. Oh, maldita sea, creo que le estoy perdiendo, señor…, mala cobertura por aquí…, le estoy perdiendo.
– ¡Llama a los refuerzos de una vez por todas! -Esas fueron las última palabras que escuchó.
No se había quedado sin cobertura, pero el coche que estaba siguiendo había girado bruscamente hacia una carretera secundaria a las afueras de Brockenhurst. La discusión con Lynley no podía distraerla en ese momento. Decidió ir a por todas y viró a la derecha, justo por delante de un camión de mudanzas que iba en dirección contraria, justo donde una señal indicaba dirección a Sway.