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– ¡Tú la mataste! -dejó escapar. No quería hacerlo.

Intentó mantener la calma. Como Sigourney Weaver en esa película antigua sobre el bicho del espacio. Es más, incluso como un referente más antiguo, como en el programa de la tele en el que salía Diana Riggs dándole patadas a los malos en la boca con esos tacones. Qué harían ellas en esta situación, se preguntó ridículamente. Cómo actuarían Sigourney y Diana. Para ellas era fácil porque lo tenían todo en el guión y, claro, el extraterrestre, el malo, el monstruo o lo que fuera… siempre moría al final, ¿no era así? Sólo que Jemima ya estaba muerta.

– ¡La mataste! ¡La mataste! -gritó Meredith.

La punta del arma cada vez presionaba con más fuerza.

– Conduce -dijo-. Me he dado cuenta de que matar es más fácil de lo que pensaba.

Ella pensó en Cammie. Empezaba a ver borroso. Se calmó. Haría lo que le dijera y lo que fuera necesario para poder volver con Cammie.

– Tengo una hija. De cinco años -dijo-. ¿Tú tienes hijos?

– Conduce -contestó él.

– Lo que quiero decir es que tienes que dejarme ir. Cammie no tiene un padre. Por favor. No querrás hacerle eso a mi pequeña.

Ella le miró. Era moreno, como un español, y su rostro parecía marcado por la viruela. Tenía los ojos marrones. Estaban clavados en ella. No había nada en ellos. Se dio cuenta de que era como mirar una pizarra. Miró hacia otro lado y se mantuvo atenta a la carretera. Empezó a rezar.

* * *

Barbara consideró que si el otro coche se dirigía a la propiedad de Gordon -como al parecer hacía desde que giró hacia Sway-, Gina Dickens debía de estar allí. O Georgina Francis. O quien demonios fuera. A mediodía estarían en plena caminata por la propiedad de Jossie para encontrarse con el mismo Jossie, que estaría en el trabajo. En cambio, estaban de camino para encontrarse con otra persona, y esa persona tenía que ser Gina-Georgina. Todo lo que Barbara necesitaba era seguirles desde una distancia prudencial, para cerciorarse de que paraban donde ella pensaba, y después llamar a los refuerzos, si no se veía con fuerzas para lidiar con la situación ella misma.

Si iba demasiado rápido a por Frazer Chaplin, Georgina Francis podría escapar. En esa parte del campo no parecía difícil. La isla de Wight estaba sólo a un ferri de distancia. Llegar al aeropuerto desde Yarmouth no parecía complicado. Southampton tampoco estaba lejos. Como tampoco lo estaba el aeropuerto. Así que debía ir con cuidado. Lo último que quería era jugar su mano demasiado pronto. Su móvil volvió a sonar. I love you, Peggy Sue. Miró a la pantalla de su teléfono y vio que era Lynley, que sin duda llamaba porque había entendido que se había cortado antes. Dejó que sonara el buzón de voz y continuó conduciendo. El Polo delante de ella hizo un giro en el primero de los estrechos caminos que llevaban a la casa de Gordon Jossie. Estaban a menos de dos minutos de su destino. Cuando llegaron y el coche tomó el camino hacia la casa de Gordon Jossie, Barbara no se sorprendió.

Pasó rápidamente -esperó que pensaran que era sólo otro coche en el camino- y encontró un lugar un poco más adelante, donde dejó el Mini en una de las salidas de acceso de una de las granjas de la zona. Aparcó, agarró su teléfono móvil por si se decidía a cooperar con sus superiores -aunque tuvo cuidado en dejarlo apagado- y se apresuró a regresar a la dirección que había dejado atrás.

Llegó primero a la casa de Jossie, no al camino de entrada. El seto de espino escondía la casa desde el sendero, y también los protegía de ser vistos. Ella se deslizó lo suficiente para ganar un poco de visión de la entrada y un poco del prado que estaba detrás. Vio a Frazer Chaplin y a su compañera entrar y cruzar dicho prado. Salieron de su campo de visión, sin embargo, en menos de diez metros. Volvió al seto. No le apetecía acabar llena de arañazos por intentar atravesarlo. Era espeso y, a efectos prácticos, intransitable, así que necesitaba pensar otro modo de poder atravesarlo. Encontró un lugar donde el seto formaba un ángulo y se metió en él para cruzar por el este de la propiedad. Como pudo ver una vez estuvo allí, aquello daba a otro prado definido por las mismas cercas de alambre que se usaban en todos los terrenos de Jossie. Pero éste era más fácil de escalar, y así lo hizo.

Ahora lo que se interponía entre ella, el prado oeste y Frazer Chaplin era el granero en el que Jossie mantenía el coche de Jemima y su equipo de techador. Si rodeaba el garaje, sabía que podía llegar a la parte norte del prado oeste, donde Frazer Chaplin tenía a la mujer que iba con él. No había indicios inmediatos de Gina Dickens, pero cuando Barbara se escabulló en dirección al garaje y hacia su parte posterior, pudo ver el bien conservado Mini Cooper de Gina, en el camino de entrada. Era el momento de llamar a los refuerzos, pero, antes de hacerlo, tenía que asegurarse de que la presencia del reluciente coche de color rojo indicaba que estaba la propietaria. Alcanzó la parte trasera del granero.

Detrás de él, a unos cincuenta metros de distancia, empezaba el bosque, bordeado por espesos castaños, y coronado por robles. Le podía haber proporcionado un refugio excelente, un lugar para esconderse y desde donde podría observar qué sucedía en el prado. Pero desde esa distancia, no había forma de saber qué estaban diciendo. Incluso si hubiera podido oírlos, era imposible llegar al bosque sin ser vista desde el mismo prado. Aunque se arrastrara, no funcionaría, dado que el prado estaba cercado por alambre, no con piedra, y la zona entre el prado y el bosque sólo proporcionaba la protección de algunos hierbajos ocasionales. Cualquiera sería fácilmente visto por alguien desde el interior.

Aquello funcionaba en ambos sentidos, pensó. Porque desde el borde del granero Barbara podía ver el prado con bastante facilidad. Y lo que vio fue a Frazer Chaplin empuñando un arma contra el cuello de Meredith Powell. Su otro brazo agarraba a Meredith por la cintura. Si ella se movía, lo que empuñaba Frazer -debía de ser un cayado de techador, dado el lugar en el que se encontraban- le iba a atravesar la carótida a Meredith Powell, tal y como había hecho con la arteria de Jemima en el cementerio Abney Park.

Barbara se dio cuenta de que pedir refuerzos sería totalmente inútil. Para cuando llegara la Policía de Lyndhurst, Meredith Powell probablemente estaría gravemente herida o muerta. Si quería evitarlo iba a tener que actuar.

* * *

Él la llamaba George. Ridículamente, Meredith se preguntó qué clase de nombre era ése para una mujer, hasta que se dio cuenta de que se trataba de un diminutivo de Georgina. Por su parte, Gina le llamaba Frazer. Y no estaba especialmente contenta de verle. La habían interrumpido en medio de lo que parecía un cultivo en serie del prado en el que Gordon mantenía a los ponis fuera del bosque cuando necesitaban cuidados especiales. Había estado limpiando un montón de hierbajos en la zona noroeste del prado y descubrió una vieja piedra que probablemente había estado allí desde hacía por lo menos doscientos años.

– ¿Qué demonios…? -dijo ella, que dejó lo que estaba haciendo al ver cómo Meredith estaba siendo forzada a caminar hacia donde ella se encontraba-. ¡Por el amor de Dios, Frazer! ¿Qué es lo que sucede?

– Una sorpresa, me temo -respondió él.