– Sí que le gustará si tú se lo dices. Sabes cómo tratar a las chicas, ¿no es así, mi amor?
En ese momento, Gordon pensó que era mejor que la perra se quedara en el coche. Si Tess iba suelta por ahí, lo más seguro es que fuera en busca de Gina y revelara su presencia. Sin ella, él podría entrar en la casa por la puerta principal, subir en silencio las escaleras, hacer lo que tenía que hacer y marcharse sin ser visto. Sin dar ningún tipo de explicación. Sin mediar palabra.
Asintió con la cabeza a Whiting, le dijo a la perra que se quedara en el coche, y salió de él. Contó con que Gina y Meredith estaban dentro de la casa, probablemente en la cocina, pero, en cualquier caso, no estaban arriba, en el dormitorio. Si iba por la puerta delantera, podría llegar a las escaleras sin que le vieran. El suelo crujiría endemoniadamente, pero era inevitable. Haría lo posible para que todo estuviera lo más silencioso posible, y esperaría que cualquier conversación que mantuvieran fuera suficiente para cubrir su ruido. En cuanto a por qué Meredith se encontraba allí… No entendía cómo la respuesta a esa pregunta le iba a llevar a ningún lado. Además, no parecía tener importancia.
Una vez que hubo llegado a la puerta delantera, oyó sus voces. Pero la casa estaba silenciosa. Se movió lentamente por las escaleras. El único sonido era el de su peso encima de cada peldaño mientras subía. Fue hasta el dormitorio. Una simple maleta y un cuarto de hora. Gordon sabía que Whiting no se andaba con chiquitas. Un minuto de más y empezaría a pasearse por la finca, lo que obligaría a Gordon a explicarse por qué se lo llevaban o incluso él mismo daría las explicaciones. Gordon cogió su maleta de debajo de la cama.
Fue hasta la cómoda y abrió silenciosamente el cajón superior. Estaba cerca de la ventana y tuvo cuidado al moverse, intentando mantenerse fuera del alcance de la vista. Porque si Gina y Meredith estaban fuera y miraban hacia arriba… Dio un vistazo para asegurarse. Los vio a todos a la vez. La ventana daba a la entrada y a la parte oeste del prado, sin los ponis que solía tener allí por Gina, para que no entraran al recinto. Ella estaba en el prado, como Meredith. Pero con ellas estaba un hombre que no logró reconocer. Estaba de pie detrás de Meredith y la agarraba por la cintura de un modo que sugería que ella no estaba dispuesta a participar en todo aquello. Y todo aquello era una excavación. Gina tenía una de las palas del garaje y estaba cavando desesperadamente un rectángulo en el suelo, un poco más allá del abrevadero del viejo caballo. Vio que había limpiado algunos hierbajos. Debía de haber estado trabajando como una loca desde esa mañana.
Al principio pensó que lo estaba haciendo de maravilla. Las cosas parecía que salían como él esperaba. Entonces se dio cuenta de que le debía a Jemima ese instante. Claramente, ella le había revelado parte de la verdad, pero, por alguna razón, no se la había contado toda. ¿Algún tipo de lealtad perversa hacia él? ¿Sospechas sobre el otro? Nunca lo sabría.
Empezó a moverse desde la ventaba, sabiendo que los tres cavarían hasta China antes de saber qué estaban buscando.
Pero Meredith hizo un movimiento repentino -como si tratara de escapar de las manos del tipo extraño que estaba con ella- y al hacerlo, le dio la vuelta y él la volvió a girar, de modo que ya no estaban de cara a Gina y su hoyo, sino mirando hacia la casa. Gordon vio que el tipo sostenía algo sobre el cuello de Meredith, y su mirada fue de la pareja hasta Gina. Se fijó en lo que realmente estaba haciendo, el tamaño y la forma de aquello, y maldijo. Estaba cavando una tumba.
Así que ésos eran los asesinos de Jemima, pensó. Había estado durmiendo con uno de ellos. Era la mujer de Londres que, tal como le contaron los policías detectives de Scotland Yard, salía en las fotos de aquella exposición. Había ido hasta Hampshire con el objetivo de atraparlo, qué tonto había sido, y había caído en sus brazos.
Al colocar todas esas malditas tarjetas los había ayudado: «¿Han visto a esa mujer?», y por supuesto que la había visto. Jemima había confiado en aquel tío. El tío había confiado en Gina. Habían decidido el resto desde ese momento: uno de ellos en Londres, y otro en Hampshire, y cuando llegara el momento preciso…, lo demás era un juego de niños. Una llamada de ese tipo desde Hampshire: allí era donde estaba ella. Allí era donde podía encontrarla. Y entonces a esperar.
Y ahora ese momento, afuera, en el prado. Estaba destinado a ser así. Iba a haber otro cadáver. Pero en este caso en su propia casa.
No sabía cómo se lo había montado para recoger a Meredith Powell y llevarla allí. No sabía por qué lo habían hecho. Pero sí sabía con una claridad meridiana lo que pretendían, como si él mismo lo hubiera planeado. Sólo había un final posible.
Se dirigió hacia las escaleras.
Una vez que Gina Dickens empezó a excavar en serio, Barbara llamó a los refuerzos. Contaba con que Frazer no acabaría con la vida de su rehén hasta que tuviera un lugar donde deshacerse del cuerpo. La única manera de que pareciera que Gordon Jossie la había asesinado era dejarla en alguna parte y esperar que nadie la detectara hasta que estuviera bajo tierra el tiempo suficiente para que encajara con el tiempo de su muerte -y por lo tanto con la coartada de Jossie, que sería poco sólida-. Necesitaban enterrarla.
Por suerte Meredith Powell no colaboraba. Luchó lo mejor que pudo. Cuando lo hizo, sin embargo, Frazer le puso el cayado en el cuello. Sangraba profusamente por la parte delantera de su cuerpo, pero hasta ahora él había evitado el golpe fatal. Sólo lo suficiente para calmarla, pensó Barbara. Menudo trabajo estaba haciendo.
Cuando pasaron su llamada, Barbara se identificó entre susurros. Sabía que el equipo de emergencia podía estar en cualquier lugar de Hampshire, y eso, combinado con la imposibilidad de dar detalles específicos de cuál era su localización, significaba que era poco probable una intervención a tiempo. Pero ella contaba con que el comisario jefe Whiting sabía dónde vivía Gordon Jossie, y con que la información que ella había pasado, llegaría: «llama a la comisaría de Lyndhurst, cuéntale al comisario jefe Whiting que envíe refuerzos de una vez a la propiedad de Gordon Jossie a las afueras de Sway, él sabe dónde está, estoy en su casa, la vida de una mujer pende de un hilo, por el amor de Dios daos prisa, enviad a un equipo armado y hacedlo ahora».
Entonces apagó su móvil. No tenía arma, pero las probabilidades estaban a la par. Ella era totalmente capaz de marcarse un farol como nadie. Y si no disponía de nada de su parte, todavía guardaba un as en la manga. Era el momento de usarlo.
Se dirigió hacia el otro lado del garaje.
Meredith no podía gritar. La cosa puntiaguda estaba dentro de su carne por tercera vez. Ya le había pinchado en el cuello tres veces, en un lugar diferente en cada ocasión. La sangre manaba hacia abajo por su huesudo cuerpo y por sus pechos, pero no quería mirarlo por miedo a desmayarse. Ya estaba lo suficientemente débil.
– ¿Por qué? -susurró apenas. Sabía que decir «por favor» estaba fuera de lugar. Y «por qué» se refería a Jemima, no a ella. Había un buen número de preguntas que concernían a Jemima. No podía entender por qué tuvieron que matar a su amiga. Vio que lo habían hecho de tal modo que la Policía se centraría en Gordon como culpable. Llegó a la conclusión de que querían tanto a Jemima como a Gordon fuera de juego, pero desconocía el motivo. Y entonces ya no importaba, ¿verdad?, porque iba a morir también. Igual que Jemima y para qué, para qué y qué sería de Cammie. Sin un padre. Sin una madre. Creciendo sin saber lo mucho que ella… ¿Y quién la encontraría? La enterrarían, y luego y luego y después, ¡Dios!
Trató de mantener la calma. Intentó pensar. Procuró pensar en trazar un plan. Era posible. Lo era. Podía. Lo necesitaba. Y entonces sintió dolor de nuevo. Las lágrimas le caían y no quería llorar. Estaban ensangrentadas. No podía ingeniarse una manera de sobrevivir a aquello más que…, ¿qué? No lo sabía.