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– Uno se pregunta qué diablos pretenden -dijo-. ¿Ese tío de allí? Es probable que reciba un mordisco. Y luego querrá que sacrifiquemos al poni o demandar a Dios sabe quién. No es que su pretensión le lleve a ninguna parte. Pero, aun así, hay algunas especies que necesitan ser apartadas para siempre del árbol genético.

– ¿Eso crees?

Robbie se sonrojó ligeramente ante la pregunta y luego la miró.

– Supongo que no -dijo. Luego añadió-: Se ha marchado a Londres, Merry. Un día me llamó por teléfono, hacia finales de octubre, y me dijo que se iba a Londres. Pensé que se refería a pasar el día, a comprar material o algo para la tienda. Pero me dijo: «No, no es por la tienda. Necesito tiempo para pensar. Gordon está hablando de matrimonio, y yo no estoy segura». Y allí sigue.

– ¿Estás seguro de eso? ¿Qué él le habló de matrimonio?

– Sí. ¿Por qué?

– Pero ¿qué hay del Cupcake Queen? ¿Por qué iba Jemima a abandonar su negocio?

– Sí. Es un poco extraño, ¿verdad? Intenté hablar con ella sobre eso, pero no quería saber nada. Todo lo que dijo fue que necesitaba tiempo para pensar.

– Londres. -Meredith se concentró en la palabra-. ¿Pensar en qué? ¿Boda? ¿Por qué?

– No lo dijo, Merry. Y sigue sin abrir la boca en cuanto a eso.

– ¿Hablas con ella?

– Oh, sí. Por supuesto que sí. Una vez por semana o más. Siempre me llama. Bueno, no podía ser de otro modo. Ya conoces a Jemima. Se preocupa por cómo me las arreglo sin aparecer por aquí como acostumbraba a hacerlo. De modo que se mantiene en contacto.

– Lexie me dijo que intentó llamar a Jemima. Primero le dejó mensajes y luego ya no pudo comunicarse con ella. De modo que tú hablas con ella una vez…

– Tiene un móvil nuevo -dijo Robbie-. No quería que Gordon tuviese el número. Él no dejaba de llamarla. Jemima no quiere que sepa dónde está.

– ¿Qué diablos pasó entre ellos?

– No lo sé, y ella tampoco me lo dijo. Fui allí una vez que Jemima se hubo marchado, porque ella había estado viviendo en una propiedad de la Corona… Pensé que debía hablar con Gordon.

– ¿Y…?

Robbie meneó la cabeza.

– Nada. Gordon dijo: «Tú sabes lo mismo que yo, amigo. Siento lo mismo que siempre. Son sus sentimientos los que han cambiado».

– ¿Hay alguien más?

– ¿Por parte de Jemima? -Robbie se llevó la lata de Coca-Cola a los labios y se bebió casi todo su contenido-. No había nadie cuando se marchó. Se lo pregunté. Ya conoces a Jemima. Es difícil pensar que abandonase a Gordon sin tener a alguien dispuesto a ser su novio.

– Sí, lo sé. Ese asunto de «estar sola». No puede resolverlo, ¿verdad?

– ¿Y quién la culpa? Después de lo que les pasó a nuestros padres…

Ambos se quedaron en silencio, pensando en ello, qué miedos se habían forjado en Jemima a raíz de haber perdido a sus padres cuando era una niña y cómo se habían manifestado esos miedos en su vida.

Al otro lado del prado, frente a ellos, un hombre mayor ayudado de un andador se estaba acercando demasiado a uno de los potrillos. La cabeza de su madre se alzó como un resorte, pero no había nada de lo que preocuparse. El potrillo se alejó rápidamente y la pequeña manada hizo lo propio.

Robbie suspiró.

– Tendría que haberme ahorrado las gachas de avena, para el caso que me hacen. Creo que algunas personas tienen algodón en lugar de cerebro. Mírale, Merry.

– Necesitas un megáfono.

– Necesito mi escopeta.

Robbie se levantó. Encararía a ese hombre, como era su obligación. Pero había algo más que Meredith quería que él supiera. Tal vez las cosas habían quedado explicadas en relación con Jemima, pero no todo estaba claro.

– Rob, ¿cómo llegó Jemima a Londres?

– En su coche, supongo.

Y éste era el meollo de todo el asunto. Era la respuesta que ella temía oír. Constituía un elemento accesorio y se convirtió en una alarma. Meredith la sintió como un cosquilleo en los brazos y un escalofrío -a pesar del intenso calor- que subió por su columna vertebral.

– No -dijo-. No fue así.

– ¿Qué? -Robbie se volvió para mirarla.

– Jemima no fue en su coche a Londres. -Meredith también se levantó-. Por eso he venido a verte. Su coche está en el granero de la casa de Gordon, Robbie. Gina Dickens me lo mostró. Estaba debajo de una lona, como si quisiera ocultarlo.

– Estás de broma.

– ¿Por qué iba a gastar bromas con este asunto? Ella, Gina Dickens, le preguntó a Gordon por el coche. Le dijo que era de él. Pero Gordon ni siquiera lo había conducido, y eso llevó a Gina a pensar que…

Meredith volvía a tener la garganta seca, desértica, como la había sentido durante su conversación con Gina.

Robbie tenía el ceño fruncido.

– ¿A pensar qué? ¿Qué está pasando, Merry?

– Eso es lo que quiero saber. -Rodeó con la mano el brazo musculoso de Robbie-. Porque eso no es todo, Rob.

Robbie Hastings intentó no mostrarse preocupado. Tenía obligaciones que cumplir -en este momento la más importante era el transporte del poni en el remolque-, y tenía que centrarse en su trabajo. Pero Jemima era una parte importante de sus obligaciones, a pesar de que ahora ya fuese una mujer adulta. Porque el hecho de que su hermana se hubiese convertido en adulta no había cambiado las cosas entre ellos. Él seguía siendo un referente paterno para ella, mientras que para Robbie su hermana sería siempre su hermana-hija, la niña abandonada que había perdido a sus padres después de una cena durante unas vacaciones en España: demasiado alcohol, demasiada confusión con respecto al lado de la carretera por el que debían conducir, y eso había sido todo, muertos en un instante, embestidos por un camión. Jemima no estaba con ellos, gracias a Dios. Porque si hubiese sido así, todas las personas que eran su familia habrían quedado borradas de la faz de la Tierra. Jemima, en cambio, se había quedado con él en la casa familiar y, de ese modo, su estadía allí se había convertido en permanente.

En consecuencia, incluso mientras Robbie le entregaba el poni a su dueño y mantenía una breve conversación con el hombre acerca de la enfermedad que padecía el animal -Robbie pensaba que se trataba «de cáncer, señor, y el poni tendrá que ser sacrificado, aunque quizá quiera llamar al veterinario para contar con una segunda opinión»- seguía pensando en Jemima. La había llamado por teléfono esa misma mañana al despertarse porque era su cumpleaños, y había vuelto a llamarla cuando se dirigía de regreso a Burley después de haber dejado al poni con su dueño. Pero esta segunda vez consiguió la misma respuesta que en la primera ocasión que telefoneó a Jemima: la alegre voz de su hermana en su buzón de voz.

No le había dado demasiada importancia al asunto cuando llamó la primera vez porque era temprano y supuso que Jemima habría desconectado el móvil la noche anterior, si deseaba remolonear en la cama el día de su cumpleaños. Pero, generalmente, ella le llamaba de inmediato cuando recibía un mensaje suyo, de modo que cuando dejó un segundo mensaje comenzó a preocuparse. Después de eso llamó a su lugar de trabajo, pero le dijeron que Jemima se había tomado media jornada libre el día anterior y que hoy no tenía que ir a trabajar. ¿Quería dejar algún mensaje? No quería.

Cortó la comunicación y sacudió la gastada cubierta de cuero del volante. Muy bien, se dijo, preocupaciones de Meredith aparte, era el cumpleaños de Jemima y era probable que simplemente se estuviese divirtiendo, ¿no? Recordó que hacía poco se había entusiasmado con el patinaje sobre hielo. Lecciones o algo así. De modo que podía estar fuera haciendo eso. Era muy propio de Jemima.

La verdad era que Robbie no le había contado todo a Meredith, allí, bajo el frondoso castaño en Burley. Pensó que no tenía sentido hacerlo, sobre todo porque Jemima tenía una larga historia de relaciones con hombres, y Meredith -bendita sea- no la tenía. No le había querido restregar este hecho en la cara de Meredith, ya que como resultado de la única y desastrosa relación que había logrado tener se había convertido en madre soltera. Por otra parte, Robbie respetaba a Meredith Powell por cómo se había enfrentado a la maternidad: estaba haciéndolo muy bien. Y, en cualquier caso, Jemima no había dejado a Gordon Jossie por otro hombre, de modo que esa parte de lo que Robbie le había contado a Meredith era verdad. Pero, como era previsible tratándose de Jemima, había encontrado a otro hombre muy pronto. Robbie le había ocultado esa parte. Más tarde se preguntaría si debía haberlo hecho. «Es muy especial, Rob -le había dicho con esa forma de hablar atropellada que tenía-. Oh, estoy "locamente" enamorada de él.»