El hecho de que Jemima no hubiese regresado para el nacimiento de los potrillos fue la señal que debía haberle indicado que algo no iba bien, pensó Robbie. Había sido siempre su momento favorito del año. Al igual que él, Jemima «era de New Forest». La había enviado a Winchester, al mismo colegio donde él había estudiado, pero Jemima regresó a casa cuando completó sus estudios. No quiso saber nada de la tecnología informática y se decantó por la repostería. «Este es mi lugar», dijo. Y así era.
Tal vez se había marchado a Londres no para tener tiempo para pensar, sino simplemente para tener tiempo. Quizás había decidido acabar su relación con Gordon Jossie, pero no supo cómo hacerlo. Tal vez pensó que si se marchaba durante el tiempo suficiente, Gordon encontraría a otra mujer, y ella entonces podría regresar. Pero nada de todo eso era propio de su hermana, ¿no?
«No debes preocuparte», había dicho Jemima. «No debes preocuparte, Rob».
Qué broma tan espantosa.
Capítulo 4
David Emery se consideraba a sí mismo uno de los pocos «Expertos en Cementerios de Stoke Newington», algo en lo que siempre pensaba en mayúsculas, ya que era un tío de mayúsculas. Había hecho del conocimiento del cementerio de Abney Park la Obra de su Vida (una definición en la que para él, se imponían las mayúsculas) y había tenido que pasar años vagando por el cementerio y perderse en él y negarse a que le intimidase el ambiente tétrico del lugar antes de que estuviese dispuesto a llamarse a sí mismo su «Amo». Había permanecido encerrado allí más veces de las que podía contar, pero jamás había permitido que el cierre nocturno del cementerio afectase en modo alguno a sus planes mientras estaba dentro. Si llegaba a uno de los portones y lo encontraba cerrado con cadenas contra sus deseos, no se molestaba en llamar a la Policía de Hackney para que acudiese al rescate, como le recomendaba que hiciera el cartel que había en el portón. Para él no suponía ningún problema encaramarse a los barrotes, pasar por encima del portón y dejarse caer en la calle principal de Stoke Newington o, preferiblemente, en el jardín trasero de una de las casas adosadas que bordeaban el límite noreste del cementerio.
El hecho de haberse nombrado «Amo del Parque» le permitía utilizar sus senderos y recovecos de muchas maneras, pero, sobre todo, para prácticas amatorias. Lo hacía varias veces al mes. Era bueno con las mujeres -ellas le decían a menudo que tenía ojos entrañables, fuera lo que fuera que eso significara- y puesto que Una Cosa generalmente llevaba a la Otra con las mujeres en la vida de David, la sugerencia de que diesen un paseo por el parque raramente era rechazada, especialmente teniendo en cuenta que «parque» era una palabra…, bueno, una palabra tan inofensiva comparada con «cementerio»…
Su intención era siempre echar un polvo. En realidad, «dar un paseo», «caminar» o «vagar un rato» no eran más que eufemismos para «follar», y las mujeres lo sabían, aunque fingiesen ignorarlo. Ellas siempre decían cosas como: «Oooh, Dave, este lugar me pone nerviosa, de verdad», o cosas así, pero se mostraban totalmente dispuestas a acompañarle allí una vez que les rodeaba los hombros con el brazo -tratando de alcanzar una porción de pecho con los dedos si podía- y les decía que con él estarían seguras.
De modo que entraban en el parque, directamente a través del portón principal, que era su ruta preferida, ya que allí el camino era ancho y menos inquietante que si entraban por la carretera de la iglesia de Stoke Newington. Allí uno se encontraba debajo de los árboles y en las garras de las lápidas antes de haber recorrido unas decenas de metros. En el camino principal tenía al menos la ilusión de seguridad hasta que se desviaba a derecha o izquierda por uno de los senderos más estrechos que desaparecían entre los imponentes plátanos.
Aquel día en concreto, Dave había persuadido a Josette Hendricks para que le acompañase. Con sólo quince años, Josette era un poco más joven que las chicas a las que Dave estaba acostumbrado, por no mencionar el hecho de que tenía una risita nerviosa, un rasgo del que él no se había percatado hasta que la condujo a través del primero de los estrechos senderos, pero era una chica guapa con una piel adorable, y esos deliciosos pechos nada desdeñables, en más de un sentido. De modo que cuando él preguntó: «¿Qué me dices de un paseo por el parque?», ella le contestó, con los ojos brillantes y los labios húmedos: «Oh, sí, Dave», Y allá fueron.
Él tenía en mente un pequeño recoveco, un lugar creado por un sicómoro caído detrás de una tumba y entre dos lápidas. Allí podían producirse Acontecimientos Interesantes. Pero era demasiado calculador como para dirigirse directamente a ese rincón. Comenzó con un poco de contemplación de las estatuas cogidos de mano -«Oh, ese pequeño ángel parece muy triste, ¿verdad?»-, y de allí pasó a una mano detrás del cuello, una caricia -«Dave, ¡me haces cosquillas!»-, y la clase de beso que sugería pero nada más.
Josette era un poco más lenta que la mayoría de las chicas, probablemente como resultado de su educación. A diferencia de muchas chicas de quince años, era inocente y nunca había salido con un chico -«Mamá y papá dicen que todavía no»-, y, por lo tanto, no captaba las señales tan bien como podría haber hecho. Pero él era paciente. Cuando, finalmente, ella presionó su cuerpo contra el suyo por voluntad propia, demostrando que quería más besos y más largos, él sugirió que se apartasen del sendero para «ver si hay algún lugar…, ya sabes a qué me refiero». Lo dijo acompañado de un guiño.
¿Quién coño hubiese pensado que el recoveco, su Lugar de Seducción Particular, estaría ocupado? Era un atropello, eso era, pero allí estaba. Dave escuchó los gemidos cuando Josette y él se acercaron al lugar, y esos brazos y piernas entrelazados en los matorrales eran una visión inconfundible, sobre todo porque había cuatro de cada y ninguno de ellos llevaba ropa encima. También se podía ver el culo desnudo del tío que se movía arriba y abajo frenéticamente, la cabeza vuelta hacia ellos con una mueca dibujada en el rostro… «Joder, ¿todos tenemos esa expresión?», se preguntó Dave.
Josette lanzó una de sus risitas nerviosas al verlos: era una buena señal. Cualquier otra cosa habría sugerido miedo o alguna cosa parecida. Dave suponía que la chica no era una especie de puritana estrecha, pero nunca se sabía. Retrocedió con Josette cogida de la mano y pensó adónde podía llevarla. En el cementerio había sin duda muchos recovecos y rincones ocultos, pero él quería un lugar que estuviese cerca de éste, ya que Josette estaba hirviendo.
Y entonces lo vio claro. No estaban lejos de la capilla en el centro del cementerio. No podían entrar en el edificio, pero justo a su lado -de hecho, construido dentro de él- había un refugio que podían utilizar sin problemas. Y, pensándolo bien, ofrecía paredes y un techo, y eso era mejor que el recoveco bajo el árbol.
Inclinó la cabeza hacia la pareja que estaba copulando entre los matorrales y le guiñó un ojo a Josette.
– Hmmm, no está mal, ¿eh?-dijo.
– ¡Dave! -Ella dio un pequeño respingo de falso horror-. ¡Cómo puedes decir algo así!
– ¿Y bien? -dijo él-. ¿Estás diciendo que tú no…?
– No he dicho eso -respondió la chica.
Era como una invitación. Y entonces se dirigieron hacia la capilla. Cogidos de la mano y con cierta prisa. Josette, concluyó Dave, era decididamente una flor lista para ser arrancada.
Llegaron al claro cubierto de hierba donde se alzaba la capilla.
– Por aquí, amor -musitó Dave.
La llevó detrás de la entrada de la capilla y hacia el rincón más alejado. Y, una vez allí, todos sus planes se vieron frenados en seco.
Un adolescente con un barril por trasero estaba saliendo a trompicones del nido de amor de Dave. En el rostro tenía una expresión tal que casi pasaba desapercibido que se estaba sosteniendo los pantalones, con la cremallera abierta. Atravesó el claro a la carrera y desapareció.