Al principio, David pensó que el chico se había aliviado dentro de aquel lugar. Y ese pensamiento le irritó, ya que ahora no podía esperar que Josette quisiera revolcarse en un lugar que apestaba a meados. Pero como él estaba preparado y como ella estaba preparada, y como existía la diminuta posibilidad de que ese chico no hubiera utilizado el refugio como un retrete público, Dave se encogió de hombros y apremió a Josette para que siguiera avanzando: «Es allí, amor».
Estaba tan concentrado pensando en Una Sola Cosa que casi se muere del susto cuando Josette entró en el refugio y comenzó a chillar.
– No, no, no; Barbara -dijo Hadiyyah-. No podemos ir de compras sin más. No sin un plan. Eso sería demasiado abrumador. Primero debemos confeccionar una lista, pero antes tenemos que pensar qué es lo que queremos comprar. Y para hacer eso debemos averiguar el tipo de cuerpo que tienes. Así es como se hacen estas cosas. Lo puedes ver en la tele constantemente.
Barbara Havers miró a su compañera con expresión dubitativa. Se preguntó si debería buscar consejo para comprar ropa en una cría de nueve años. Pero, aparte de Hadiyyah, sólo podía recurrir a Dorothea Harriman si pensaba tomarse seriamente el «consejo» de Isabelle Ardery, y Barbara no estaba dispuesta a depositar toda su confianza en la compasión del máximo icono del estilo de Scotland Yard. Con Dorothea al timón, el barco de las compras probablemente navegaría directamente hacia King's Road o, peor aún, Knightsbridge, donde en una tienda de moda atendida por empleadas delgadas como alfileres, con el pelo esculpido y unas uñas del mismo estilo, se vería obligada a dejar una semana de paga por un par de bragas. Al menos con Hadiyyah existía la ligera posibilidad de que lo que había que hacer pudiera hacerse en Marks & Spencer.
Pero Hadiyyah no estaba por la labor.
– Topshop -dijo-. Tenemos que ir a Topshop, Barbara. O a Jigsaw. O tal vez a H &M, pero sólo tal vez.
– No quiero parecer una pija que viste a la moda -dijo Barbara-. Tiene que ser profesional. Nada con volantes fruncidos. O lleno de púas. Nada que lleve cadenas.
Hadiyyah puso los ojos en blanco.
– Barbara -dijo-, de verdad, ¿crees que yo usaría púas y cadenas?
Su padre seguramente tendría algo que decir al respecto, pensó Barbara. Taymullah Azhar mantenía atada a su hija, con lo que no había otra alternativa que llevar una correa muy corta. Incluso ahora, en sus vacaciones de verano, no tenía permiso para corretear con los chicos de su edad. Hadiyyah estaba estudiando urdu y cocina y, cuando no estaba estudiando, la cuidaba Sheila Silver, una jubilada mayor cuyo breve periodo de gloria -contado una y otra vez- se había producido cuando había actuado como telonera para un aspirante a Cliff Richard en la Isla de Wight. La señora Silver vivía en un piso en la Casa Grande, como la llamaban, una elaborada estructura amarilla de estilo eduardiano situada en Eton Villas; Barbara vivía detrás de este edificio en la misma propiedad y en un búngalo tamaño hobbit. Hadiyyah y su padre eran vecinos, residían en la planta baja de la Casa Grande y disponían de una zona en el frente que les servía como terraza. Aquí era donde estaban Hadiyyah y Barbara en ese momento, cada una con un zumo de frutas ante sí y ambas inclinadas sobre una sección arrugada del Daily Mail que Hadiyyah, aparentemente, había estado reservando para una ocasión como ésta.
Había ido a buscar el periódico a su habitación cuando Barbara le explicó sus problemas de guardarropa. «Tengo justo lo que necesitas», había anunciado alegremente y, agitando sus largas trenzas, había desaparecido dentro del piso, para regresar poco después con el artículo en cuestión. Extendió la hoja del periódico sobre la mesa de mimbre para mostrarle una historia acerca de la ropa y los tipos de cuerpo. En una doble página aparecían varias modelos que supuestamente exhibían todas las posibilidades de complexión corporal, exceptuando la anorexia y la obesidad, por supuesto, ya que el Daily Mail no quería promover tales extremos.
Hadiyyah había informado a Barbara de que debía comenzar con el tipo de cuerpo y no podían definir exactamente el tipo de cuerpo de Barbara si ella no se cambiaba de ropa y se ponía algo que…, bueno, ¿algo que les permitiese ver con qué estaban trabajando? Le dijo a Barbara que fuese a su casa a cambiarse de ropa -«De todos modos hace un calor horrible para llevar pantalones de pana y suéter de lana», añadió servicialmente- y luego volvió a inclinarse sobre el periódico para estudiar a las modelos. Barbara obedeció y regresó, aunque Hadiyyah soltó un respingo cuando vio la camiseta y los pantalones ajustados con una cinta.
– ¿Qué? -dijo Barbara.
– Oh, está bien. No importa -le dijo Hadiyyah-. Haremos lo que podamos.
«Lo que podamos», consistió en Bárbara de pie sobre una silla -sintiéndose como una perfecta idiota- mientras Hadiyyah se alejaba unos pasos en la hierba «para tener un poco de distancia y así poder compararte con las mujeres de las fotos». Lo hizo mientras sostenía el periódico y fruncía la nariz, y alternaba la mirada entre la página y Barbara antes de anunciar: «Tipo pera, creo. De talle bajo también. ¿Puedes levantarte un poco los pantalones? ¡Barbara, tienes unos tobillos preciosos! ¿Por qué nunca los enseñas? Las chicas siempre deberían realzar sus mejores atributos».
– ¿Y cómo iba yo a…?
Hadiyyah pensó un momento.
– Tacones altos. Tienes que usar zapatos de tacones altos. ¿Tienes zapatos de tacón alto, Barbara?
– Oh, sí -dijo Barbara-. Parecen perfectos para mi trabajo. De no llevarlos, las escenas del crimen serían muy tristes.
– Te estás burlando de mí. No puedes tomártelo a broma si queremos hacer esto como corresponde. -Hadiyyah se acercó nuevamente hacia ella a través del pequeño prado llevando consigo el artículo del Daily Mail. Lo extendió otra vez sobre la mesa de mimbre y luego anunció-: Una falda acampanada. La prenda básica de todo guardarropa. La chaqueta debe tener un largo que no llame la atención sobre tus caderas, y como tu cara es redonda…
– Aún sigo trabajando para eliminar la grasa infantil -dijo Barbara.
– … el escote de la blusa debería ser moderado, no pronunciado. Verás, los escotes de las blusas deben «reflejar» el rostro. Bueno, la barbilla, en realidad. Quiero decir: toda la línea que va desde las orejas hasta la barbilla, que incluye la mandíbula.
– Ah. Entiendo.
– Queremos la falda a media rodilla y los zapatos con tirillas. Y eso es por tus preciosos tobillos.
– ¿Tirillas?
– Hmmm. Es lo que dice aquí. Y debemos contar con complementos. El error que cometen muchas mujeres consiste en que no se ponen los complementos adecuados o -lo que es peor aún- no usan ningún accesorio.
– Joder. Claro que no -dijo Barbara con entusiasmo-. ¿Qué significa eso exactamente?
Hadiyyah dobló con cuidado el periódico, pasando los dedos amorosamente sobre cada pliegue.
– Oh, pañuelos y sombreros, y cinturones y alfileres de solapa y collares, y pulseras y pendientes y bolsos de mano. Guantes también, pero eso sólo en invierno.
– Dios -dijo Barbara-. ¿No crees que se me verá un tanto exagerada con todo eso?
– No se trata de llevarlo todo a la vez. -La voz de Hadiyyah era la paciencia personificada-. De verdad, Barbara, no es algo tan difícil. Bueno, quizá sea un «poco» difícil, pero yo ayudaré. Será muy divertido.
Barbara tenía sus dudas, pero se pusieron en marcha. Primero llamaron al padre de Hadiyyah a la universidad, donde consiguieron localizarle entre una conferencia y una reunión con un estudiante de posgrado. Al principio de su relación con Taymullah Azhar y su hija, Barbara había aprendido que una no salía con Hadiyyah sin haber informado antes a su padre de todo el programa. Odiaba tener que admitir que quería llevarse a Hadiyyah con ella en una excursión para comprar ropa, de modo que se las apañó con: «Tengo que comprar algunas cosas para el trabajo, y pensé que a Hadiyyah le gustaría acompañarme. Para que le dé un poco el aire y eso. Pensaba que podíamos tomar un helado una vez que acabase con las compras».