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Según Michael, él no tomó parte en el destrozo. Su declaración sostiene que en ese momento tenía toda la intención de ir al colegio, pero que Reggie anunció que estaba «haciendo novillos» y que «se lo estaba pasando de puta madre por una vez». Fue Reggie, dice Michael, quien tuvo la idea de incluir a Ian Barker en lo que habría de suceder más tarde.

Con apenas once años, Ian Barker ya había sido calificado como «tarado, difícil, problemático, peligroso, borderline, irascible y psicópata», dependiendo del informe que uno leyera. En aquel momento, Ian era el hijo único de una madre de veinticuatro años (la identidad de su padre es desconocida hasta el día de hoy), pero se le había hecho creer que esa mujer joven era su hermana mayor. Al parecer había estado muy unido a su abuela, de quien naturalmente suponía que era su madre, pero aparentemente odiaba a la chica que creía era su hermana. Cuando tenía nueve años consideraron que ya era lo bastante mayor como para conocer la verdad. Sin embargo, Ian no se tomó muy bien aquella verdad, sobre todo porque la supo inmediatamente después de que a Tricia Barker le dijesen que abandonase la casa de su madre y se llevara a su hijo con ella. La abuela de Ian dice ahora que estaba haciendo todo lo posible «para aplicar por fin mano dura. Yo quería que ambos se quedaran -el niño y Tricia también- siempre que la chica trabajase, pero ella no quería atarse a ningún empleo y sólo quería ir de fiesta, estar con sus amigos, siempre fuera de casa. Pensé que si tenía que criar a su hijo sola, cambiaría de actitud».

Pero no lo hizo. Por cortesía del Gobierno, Tricia obtuvo un lugar donde vivir, si bien el piso era muy pequeño y se vio obligada a compartir una habitación diminuta con su hijo. No cabe duda de que fue en esa habitación donde Ian fue testigo de los encuentros sexuales de su madre con diferentes hombres y, al menos en cuatro ocasiones, con más de un hombre. Es importante señalar que Ian no se refiere habitualmente a ella como su madre y tampoco como Tricia, sino usando términos peyorativos tales como «escoria, cabrona, basura, puta y miserable». En cuanto a su abuela, jamás habla de ella.

Michael y Reggie no parece que hubieran tenido ningún problema en localizar a Ian Barker aquella mañana. No fueron a su casa -según Reggie «su madre estaba borracha la mayor parte del tiempo e insultaba a la gente que se acercaba a su puerta»-, sino que se toparon con él cuando estaba sacudiendo a un chico más pequeño de camino al colegio. Ian «había tirado la mochila del chico sobre la calzada» y estaba revolviendo su contenido para encontrar algo de valor, pero sobre todo dinero. Al no encontrar nada que quitarle al chico, «Ian le empujó violentamente contra una casa -en palabras de Michael-, y fue a por él».

Ni Reggie ni Michael intentaron detener el ataque. Reggie dice que «no era más que un poco de diversión. Vi que Ian no iba a hacerle daño», mientras que Michael sostiene que «no pude ver exactamente lo que Ian pensaba hacer», una afirmación bastante dudosa, ya que los cuatro chicos estaban a plena luz del día. No obstante, cualesquiera que hayan sido las intenciones de Ian, no pasaron de allí. Un motorista se detuvo junto a ellos y les preguntó qué estaban haciendo, y los chicos se alejaron corriendo.

Se ha sugerido que el deseo de Ian de lastimar a alguien aquel día y su frustración al no conseguirlo fueron la causa de lo que ocurrió después. De hecho, al ser interrogado en este sentido, Reggie Arnold se mostró más que dispuesto a echarle la culpa a Ian. Pero mientras que, en el pasado, la ira de Ian le había llevado a cometer actos cuya censurable naturaleza hizo que se le odiase más que a los otros dos chicos, cuando finalmente se supo la verdad, la evidencia muestra en última instancia que fue un «participante igualitario» (el entrecomillado enfático es mío) en lo que sucedió a continuación.

Junio

New Forest, Hampshire

Sólo el azar la atrajo hacia su órbita. Más tarde pensaría que si no hubiese mirado hacia abajo desde el andamio en aquel preciso momento, si hubiera llevado a Tess directamente a casa y no al bosque aquella tarde, ella tal vez no habría entrado en su vida. Pero esa idea incluía la propia sustancia de lo que se suponía que debía pensar, que era una conclusión a la que sólo llegaría una vez que ya fuese demasiado tarde.

Era media tarde y el día estaba siendo muy caluroso. Junio generalmente descargaba torrentes de lluvia, y se burlaba así de las esperanzas de verano que cualquiera pudiese alentar. Pero este año el tiempo parecía anticipar algo diferente. Los días soleados en un cielo sin nubes prometían un julio y un agosto durante los cuales la tierra se cocería, y los extensos prados en el interior del Perambulation se tornarían marrones, lo que obligaría a los ponis del New Forest a adentrarse en los bosques en busca de forraje.

Estaba en lo alto del andamio y se preparaba para subir a la parte superior del tejado donde había comenzado a colocar la paja. La paja, al ser mucho más flexible y manejable que los carrizos que formaban parte del resto de los materiales, podía doblarse para crear el reborde. Algunos consideraban aquel dibujo festoneado y entrecruzado con palos de una manera decorativa el «detalle bonito» en una techumbre de paja. Para él era exactamente lo que era: el elemento que protegía la capa superior de carrizos de las inclemencias del tiempo y el daño de las aves.

Había llegado casi al final. Se estaba impacientando. Llevaban trabajando tres meses en ese enorme proyecto y había prometido empezar otro al cabo de dos semanas. Aún había que completar el acabado y no podía dejar esa parte del trabajo en manos de su aprendiz. Cliff Coward aún no estaba preparado para usar las herramientas adecuadas en el tejado de paja. Ese trabajo era fundamental para el aspecto general del techo y exigía habilidad y un ojo correctamente entrenado. Pero no se podía confiar en Cliff para que realizara un trabajo de este nivel cuando, hasta el momento, no había conseguido concentrarse en las tareas más sencillas, como la que se suponía que debía estar cumpliendo ahora, que era llevar otros dos fardos de paja hasta allí arriba, como le había indicado. ¿Y por qué no había llevado a cabo todavía esta tarea tan sencilla?

Buscar una respuesta a esa pregunta era lo que alteraba la vida de Gordon Jossie. Se volvió desde lo alto del tejado al tiempo que gritaba: «¡Cliff! ¿Qué coño pasa contigo?», y vio debajo de él que su aprendiz ya no estaba junto a los fardos de paja, donde se suponía que debía estar, anticipándose a las necesidades del experto instalado en las alturas. En vez de eso, Cliff había ido hasta la polvorienta camioneta de Gordon, que se encontraba a unos metros de distancia. Allí estaba Tess, sentada en posición de firmes y agitando alegremente su frondosa cola mientras una mujer -una desconocida que parecía una visitante de los jardines, teniendo en cuenta el mapa que sostenía en la mano y la ropa que vestía- le acariciaba la cabeza dorada.

– ¡Eh! ¡Cliff! -gritó Gordon Jossie.

El aprendiz y la mujer alzaron la vista.

Gordon no alcanzaba a ver su rostro con claridad a causa del sombrero que llevaba la mujer, de ala ancha, hecho de paja y que exhibía un pañuelo fucsia sujeto alrededor como si fuese una banda. El mismo color se repetía en el vestido, un vestido veraniego que dejaba al descubierto los brazos bronceados y las piernas largas igualmente bronceadas. Una pulsera de oro rodeaba su muñeca. Llevaba sandalias, sujetaba un bolso de paja debajo del brazo y la correa de cuero le colgaba del hombro.