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– El almirante Nelson hizo construir sus barcos en los astilleros de Buckler's Hard. Más allá de Beaulieu. ¿Conoce ese lugar? ¿En el estuario? Empleaban una enorme cantidad de madera, de modo que tuvieron que comenzar a reforestar el bosque. Es probable que Nelson no plantase ningún roble con sus propias manos, pero, de todos modos, el árbol está asociado a su nombre.

– No soy de aquí -dijo ella-. Aunque me imagino que ya se ha dado cuenta de eso. -Extendió la mano-. Gina Dickens. Ninguna relación. Sé que ella es Tess -añadió con una leve inclinación de la cabeza mirando a la perra, que se había instalado alegremente junto a Gina-, pero no cómo se llama usted.

– Gordon Jossie -dijo él, y le estrechó la mano. La suavidad del tacto le recordó cuan ásperas estaban sus manos por el trabajo. Y qué sucias, considerando que se había pasado todo el día en ese tejado-. Lo había supuesto.

– ¿Qué?

– Que no era de por aquí.

– Sí. Bueno, supongo que los lugareños no se pierden tan fácilmente como yo, ¿verdad?

– No es eso. Sus pies.

Ella bajó la vista.

– ¿Qué pasa con ellos?

– Las sandalias que llevaba puestas en Boldre Gardens y ahora eso -dijo él-. ¿Por qué se ha puesto esas botas de goma? ¿Piensa meterse en la zona del pantano o algo así?

Ella volvió a hacer ese gesto con la boca. Él se preguntó si eso significaba que estaba tratando de contener la risa.

– Usted es una persona de campo, ¿verdad?, de modo que pensará que soy tonta. Es por las víboras -dijo-. He leído que hay víboras en el New Forest y no quería toparme con uno de esos bichos. Ahora se reirá de mí, ¿no es cierto?

Él no tuvo más remedio que sonreír.

– Entonces, ¿espera encontrar serpientes en el bosque? -No aguardó a que le respondiera-. Están entre los matorrales. Se quedarán allí donde haya más sol. Podría ocurrir que se topase con una de ellas en el sendero que atraviesa el cenagal, aunque es poco probable.

– Veo que tendría que haberle consultado antes de cambiarme de ropa. ¿Ha vivido siempre aquí?

– Desde hace diez años. Vine desde Winchester.

– ¡Yo también! -Ella desvió la mirada en la dirección de donde había llegado y dijo-: ¿Puedo acompañarle durante un trecho, Gordon Jossie? No conozco a nadie en este lugar y me encantaría hablar con alguien, y puesto que parece inofensivo y está acompañado de la más dulce de las perras…

Él se encogió de hombros.

– Como guste. Pero yo sólo sigo a Tess. No necesitamos seguir andando. Ella entrará en el bosque y regresará cuando esté lista…, quiero decir, si prefiere sentarse en lugar de caminar.

– Oh, sí, mejor nos sentamos. A decir verdad, ya he caminado demasiado.

Él señaló el tronco donde había estado sentado cuando ella apareció entre los árboles. Se sentaron separados por una prudente distancia, pero Tess no se alejó, como Gordon pensó que haría. En lugar de eso, la perra se acomodó junto a Gina. Suspiró y apoyó la cabeza sobre las patas.

– Usted le gusta -dijo él-. Los lugares vacíos necesitan llenarse.

– Una gran verdad.

Parecía apesadumbrada, de modo que Gordon le hizo la pregunta obvia. No era habitual que alguien de su edad se mudase al campo. Los jóvenes acostumbraban a emigrar en la dirección opuesta.

– Bueno, sí. Fue por una relación que acabó «muy» mal. -Pero lo dijo con una sonrisa-. De modo que aquí estoy. Espero poder trabajar con adolescentes embarazadas. Eso es lo que hacía en Winchester.

– ¿De verdad?

– Parece sorprendido. ¿Por qué?

– No parece mucho mayor que una adolescente.

Ella deslizó las gafas de sol por el puente de la nariz y le miró por encima de los cristales.

– ¿Está coqueteando conmigo, señor Jossie? -preguntó.

Él sintió una ráfaga de calor en el rostro.

– Lo siento. No era mi intención…

– Oh. Lástima. Pensé que quizás sí lo era. -Se colocó las gafas en la parte superior de la cabeza y le miró abiertamente. Pudo comprobar que sus ojos no eran azules ni verdes, sino de un color intermedio, indefinible e interesante-. Se está sonrojando. Nunca había hecho sonrojar antes a un hombre. Es muy dulce. ¿Se ruboriza a menudo?

Gordon sintió que la sensación de calor aumentaba. Él no «tenía» esta clase de conversaciones con las mujeres. No sabía qué hacer con ellas: las mujeres o las conversaciones.

– Le estoy incomodando. Lo siento. No era mi intención. A veces gasto bromas. Es una mala costumbre. Tal vez pueda ayudarme a romperla.

– Gastar bromas no es malo -dijo él-. Estoy más…, estoy un poco confundido. Yo, principalmente…, cubro con paja los tejados.

– ¿Todos los días?

– Más o menos.

– ¿Y para divertirse? ¿Para relajarse? ¿Para distraerse?

Él hizo un gesto con la cabeza señalando a Tess.

– Hmmm. Entiendo. -Se inclinó hacia la perra y la acarició donde más le gustaba, justo en la parte exterior de las orejas. Si la retriever hubiese sido capaz de ronronear, lo habría hecho. Gina pareció haber tomado una decisión, ya que, cuando alzó la vista, su expresión era pensativa-. ¿Le gustaría ir a tomar algo conmigo? Como ya he dicho antes, no conozco a nadie en este lugar y usted «sigue» pareciéndome alguien inofensivo, y como «yo» soy inofensiva y como tiene una perra encantadora… ¿Le gustaría?

– En realidad, no bebo.

Ella enarcó las cejas.

– ¿No ingiere ninguna clase de líquidos? Eso no es posible.

Él sonrió, a pesar de sí mismo, pero no contestó.

– Pensaba tomar una limonada -dijo ella-. Yo tampoco bebo. Mi padre… Él bebía mucho, de modo que me mantengo alejada del alcohol. Eso me convirtió en una inadaptada en el colegio, aunque en el buen sentido, creo. Siempre me gustó ser diferente de los demás.

Luego se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones. Tess también se levantó y agitó la cola. Era evidente que la perra había aceptado la impulsiva invitación de Gina Dickens. A Gordon no le quedó más alternativa que hacer lo mismo.

No obstante, dudó un momento. Prefería mantenerse a distancia de las mujeres, pero ella no le estaba proponiendo una relación, ¿verdad? Y, por el amor de Dios, parecía bastante inofensiva. Su mirada era franca y amistosa.

– Hay un hotel en Sway -dijo él.

Gina pareció sorprendida y él se dio cuenta de cómo había sonado ese comentario. Con las orejas encendidas, dijo.

– Quiero decir que Sway está muy cerca de aquí y en el pueblo no hay ningún pub. Todo el mundo utiliza el bar del hotel. Puede acompañarme hasta allí y tomar algo conmigo.

La expresión de ella se suavizó.

– Creo que es usted un hombre realmente encantador.

– Oh, no creo que eso sea verdad.

– Lo es, de veras.

Echaron a andar. Tess caminaba delante de ellos y entonces, en un acto prodigioso que Gordon no olvidaría fácilmente, la perra esperó en el límite del bosque donde el sendero comenzaba a descender por la ladera de la colina en dirección al cenagal. Vio que Tess estaba esperando a que le sujetara la correa al collar. Ése fue el primer indicio. No era un hombre que buscase señales, pero ésta parecía indicarle lo que debía hacer a continuación.

Cuando llegaron a donde estaba Tess, él ajustó la correa en el collar y se la dio a Gina al tiempo que le preguntaba:

– ¿Qué quiso decir con ninguna relación? -Ella juntó las cejas. Gordon continuó-: Ninguna relación. Eso fue lo que añadió cuando me dijo su nombre.

Otra vez esa expresión. Era suavidad y algo más, y hacía que se mostrase cauteloso, aunque deseaba acercarse a ella.

– Charles Dickens -dijo Gina-. El escritor. No tengo ningún parentesco con él.