Bix se lanzó corriendo hacia el viejo coche, y Ronnie le siguió. Uno de los jóvenes policías de la Guardia 3 les gritó:
– ¡Dos ambulancias vienen en camino! ¡Aquí hay una mujer y un niño! ¡Están sangrando mucho y no podemos sacarlos!
El otro policía, un hombre más grande, daba patadas a la puerta trasera del Caprice, que estaba atascada. Dentro vieron la cabeza de una niña que tenía un corte que iba desde la coronilla hasta la frente. De las profundas heridas que se habían abierto en el hueso manaba mucha sangre, y le chorreaba por la cara.
– ¡Dios! -exclamó Ronnie-. ¡Dios mío!
Y también ella comenzó a patear la puerta, en tanto que el policía fornido se detuvo y sacó su porra. Intentó utilizarla como una barra para abrir la puerta a la fuerza pero al rato gritó a su compañero:
– ¡Tráeme una llave de neumático! ¡Cualquier cosa que sirva para hacer fuerza!
A través del cristal roto, Bix pudo ver que la mujer asiática que estaba detrás del volante estaba muerta. La columna de dirección le había aplastado el pecho y permanecía allí, sin vida, con los ojos abiertos vueltos hacia lo que quedaba del techo y más allá, hacia el cielo negro.
Para entonces las sirenas de las ambulancias se oían más cerca, y Bix oyó varias voces gritar y luego vio algo que se movía. Alumbró con su linterna hacia dentro y se dio cuenta de que había otro niño en el asiento trasero del coche.
– ¡Aquí dentro hay otro niño! -gritó, justo cuando el policía fornido conseguía al fin forzar la puerta, y Ronnie vio claramente que el cráneo destrozado de la pequeña estaba unido a su cuello sólo por unos cuantos trozos desgarrados de tejido rojo y viscoso.
– ¡Dios del cielo! -repitió, y corrió tras el coche hacia Bix y el otro niño que él había hallado, con la esperanza de que éste estuviese vivo.
Bix estaba de rodillas, con su minilinterna sobre el asfalto, arrastrándose bajo el coche para intentar levantar el amasijo de hierros que tenían atrapado al niño. Ronnie alcanzaba a oírle gemir mientras hacía fuerza con la espalda, y cuando dirigió hacia allí su linterna, iluminó el rostro de una niña de cuatro años, que resultó ser la segunda hija de unos jóvenes inmigrantes camboyanos que vivían en Hollywood desde hacía casi cinco años.
El cuerpo de la niña estaba de lado y sangraba, pero su cara y su cabeza no mostraban ninguna marca. Era de una delicada belleza, muy pálida. Ronnie se arrastró bajo el coche para ayudar a Bix a intentar levantar el retorcido metal.
Fue entonces cuando ocurrió, y Ronnie supo que recordaría aquello durante lo que le quedaba de carrera. Quizá durante el resto de sus días. La pequeña abrió los ojos y miró directamente el rostro tensado por el esfuerzo de Bix Rumstead, quien finalmente había levantado el gran amasijo de metal a una altura suficiente como para que Ronnie liberara a la niña.
Justo antes de que Ronnie la cogiera, la niña le dijo a Bix:
– ¿Tú eres mi ángel?
Intentando controlar su forzada respiración, Bix consiguió decir:
– Sí, cariño. Soy tu ángel.
Cuando regresaron a la comisaría, Bix se cambió el uniforme mucho más rápido que Ronnie. Cuando ella salió del vestuario de mujeres lo vio corriendo a toda velocidad, cruzando el aparcamiento en dirección a su coche, y estuvo casi segura de que sabía adónde iba.
Cuando Ronnie llegó al trabajo la mañana siguiente, supo que la niña había sobrevivido al trayecto en ambulancia y que había llegado al Centro Médico Presbiteriano de Hollywood, pero había muerto en la sala de emergencias poco antes de que su ángel llegara corriendo a su lado.
Capítulo 6
Una vez al mes se convocaba a todas las unidades de patrulla del LAPD para una reunión con la Junta Consultiva de la Policía Comunitaria (CPAB), que se pronunciaba «cepab». La comisaría Hollywood organizaba su reunión con la CPAB el último martes de cada mes, con la idea de acercar entre sí a los líderes de la comunidad, los capitanes de guardia de los vecindarios, el ministerio fiscal, el Departamento de Transporte, el Departamento de Incendios y otras instancias de la ciudad de Los Ángeles en su debate sobre asuntos relativos a la criminalidad y calidad de vida en las respectivas divisiones policiales. La reunión la dirigía el capitán de la división junto con el presidente de la CPAB, quienquiera que fuese.
Para la Oficina de Relaciones con la Comunidad del distrito de Hollywood los problemas comenzaron casi de inmediato, porque según unos informes extraoficiales que habían llegado al despacho del jefe de policía, Hollywood no se parecía a ningún otro sitio. De hecho, el informe extraoficial se refería a Hollywood como «la capital loca de Estados Unidos». Pero puesto que se trataba de una reunión de toda la comunidad, no se podía discriminar a los residentes de Hollywood ni excluirlos a causa de su comportamiento irracional a menos que se volvieran peligrosos. Varios vecinos, que solían ser siempre los mismos, se presentaban regularmente a las reuniones para conseguir café y rosquillas gratis. Y la mayor parte de las veces se desataba el caos total.
Para que se pudieran celebrar en paz las reuniones de la CPAB de Hollywood había que hacer algún arreglo especial, de modo que se decidió convocar una segunda reunión al día siguiente de la reunión oficial del CPAB. En los encuentros del CPAB se pasaron hojas de firmas de donde luego se escogieron los nombres y direcciones de los residentes más estrafalarios y problemáticos, a los que se les envió una carta para decirles que de allí en adelante sus reuniones iban a celebrarse el último miércoles de cada mes. La reunión del miércoles se llamó oficialmente «la reunión de la comunidad de Hollywood». Pero extraoficialmente, los policías se referían a ella como «el nido del cuco».
Los policías se decían unos a otros: «¿Vas al cepab o al nido del cuco?».
La reunión del nido del cuco no estaba dirigida por el capitán, ni por ningún otro miembro del personal de mando. Algunas veces ni siquiera estaba a cargo el sargento de la CRO, que prefería dejar el asunto en manos de alguno de los oficiales jefes sénior. El cuervo intentaba que asistiesen oradores interesantes, como detectives de Narcóticos, o algún oficial de Bandas callejeras, o uno de Asuntos internos. Para que aceptaran participar, los cuervos les decían que aquélla era una reunión comunitaria bajo cuerda, lo cual les parecía atractivo. Una vez que descubrían la verdad, no regresaban nunca.
A Ronnie Sinclair se le ordenó asistir a su primer encuentro del nido del cuco al día siguiente de que Jetsam se convenciera de que podía haberse topado con una célula de Al Qaeda operativa en Hollywood. Esa mañana Jetsam llamó por teléfono al equipo de robos de coches en cuanto se levantó, pero el personal estaba en los juzgados u ocupado en alguna otra cosa, lejos de la comisaría. Cuando finalmente uno de ellos le devolvió la llamada, el detective, a quien Jetsam no conocía personalmente, no se mostró muy entusiasmado.
Tras escuchar la teoría terrorista de Jetsam, que se basaba en haber visto un periódico árabe en el taller de reparaciones que arreglaba coches caros, el detective le dijo:
– ¿Tú distingues el árabe del persa?
– Bueno, no -tuvo que admitir Jetsam.
– Ese periódico pudo haberlo dejado allí un iraní -sugirió el detective.
– Más razón aún para comprobarlo -dijo Jetsam-. ¿Recuerdas el caso del año pasado en que el LAPD y el FBI trincaron a esos chechenos que habían montado una estafa, que conseguían que la gente informara de coches caros robados y cobraban los seguros? ¿Y que luego metían los coches en contenedores enormes que pasaban a su país de contrabando para ayudar a los terroristas musulmanes? ¿Lo recuerdas? Bien, pues esos coches eran demasiado nuevos y caros como para ser reparados en un chiringo al este de Hollywood.