– Déjame ver si lo entiendo -dijo Leonard-. Entro por una de las puertas que tienen alarma, ¿sí? Una puerta que se usa para entrar y salir, para que no cunda el pánico en la empresa de alarmas. Y luego introduzco el código de la asistenta, lo que me llevará más o menos un minuto, ¿correcto?
– Absolutamente correcto -dijo Alí con una sonrisa tranquilizadora.
– Pero eso podrías hacerlo tú mismo -dijo Leonard con cautela.
Después de un momento de duda, Alí dijo:
– No, no puedo. En primer lugar, no puedo permitir que alguien me vea haciendo algo así. Mi abogado explotaría como… como…
– Como una bomba en Bagdad.
– Exacto. Además, no sé cómo abrir una puerta cerrada con llave sin provocar un desastre.
– ¿Y eso por qué es importante? Cuando ella descubra que los papeles han desaparecido de todos modos sabrá que alguien entró y se los llevó.
– No, no -dijo Alí. Y después de meditar un momento, continuó-. Ella no debe enterarse de que los papeles son tan valiosos, y no debe saber que han desaparecido. Verás, hay muchos otros documentos allí.
Ahora Leonard estaba seguro de que algo andaba mal y de que Alí estaba evitando hablar de ello. Pero al menos no había violencia de por medio, así que dijo:
– Las ventanas no son una opción. Y estoy seguro de que tienes un detector de movimiento. ¿Hay un garaje junto a la casa?
– Sí, el garaje está pegado a la casa.
– ¿Crees que ella habrá cambiado el código con el que se abre la puerta?
Alí pensó un momento y luego dijo:
– No lo creo. El jardinero tiene un mando para abrirla, y Lola tiene otro.
– ¿Tú tienes uno? Quiero decir, además del que probablemente tengas en el coche.
– Sí, tengo uno viejo.
– Estoy seguro de que la puerta principal tiene un pestillo, y probablemente también las otras puertas, pero ¿qué hay de la puerta que conduce al garaje? ¿Tiene pestillo? ¿De esos que tienes que girar?
– ¿Pestillo? -Alí lo meditó-. Sí.
– Y otra cerradura, ¿cierto? ¿Una que está en el tirador o la manilla de la puerta, que se acciona sola cuando la puerta se cierra, a menos que le des la vuelta a una pequeña pieza que hay por dentro?
– Sí, así es. En el tirador de la puerta. Es una cerradura muy vieja.
– ¿Y el cuadro de la alarma está justo en esa puerta?
– Sí.
– Vale -dijo Leonard-. Esto es lo que haremos. La mayoría de las personas no se molestan en echar el pestillo de la puerta de acceso que comunica el garaje con la casa. Se quedan tranquilos porque hay dos puertas de por medio entre ellos y la calle. Y además, todo el tiempo traen y llevan cosas del coche a la casa y de la casa al coche. ¿Crees que tu asistenta echa el pestillo de esa puerta cuando conecta la alarma y se va?
– Para nada -dijo Alí-. Cuando vivía allí siempre entraba al garaje con el coche y usaba mi llave únicamente para abrir la cerradura normal, la del tirador. Pero cuando mi mujer estaba en casa, ni siquiera eso. La dejaba abierta.
Leonard pensó que si iba a mentir, tenía que mentir a lo grande. Tenía que conseguir ese trabajo, de manera que respondió:
– Puedo abrir una cerradura normal de modo que tu esposa no se dé cuenta de que lo he hecho. Voy a necesitar el mando que abre la puerta del garaje y una descripción precisa de los papeles que estoy buscando y del lugar donde encontrarlos. Y voy a necesitar el código de la alarma de tu asistenta.
– ¿Y estás totalmente seguro de que nadie sabrá que has entrado en la casa?
– Sí, a menos que tu mujer esté paranoica y llame a la empresa de alarmas para ver si su asistenta ha vuelto, por alguna razón. ¿Pero por qué iba a hacerlo?
– No, la perra de mi esposa no hará eso -dijo Alí.
– Si el mando del garaje no funciona, o si está echado el pestillo en esa puerta, me largo de allí -dijo Leonard.
– Por mí está bien -dijo Alí.
– Entonces, ¿dónde encuentro los papeles del banco, y qué aspecto tienen?
– Busca una carpeta marrón. Una grande que pone «2004» en la portada. La encontrarás cuando abras el último cajón del escritorio blanco. Está en el despacho, junto a la cocina. Allí también hay otros sobres marrones, pero no toques ésos. Deja los demás papeles. ¿Entendido?
– Creo que sí -dijo Leonard-. ¿Y cuánto recibo yo por este trabajo?
– Te doy los doscientos dólares que dices que necesitas.
– ¡Y una mierda! -dijo Leonard-. Eso era un adelanto. Esto es allanamiento de morada y es peligroso, requiere un talento especial.
– Está bien, está bien -dijo Alí-. Te daré cuatrocientos dólares cuando me entregues los documentos del banco.
Era la apuesta más alta que había hecho en mucho tiempo, pero decidió lanzarse. Leonard le dijo a Alí:
– Doscientos ahora. Y mil más cuando te entregue los papeles.
– Estás loco, Leonard -dijo Alí-. Ni hablar, t Leonard estaba totalmente dispuesto a echarse atrás, pero en cambio dobló la apuesta. Se puso de pie y dijo:
– Me largo de aquí. Buena suerte, Alí.
– Está bien, está bien -dijo Alí-. Acepto.
Leonard se pasó una mano rápidamente por la cara para secarse las gotas de sudor, y dijo:
– ¿Y qué pasa si los papeles no están allí? Aun así corro el riesgo de ir a prisión. Si eso sucede, igualmente querré los mil pavos.
– ¿Pero cómo sabré que efectivamente has ido allí para buscarlos?
– Dime algo que haya en la casa que tu mujer no vaya a echar en falta. Algo pequeño.
– Una servilleta -dijo Alí-. Ella tiene unas servilletas de cóctel muy especiales. Mira dentro del canasto que hay sobre la mesa de la cocina. Cada servilleta tiene sus iniciales bordadas en oro. Tráeme una si no encuentras los papeles del banco. Si veo la servilleta, te pago.
– ¿Me darás los mil de cualquier manera? ¿Sin discusiones?
– Sí, no discutiré.
Leonard se puso en pie y le tendió la mano. Alí la miró como si no quisiera tocarla, pero lo hizo.
– Trato hecho -dijo.
– Llámame al móvil cuando estés listo. Me pasaré por aquí a la misma hora que hoy. Tenme preparados el mando del garaje y el código de la alarma. Ahora voy a necesitar los doscientos.
Alí sacó su cartera con cierta reticencia y le entregó a Leonard Stilwell cuatro billetes de cincuenta dólares.
– Una cosa más -dijo Alí-. Cuando acabes el trabajo te reunirás conmigo donde está el letrero de Mount Olympus. Yo estaré allí en mi coche. Un Jaguar negro.
– Es raro -dijo Leonard-. ¿Por qué no te los traigo aquí?
Alí volvió a dudar.
– Porque quizá mire los papeles y no encuentre cierto documento que necesito. Tal vez te pida que vuelvas allí o que lo busques en otro sitio.
– ¡Ni hablar! -dijo Leonard-. Entro una vez, y eso es todo. ¿Qué estás tramando?
– Vale -dijo Alí rápidamente-. Si no está el documento correcto, no te pediré más.
– ¿Hemos terminado entonces?
– Deja esa puerta sin echar el cerrojo. Es muy importante. Sin cerrojo.
Ahora Leonard estaba totalmente confundido. Aquello ya estaba torciéndose antes de comenzar.
– ¿Sin cerrojo? Pero dijiste que no querías que tu mujer supiera que alguien había entrado en su casa. Si se baja del coche y descubre que la puerta está abierta, ¿qué pensará?
– Pensará que la estúpida vieja mexicana se ha olvidado otra vez de cerrar con llave. No hay problema.