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Acto seguido disparó un dardo que estaba unido al arma por un cable de cobre, dándole justo a la maraña de acero de la verja.

Cuando el anzuelo se enganchó en el acero mojado, resonó una descarga de cincuenta mil voltios y se produjo un destello azul, como en el laboratorio del doctor Frankenstein. Los policías contemplaron azorados cómo los chavales comenzaban a temblar marcando el baile del taser.

Dos se cayeron de la verja y tres de los que estaban recostados cayeron de espaldas en los charcos de lluvia. Los demás dieron un brinco después de experimentar el shock, en buena parte imaginario, y todos empezaron a gritar y a insultar.

– ¡El cabrón me ha electrocutado!

– ¡Voy a demandarte!

– ¡Todos vosotros sois testigos!

– ¡El culo me quema!

FX Mulroney se unió al coro, gritando a viva voz:

– ¡Pero si sólo estaba haciendo una prueba! ¡Mala suerte!

– ¡Pinche policía! -aulló el dientes de oro-. ¡Quería electrocutarnos! ¡Vosotros lo visteis!

– ¡Mi abogado! -gritó un chaval-. ¡Llamaré a mi abogado!

Flotsam y Jetsam contemplaron cómo el oficial Francis X. Mulroney extendía sus brazos, miraba hacia el cielo oscurecido y gritaba:

– ¡Dios sabe que soy inocente! ¡Hasta a Bill Clinton se le escapó una descarga prematura!

– ¡Voy a demandarte, cabrón! -gritó el dientes de oro.

Entonces FX Mulroney inclinó la cabeza y murmuró:

– Ah, el horror. ¡El horror!

– FX siempre se pasa un poco. Es algo… en fin… dramático -le susurró Flotsam a Jetsam.

– En Hollywood todo el mundo es actor.

Tanto dramatismo hizo que Flotsam y Jetsam empezaran a caminar tranquilamente hacia su tienda. Arrancaron y se marcharon sin que nadie lo notara.

La mayor parte de los uniformados de azul estaba haciendo lo mismo, pero un policía cogió a Diente de Oro, lo apartó y le dijo:

– Hermano, creo que es mejor que te olvides de este… accidente.

– ¿Accidente? ¡Y una mierda! -dijo el muchacho.

– ¿Te imaginas lo que sucederá si esto llega a saberse? Ese motorista chiflado puede retirarse cuando quiera. No puedes hacerle daño. Pero todo el mundo se va a reír como loco. De ti, tío. De todos tus colegas. Los del MS-13 se reirán. Los de White Fence se reirán. El Eme se reirá. Y se reirán todos los Crips y los Bloods del sudeste de Los Ángeles que le han hecho daño a tu gente, ellos los que más. ¡Vas a oír risas hasta cuando estés durmiendo!

Diente de Oro se lo pensó mejor y consultó con sus muchachos durante un par de minutos. Cuando regresó, dijo:, -Está bien, pero no queremos que nadie se entere de esto, ¿vale? Todos tus policías tienen que mantener la boca cerrada.

– Si hay algo que los policías saben hacer es guardar un secreto -respondió el policía.

Cuando estaban ya a dos calles del sitio, Flotsam dijo:

– Tío, ¿te das cuenta de que hemos sido testigos de un hecho fundamental en la historia de Hollywood? ¡Ese veterano acaba de bajar a una tropa entera de un solo disparo!

– No hemos visto nada, colega -dijo Jetsam-. Ya nos habíamos ido cuando se estaba escribiendo la historia. -Y después de una pausa, añadió-: Cuando esté listo para retirarse, ¿crees realmente que ese viejo motorista chiflado llevará la moto hasta el despacho del jefe y la dejará allí con un letrero?

– ¿Qué motorista? -respondió Flotsam.

Capítulo 10

A Ronnie Sinclair le preocupaba que su compañero, Bix Rumstead, estuviese tan afectado por su encuentro con los somalíes. Estaban los dos en Starbucks, en Sunset Boulevard, haciendo el papeleo antes de acabar la guardia. Bix, que nunca era muy locuaz, había estado inusualmente callado durante todo el día. La tercera vez que sacó el tema, dijo:

– A veces pienso que ser policía te convierte en un animal, por muchos motivos. Aún tengo el vello de punta desde que vimos a ese somalí con la cicatriz en la cara. Ese tipo está para el loquero.

– Sin duda -dijo Ronnie-, pero ¿qué podemos hacer nosotros? No hay ninguna prueba de comportamiento violento. A ella le di todas las opciones para que se fuera de allí y las rechazó totalmente. ¿Qué podemos hacer?

– Supongo que nada -dijo Bix-. ¿Pero acaso no se te encendió una lucecita de alerta? Ese tío va a lastimar a esa chica.

– Probablemente ya la haya lastimado -dijo Ronnie-. Y muchísimas veces. Según sus costumbres, es su dueño. Pero sabes que no podemos llevárnosla y sacarla de allí basándonos únicamente en nuestro instinto policial.

– Lo sé -dijo él-, pero no deja de molestarme.

– Tal y como yo lo veo, no es mi problema. Tengo que lidiar con ello, pero no tengo por qué llevármelo a casa. Lo dejo pasar.

– Mi mujer me dijo eso durante años -dijo Bix-. Es una de las razones por las que entré en la CRO. Me decía que me había llevado mucha mierda a casa durante demasiados años.

– Y tenía razón -dijo Ronnie, pensando que seguramente cada tanto iba a toparse con un policía como Bix Rumstead, personas que no tenían el temperamento apropiado para ese trabajo. Gente que no podía «dejarlo pasar».

De pronto Bix pareció un poco avergonzado, como les sucede a los policías cuando se permiten confidencias poco propias de su trabajo, e intentó cambiar de conversación.

– ¿Crees que volverás a casarte?

– Estoy fuera del mercado -dijo Ronnie-. He demostrado ser una pésima compradora. Además estoy concentrada en aprobar el examen para sargento. Pero si alguna vez me vuelvo a casar, no será con otro policía.

Bix sonrió.

– Chica lista -dijo.

Y Ronnie pensó: «Si no estuvieras ya comprado y pagado, amigo, podría hacer una excepción». Estaba sorprendida de lo mucho que le gustaba Bix. Aquellos oscuros y sensibles ojos grises podían hacer temblar las rodillas de una chica.

– ¿Te quedarás en el trabajo hasta el final? -dijo ella.

– Hasta los cincuenta y cinco por lo menos. Tengo un par de hijos adolescentes que tienen que acabar los estudios, y mi hija quiere estudiar medicina. No me retiraré pronto, eso es seguro -respondió él.

Ronnie estuvo a punto de sugerirle que consiguiera algún trabajo de oficina en algún lado, uno que lo alejara de los Ornar Hasan Benawi y de sus lastimosas mujeres, pero pensó que no debía darle consejos profesionales a un veterano como Bix. Además la CRO era lo más próximo a un trabajo de oficina que podían conseguir. ¿Qué otro verdadero trabajo de policía les tocaría hacer siendo cuervos?

– Después del trabajo algunos de nosotros vamos a ir a Sunset a tomar unos tacos y uno o dos tequilas. ¿Quieres venir? -dijo ella.

Bix dudó antes de hablar, pero estaba seguro acerca de Ronnie: podía hacerle confidencias que no podría haberle hecho a un oficial varón.

– Es mejor que no vaya con vosotros. Tengo un problema.

– ¿Un problema?

– No he tomado ni una gota desde hace cosa de un mes, y no tengo muchas ganas de ir a sitios en donde todo el mundo se dedica a beber.

– Lo siento, no lo sabía -dijo Ronnie.

– No es nada grave -dijo Bix-. Estoy luchando con ello desde hace años. Va y viene, pero lo voy manejando.

– Te entiendo -dijo Ronnie-. Mi primer ex era un alcohólico empedernido. Todavía lo es.

– Yo no soy un alcohólico -dijo Bix rápidamente-. Es sólo que no manejo muy bien la bebida. Cuando bebo me cambia la personalidad. Darcy, mi mujer, me lo hizo notar el mes pasado cuando regresé a casa completamente borracho, y estoy agradecido de que lo haya hecho. Me siento mucho mejor ahora. Envejecer de más por esa tontería…