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– Mi Nicky tiene cinco años y se merece mantener el estilo de vida que ha llevado siempre -elijo Margot.

– Claro -dijo Nate-. Por supuesto.

– Me preocupo mucho por él y eso es, en parte, de lo que quiero hablarte.

– Está bien -dijo Nate-. Te escucho.

– He comenzado a tener miedo de su padre -comenzó a decir Margot. Se detuvo, bebió un sorbo de vino y continuó-: ¿Seguro que no quieres un martini? Cuando hablo de mi marido, Alí Aziz, yo necesito beberme uno.

– No, de verdad -dijo Nate-. Tú bébetelo tranquila.

Margot Aziz se puso de pie y salió del comedor en dirección a la cocina. Nate alcanzó a oír que estaba usando un picahielos. Se levantó y fue a donde ella estaba, a observarla mientras se preparaba la bebida.

– No soy una chica muy de ciudad -dijo ella-. Nací en Barstow, California, donde los adolescentes pasan los sábados por la noche en Del Taco, la histórica fonda de comida rápida de la ciudad, y pierden la virginidad en el prehistórico motel El Rancho. Yo soñaba con pertenecer al mundo del espectáculo. Bailaba y cantaba en todas las obras de la escuela. Por entonces era Margaret Osborne, y en el bachillerato fui elegida la chica más talentosa de la clase.

Se quedó callada durante un momento, y cuando volvieron al comedor, dijo:

– Un martini con vodka a la James Bond. Agitado, no revuelto. ¿No te tienta?

– No, de veras, Margot. Estoy perfectamente -dijo, y se preguntó si la palabra «tentar» había tenido algún doble sentido. Esperaba que sí.

Ella probó el martini, hizo un gesto de aprobación y dijo:

– El caso es que cuando llegué a Hollywood y comencé a buscar agente y a asistir a castings y a audiciones, descubrí que aquí todas las chicas eran la chica más talentosa de su escuela. Y cambiarme el nombre de Margaret por el de Margot no aumentó mi caché -se encogió de hombros en un gesto de menosprecio.

– Ya sospechaba yo que eras bailarina -dijo Nate-. Esas piernas…

– Desde que cumplí los treinta tengo que esforzarme mucho más para mantener las cosas en su sitio -dio otro sorbo, dejó el martini y dijo-: No vine al mundo con todas estas cosas. Mi padre trabajaba para la oficina de correos, y mi familia casi se queda en bancarrota cuando enviaron a mi hermana mayor a la universidad. Por suerte para ellos, yo no quise ir. Yo quería bailar, y decidí que iba a entregarme a ello en cuerpo y alma. Lo hice durante casi cuatro años. Fui camarera para poder pagarme la comida y mantener el coche. Y luego hice otras cosas.

Nate pensó que ya había oído antes esa historia. O que la había visto en casi todas las películas que se habían hecho sobre aspirantes a famosos. Se mantuvo expectante mientras ella bajaba su mirada ámbar como si estuviese avergonzada, y finalmente preguntó:

– ¿Qué otras cosas?

– Me convertí en bailarina de topless en algunos de los clubes de los bulevares. Era bastante dinero comparado con lo que hasta entonces tenía para sobrevivir. A veces ganaba quinientos dólares por noche solamente en propinas.

Ella lo miró como esperando una reacción, así que él dijo:

– Una chica tiene que ganarse la vida de alguna manera. Ésta es una ciudad dura.

– Exacto -dijo ella-. Pero nunca bailé en clubes de desnudo integral. Esos tugurios donde no se vende alcohol atraen a los militares y a los chavales pendencieros. Y yo nunca me quitaría toda la ropa.

– Entiendo -dijo Nate, pero se preguntaba qué diferencia había entre no llevar nada y llevar sólo un tanga. Se acordó de un curso de escritura de guiones que había seguido en la UCLA. «Simplista», aquella exasperante historia era simplista.

– Y luego conseguí un trabajo en la Sala Leopardo -dijo Margot-, y conocí a Alí Aziz.

– Tu marido -dijo Nate.

Ella asintió y continuó su relato:

– Era dueño de dos clubes. Yo bailé en la Sala Leopardo durante más de dos años y gané un buen dinero para lo que estaba acostumbrada. Me mudé a un sitio bastante bonito y Alí me llevaba a cenar fuera y me compraba regalos caros, y se portaba como un auténtico caballero. Una y otra vez me rogaba que me mudara con él, pero yo no quería. Finalmente me convenció de que iba a ser un marido atento y amoroso. Tonta como soy, acepté su proposición y me casé con él, pero sólo cuando accedió a un matrimonio como Dios manda, sin acuerdo prematrimonial. Por cierto, ¿alguna vez has oído hablar de mi marido?

– El nombre me suena -dijo Nate-. Tenemos un Comité de Clubes Nocturnos que dirige la Oficina de Relaciones con la Comunidad. Me parece que tal vez haya visto su nombre.

– Él siempre se asegura de hacer donaciones a todas las entidades de caridad de la policía de Hollywood. Puede que te hayas topado con él en algún evento de la policía. Es amigo de muchos de los oficiales de la comisaría de Hollywood.

– Sí, creo que sí he oído hablar de Alí Aziz -mintió Nate, preguntándose hasta qué punto Alí podía ser amigo de los policías judíos de la comisaría.

– Mis padres no se pusieron muy contentos cuando les hablé de Alí, pero cuando lo llevé a casa, a Barstow, justo antes de la boda, sus buenos modales les impresionaron. Incluso llegó a asegurarle a mi madre que si teníamos hijos los íbamos a criar como cristianos -esta vez, cuando hizo una pausa bebió otro sorbo de martini y volvió a llenarle la copa de vino a Nate.

– En aquel momento todo parecía de color de rosa, ¿no? -dijo Nate, mientras pensaba que ella era la mujer más excitante con la que había cenado en toda su vida, aunque aquella melosa historia estuviera bajándole la erección.

– Claro -dijo Margot-. Pasamos la luna de miel en la Toscana y él me compró un Porsche pequeño como regalo de bodas, y por supuesto nunca tuve que volver a pisar la Sala Leopardo, excepto para ayudarlo con la contabilidad. El último verdadero trabajo que hice en ese sitio fue cuando le convencí de que hiciera una gran remodelación de la sala y dejó que yo misma me encargara del diseño.

Nate echó un vistazo a su reloj. Eran las diez y media y no estaban ni cerca de desnudarse. Y para colmo el jodido vino le estaba dando gases. ¡Pronto iba a empezar a soltar cuescos!

– Y después de algunos años de casados, ¿qué pasó? ¿Ya no se comportaba como un caballero? -preguntó.

– ¡Es un puto cerdo! -dijo Margot, de un modo tan violento que lo dejó perplejo.

– ¿Qué sucedió?

– Mujeres, cocaína, incluso apuestas. Y lo que más me asustaba era que no paraba de hablar de marcharse de Hollywood. De Estados Unidos. Quería volver a Oriente Medio con Nicky y conmigo.

– Cojonudo -dijo Nate-. Ya puedo imaginarte con un burka o con alguno de esos otros atuendos como de apicultor.

– Él decía que Arabia Saudí iba a gustarme. Decía que tenía contactos allí, aunque no es saudí. Le dije que antes muerta, y que no iba a llevarse a mi hijo a ninguna parte.

– ¿Y eso hizo que empezara la pirotecnia?

– Exactamente -dijo ella-. Y acabó con mi demanda de divorcio y el comienzo de una enorme batalla por la separación de bienes. Pero ésa es otra historia.

Finalmente, Nate decidió que incluso si todo eso era cierto, era difícil sentir compasión por la gente rica. Le dio la respuesta oficial de un policía:

– ¿Te ha lastimado o amenazado de alguna forma?

– Por eso quería hablar contigo esta noche -dijo ella-. Sí me ha amenazado, pero de maneras muy sutiles.

– ¿Cómo?

– Cuando viene a recoger a Nicky en su turno de visitas dice cosas como «Aprovéchalo mientras puedas», o «El chico necesita a su padre, no a una madre como tú». Y luego me hace señas.

– ¿Qué clase de señas?

– Me apunta con el dedo como si fuese un arma. Una vez hasta murmuró un «bang» mientras lo hacía. Cosas así.

– No es mucho para calificarlo de amenaza. Y sería su palabra contra la tuya.

– Eso es lo que me dijo el otro oficial.