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– ¿Qué otro oficial?

– He hablado con otro policía sobre el asunto. Un oficial que conocí el año pasado con mi marido, en un acto para recaudar fondos de la Fundación Ayuda al Policía. No recuerdo su nombre. Le conté lo que estaba sucediendo, pero me dijo que tenía que discutirlo con el abogado que llevaba mi divorcio. Dijo que hasta ahora, mi marido no había hecho nada contra la ley que yo pudiese probar.

– Me ha quitado las palabras de la boca -dijo Nate.

– Pero la semana pasada, cuando Alí trajo a Nicky a casa, dijo algo que me heló la sangre.

Nate se acordó de su profesor de escritura de guión, cuando le decía que ningún guión debía tener expresiones como ésa.

– ¿Sí? -dijo, intentando mostrar entusiasmo.

– Dijo que si yo no accedía a firmar ciertos documentos, me iba a suceder algo muy malo.

– ¿Qué documentos?

– Documentos de los clubes, de la cartera de inversiones y de las propiedades que tenemos.

Nate entendía un poco sobre legislación de divorcio, y por fin algo captaba su interés.

– ¿Quieres decir que tú eres tan dueña como él de todos sus bienes?

– Sí, por supuesto -dijo ella.

Ahora Hollywood Nate comenzaba a tener otra erección. ¡Aquella belleza de Barstow tenía que ser un polvo de primera categoría como para haber conseguido un trato así con un tío de Oriente Medio!

– ¿Quiere que completes algunos trámites?

– Algunos trámites de los que no puedo ni hablar. Documentos que accedí a firmar para que él pudiera evadir algunos impuestos, y otras cosas que no puedo discutir contigo.

– Volvamos a las cosas malas que podrían ocurrirte -dijo Nate-. ¿Él las describió?

– Es demasiado listo como para hacer eso -dijo Margot-. Pero hizo el gesto de cortarse el cuello con un dedo.

«Aquí vamos otra vez», pensó Nate. Cortarse el cuello con un dedo. Cada vez que ella decía algo que él estaba dispuesto a aceptar, venía luego con unas frases que parecían sacadas de alguna de las películas de mierda en las que él había actuado.

– ¿Se lo contaste a tu abogado? -preguntó Nate.

– Por supuesto. Pero me dijo que Alí sencillamente lo iba a negar, y que cambiara las cerraduras y el código de la alarma, cosa que ya he hecho.

– ¿Alguna otra forma de amenaza?

– Sí. Una noche, la semana pasada, lo vi parado en la calle cuando yo volvía a casa de cenar con una amiga. Estaba a media calle de aquí, detrás de un coche aparcado. Cuando pasé junto a él con el coche se agachó, pero estoy segura de que era él. Cuando giré por el camino de la entrada a la casa vi unas luces traseras alejándose.

– ¿Llamaste a la policía?

– Sí. Llamé a la comisaría Hollywood y hablé con un oficial. Le dije que quería un coche que patrullara mi calle, y que si encontraban a mi esposo lo detuvieran para investigar. El oficial dijo que le diría al coche patrulla que estaba en la zona que estuviera alerta por si Alí estaba merodeando por aquí. Mi abogado me aconsejó que debía asegurarme de dejar cada incidente registrado de manera oficial.

– Así que se lo contaste al policía que conociste en el acto de la fundación, luego llamaste a la comisaría, y ahora me lo dices a mí. ¿Hay algún otro oficial de policía que sepa algo sobre esto?

– Sí, el sábado pasado oí pasos detrás del balcón de la habitación hacia las once de la noche, y volví a llamar a la comisaría. Vinieron dos oficiales junto con un sargento, pero no encontraron nada.

– ¿Recuerdas el nombre del sargento?

– Déjame pensar… no, pero era joven y solícito. Daba muchas órdenes a los oficiales.

– ¿Tenía labios?

– ¿Qué?

– ¿Se llamaba Treakle?

– Eso es, sargento Treakle.

«Bueno -pensó Nate-, ha hecho de todo menos colgarlo en MySpace y enviar señales de humo. ¡Socorro! Alí Aziz me está amenazando pero no puedo probarlo.»

– ¿Tu marido sigue viendo a tu hijo? -preguntó.

– Ah, sí. Tuve que acceder a un régimen de visitas razonable. Alí tiene una lujosa mansión en Beverly Hills y una asistenta a tiempo completo, y una canguro. No había nada que pudiera hacer para impedirlo.

Nate volvió a sentir que su erección se disparaba de nuevo, sobre todo cuando ella dijo:

– ¿No me dejas que te prepare un martini con vodka? Es maravilloso para levantar el ánimo.

Pero ella aún no se había terminado la mitad del suyo. Aquella chica estaba más interesada en darle cócteles a él que en beberse el suyo. ¿Qué sucedía con su ánimo? A Nate se le ocurrió que la gente rica podía llegar a ser muy desconcertante.

Rechazó el martini una vez más y dijo:

– Si realmente le tienes miedo, ¿por qué no has considerado mudarte a otro sitio?

– Lo he hecho -dijo ella-. Y me iré. Pero entretanto he ido a una armería que hay en el Valle donde tienen un campo de tiro, y he recibido clases. El dueño de la armería dijo que aprendo rápido. Estoy pensando comprarme una pistola. ¿Te gusta más la Glock o la Beretta?

– ¡Pero bueno! -dijo Nate-. ¿Tanto miedo tienes?

– Sí -dijo ella-. Ya me habría comprado una, pero con Nicky fisgoneando por cada rincón de esta casa, he tenido miedo de hacerlo. La otra opción es más cara, pero puede que sea más prudente.

– ¿Qué otra opción? -preguntó Nate.

– He estado pensando en contratar a alguien de una empresa de seguridad, para que haya alguien en la casa hasta que se arregle lo de la garantía. ¡Ah! ¿Te he dicho que ya la he vendido?

– No, no me lo habías dicho -dijo él.

– Pues sí, la vendí. Con la aprobación de mi marido y de su abogado. Las ganancias se dividen a partes iguales. Sólo voy a necesitar que haya alguien aquí durante cuarenta días más. O quizá menos, si el comprador puede cerrar el trato antes. Hay dormitorios y baños que no hemos usado nunca. Pero luego pensé que quién sabe qué clase de gente tendrán como empleados esas empresas de seguridad, y se me ocurrió que podría haber algún oficial de policía de la comisaría Hollywood que estuviese interesado en una bonita habitación con pensión completa, durante un mes o poco más. Creo que podría sentirme segura si aquí hubiera un auténtico oficial de policía. ¿Crees que sea factible?

Ahora a Nate esta mujer lo tenía tan desorientado que decidió probarla.

– Yo podría estar interesado -dijo.

– Estaba deseando oír eso, Nate -dijo Margot con un ligero suspiro-. De veras temo por mi seguridad y la de mi hijo.

– ¿Adonde te mudarás? -preguntó él.

– Aún no lo he decidido -dijo ella-. Ése es el otro tema por el que están peleando nuestros abogados. Él no quiere que me lleve a Nicky fuera de Los Ángeles, pero estamos intentando que el tribunal acepte que el ambiente de trabajo de Alí no es el sitio ideal para criar a Nicky. Alí sabe que a mí me encanta San Francisco, y Nueva York. Pero hasta que eso se resuelva voy a alquilar una casa para Nicky y para mí aquí mismo, en Los Ángeles.

– Buena suerte en la batalla -dijo Nate.

Ella dio otro pequeño sorbo a la copa de martini, y dijo, ahora con voz sensuaclass="underline"

– ¿Qué te gusta beber, además de vino? Llevémonos un par de cócteles frescos a la terraza y conversemos un poco más.

Entonces se activó su instinto policial de supervivencia, que estaba muy agudizado después de tantos años de jugar al juego de «adivina qué estoy pensando realmente» con los miles de bribones callejeros con los que había tenido que lidiar. Ella había bebido mucho menos vino que él, y apenas había probado su martini. Aquellos ojos, del color del buen whisky, quizá de un Jack Daniels o de un Johnnie Black, ejercían un efecto hipnótico sobre él, pero ante el ofrecimiento de más bebida lo que reaccionó no fueron sus hormonas, que estaban enardecidas, sino su radar policíaco.

– Vale, me encantaría charlar más sobre el asunto. Pero no soy muy aficionado a los cócteles. Me quedaré con mi copa de vino. Pero adelante, tú tómate otro de esos especiales a lo James Bond.