– Esta noche no puedo pensar bien -dijo él-. Te llamaré mañana. Tengo que llevar el coche de vuelta a la comisaría.
Ella lo soltó y él la miró. Luego la besó, y ella pudo oler que efectivamente había bebido.
– Mañana, cariño -dijo Margot, sonriendo esperanzada-. Estaré esperando tu llamada.
Cuando Bix Rumstead salió dando marcha atrás y giró para bajar la colina, no vio el Mustang que estaba aparcado una calle más arriba. Nate Hollywood había aguardado todo el día la llamada de Margot, que nunca llegó. Él también había bebido un par de copas aquella tarde después de acabar su turno y, siguiendo un impulso, había ido a Mount Olympus con la intención de llamar a la puerta. Quería averiguar qué diablos era lo que pasaba por la cabeza de aquella mujer. Pero cuando se acercaba a la entrada de la casa vio un coche de policía. Pasó frente a la entrada, dio la vuelta, aparcó y esperó.
No tuvo que seguirle de cerca mucho rato para estar seguro de que el conductor era Bix Rumstead. Estuvo tentado de seguirle hasta la comisaría para tener con él un cara a cara amistoso, para «comparar notas» sobre Margot Aziz. Pero decidió que era mejor esperar hasta estar completamente sobrio.
Después de acabarse su burrito, Jetsam condujo en dirección al almacén donde iban a hacer la redada en lugar de volver a su recorrido habitual.
– ¿Dónde vas, tío? -dijo Flotsam.
– A echar un vistazo a la gran movida de los pollos.
– ¿Por qué?
– ¿Alguna vez has visto un gallo de pelea?
– No, ni tengo ningunas ganas.
– Podríamos aprender algo.
Para cuando aparcaron en el almacén, ya estaba todo bajo control. Todos los espectadores filipinos y mexicanos estaban siendo interrogados, y sus datos introducidos en fichas identificatorias. Se averiguaron los antecedentes de todos ellos. No había nadie fuera del edificio excepto Gil Ponce, que estaba junto a una pila de jaulas con los gallos de pelea que aún chillaban furiosamente y picoteaban el acero de las jaulas.
Jetsam acercó el coche adonde estaba el joven policía, y dijo:
– ¿Qué está sucediendo allí dentro, tío?
– Ahora nada -dijo Gil-. Sólo están identificando a todos los detenidos y averiguando antecedentes. Van a empapelar a unos cuantos. Deberíais haber estado aquí cuando llegamos. Uno de los organizadores intentó escapar, pero Gert le hizo una llave que lo dejó KO.
– Sí, seguro -dijo Flotsam.
Entonces una delgada figura apareció de entre la oscuridad, llevando consigo una jaula. Cuando se acercó vieron que se trataba de Cat Song.
– Ese cabrón de Treakle -les dijo a los surfistas-. Nos hace traer las aves aquí fuera en lugar de esperar a que lo haga Control de Animales. Quiere cerrar el almacén e ir a presumir con el jefe de la guardia sobre su gran redada de pollos, y dejarnos aquí cuidando de las aves hasta que lleguen los de Control de Animales. ¡Tengo el uniforme lleno de plumas y cagadas de pollo!
t Colocó la jaula encima de otras dos y las aves armaron más alboroto con la incorporación de las recién llegadas.
– ¿Cuántos pájaros hay? -preguntó Jetsam.
– No lo sé -dijo ella-. Diez, doce. No los he contado. -Luego se volvió hacia Gil Ponce y dijo-: Vamos, niño, no voy a acarrear estas jaulas yo sola.
Cuando ellos regresaron al depósito, Jetsam le lanzó a Flotsam una mirada y vio que estaba a punto de comenzar a quejarse de su hombro otra vez.
Jetsam apagó las luces del coche, se bajó y abrió la puerta trasera que estaba del lado ele Flotsam.
– ¿Qué haces, tío? -quiso saber Flotsam, mientras miraba azorado cómo Jetsam cogía la jaula que estaba encima de la pila y la colocaba dentro del asiento trasero de su tienda.
– Tú has tenido un mal día en Malibú, colega. Estoy intentando animarte.
– Sólo dime qué es lo que piensas hacer -dijo Flotsam con ansiedad.
– Cálmate, colega, no le quites la gracia al asunto -dijo Jetsam, cerrando la puerta y volviendo a ponerse al volante.
– ¿Qué asunto? -quiso saber Flotsam, y pronto lo supo.
Jetsam condujo con las luces apagadas y giró hacia el aparcamiento, donde había un coche patrulla blanco y negro aparcado en la oscuridad.
– ¿Todavía llevas ese slim jim en tu bolsa? -preguntó a su compañero.
– Tío, esto no tiene ninguna gracia -dijo Flotsam.
Jetsam salió del coche y dijo:
– Tío, esto es lo que se llama tener suerte en el trabajo. Mira ese viejo carromato blanco y negro, quieto ahí, esperándonos. No me jodas. ¡Es nuestro destino!
– ¡No te pases, tío! -dijo Flotsam, pero estaba fascinado, mirando cómo Jetsam se colocaba los guantes y deslizaba el slim jim por la ventanilla del coche hasta conseguir abrir la puerta.
– A dormir, pollo -dijo al ave encerrada, y traspasó la jaula al coche del sargento Treakle por la puerta trasera. Pero cuando la abrió, el gallo le picó un dedo.
– ¡Aauu! -dijo-. Este pollo malagradecido me ha mordido. Y eso que empezaba a gustarme, porque se parece mucho a Keith Richards.
– Esto no tiene gracia, es todo lo que puedo decir -dijo Flotsam. Pero de hecho pensaba que era bastante gracioso… si no los cogían.
Jetsam cerró, aseguró la tienda del sargento Treakle y luego se marcharon en busca de un basurero donde poder arrojar la jaula vacía.
– ¿Crees que el novato se asustará y nos delatará cuando ese nazi cabrón sin labios intente averiguar quién soltó al pollo?
– No estoy seguro de que Ponce siga siendo un novato -dijo Jetsam-. Podría ser que a estas horas ya le hayan despedido. De cualquier manera, Cat Song le clavaría uno de esos palillos coreanos de metal en los ojos si intenta conspirar contra nosotros. Está todo bien, colega.
El sargento Treakle estaba más contento que unas pascuas con la redada. Tres hombres que estaban bebiendo en el aparcamiento cuando llegaron las patrullas de la policía fueron citados a declarar. Cinco más fueron arrestados por estar borrachos en la vía pública o por no tener permiso de conducir. A ninguno se le citó por ser espectador de una pelea de gallos, porque cuando la policía llegó la pelea aún no había empezado. Los dos organizadores fueron arrestados, y en la comisaría Hollywood se les abrió un expediente bajo el; cargo de «crueldad hacia los animales».
Después llegaron los de Control de Animales y se hicieron cargo de las aves. Mientras tanto, el sargento Treakle se aseguró de que el almacén quedara cerrado y que la alarma contra robo^ estuviese conectada. Fue muy meticuloso, y estaba orgulloso del trabajo que había hecho. Y como iba con Gert von Braun y Dan Applewhite, ambos tuvieron que quedarse hasta el final. Estaban hambrientos y de mal humor, y tenían los uniformes sucios de acarrear los gallos de pelea fuera del almacén.
Cuando todas las patrullas excepto las dos unidades de la guardia nocturna se hubieron ido, el sargento Treakle dijo:
– Bueno, Von Braun, tengo una propuesta para hacerles a usted y a Applewhite.
– ¿De qué se trata? -dijo Gert, dudosa.
– Les invito a tomar un código 7 conmigo. Yo invito. Ustedes elijan el sitio.
Todavía con el olor de las histéricas aves y el de las cagadas de pollo en la nariz, Gert von Braun dijo con acritud:
– Ah, muy bien. Vamos a KFC, sargento Treakle. Yo pediré unas alitas y un muslo.
Gil Ponce reprimió una risita cuando vio que su supervisor fruncía el ceño.
– Pensándolo mejor, usted y Applewhite pueden irse ya -dijo el sargento Treakle, lanzando a Gert una gélida mirada. Luego se volvió hacia Cat, y le dijo-: Song, usted y Ponce pueden llevarme hasta mi coche.