Gert musitó «Lo siento, Cat» cuando ella y Dan Applewhite iban en dirección a su coche.
– Gracias, compañera -le dijo Dan a Gert-. Treakle me provoca tal acidez de estómago que siento que necesito llevar una botella de antiácido intravenoso en mi cartuchera.
El sargento Treakle se sentó en el asiento trasero de la tienda de Cat y Gil y ellos le llevaron rápidamente hacia el aparcamiento del punto de reunión, sin pronunciar palabra. Cuando salía del coche, el sargento les dijo:
– Quédense aquí hasta que arranque. El sistema eléctrico de ese viejo coche no es muy fiable.
Cat suspiró, movió la cabeza mirando a Gil, aparcó el coche y ambos esperaron. Y resultó que tuvo que agradecérselo, pues de otro modo se lo hubiesen perdido.
La exhausta ave estaba en el suelo bajo el asiento trasero, aparentemente dormida, cuando el sargento Treakle abrió la puerta del conductor y entró, mientras pensaba que el olor de aquellas horribles aves no acababa de desaparecer. El gallo parecía seguir durmiendo cuando el sargento cerró la puerta. No se movió cuando arrancó el motor. Pero cuando el sargento tocó el claxon para indicarle a la unidad 6-X-32 que podía adelantarse y marcharse, ¡el gallo estalló en un ruidoso revuelo de garras, aleteos y chillidos horribles!
Gil Ponce oyó sonidos extraños, cogió la linterna y alumbró el coche del sargento. Luego dijo:
– ¡Cat! ¡Están atacando al sargento Treakle!
– ¿Qué? -dijo Cat, pisando el freno.
Entonces los dos se quedaron boquiabiertos, helados, mientras el gallo furibundo destrozaba la espalda del sargento Treakle con sus agudas garras y le picoteaba la cabeza, batiendo poderosamente las alas sin cesar y chillando como un gato.
Pero por más fuerte que gritara el gallo peleón, no alcanzaba a gritar ni la mitad de fuerte de lo que lo hacía el sargento Jason Treakle, que cayó de bruces al suelo al salir disparado del coche. Cat Song corrió hacia el coche y atizó con la porra a la furiosa ave, obligándola a entrar otra vez, hasta que pudo cerrar nuevamente la puerta.
– ¡Dios mío! -dijo Gil Ponce-. Sargento Treakle, ¿está herido?
Pero el sargento no podía hablar. Emitía sonidos aterradores, como si lo estuvieran estrangulando, e intentaba respirar con desesperación.
– ¡Llama a una ambulancia! -le dijo Cat a Gil Ponce-. ¡Y haz que el camión de Control de Animales vuelva aquí! ¡Y luego tráeme una bolsa!
– ¿Una bolsa? -dijo Gil Ponce-. ¿De dónde voy a sacar una bolsa?
– ¡Olvida la bolsa! ¡Sólo haz las llamadas!
– ¡Está bien! -dijo Gil, y corrió hacia el coche.
Cuando regresó, Gil se encontró a Cat sosteniendo a su supervisor para mantenerlo erguido, ayudándole con cuidado a que se apoyara contra la puerta de su tienda. Aulló cuando su espalda malherida tocó el metal, y Cat le dijo que ignorara el dolor e intentara respirar normalmente.
– ¿Se recuperará? -preguntó Gil Ponce.
– Creo que sí -dijo Cat-. Pero ha sufrido un shock, y está bastante magullado. Y además está completamente bañado en mierda de pollo.
Para cuando llegaron los auxiliares sanitarios y se ocuparon de las heridas de la cabeza, el cuello y la espalda de Treakle, ya había aparecido el equipo de Control de Animales. Cat les abrió la puerta del coche del sargento y dio un salto hacia atrás. Pero ellos lograron capturar el ave, que ahora se mostraba dócil, la enjaularon y la colocaron en la parte trasera de su furgoneta. El teniente se había tomado un día libre, de manera que hubo que llamar al jefe interino de la unidad de vigilancia. Resultó ser el sargento patrullero más viejo de la comisaría Hollywood, quien estaba al tanto de los métodos y de la reputación del joven sargento Treakle.
Cat estaba lo suficientemente cerca como para alcanzar a oír al viejo sargento diciéndole al sargento Treakle:
– Tal vez deberíamos mantener en silencio esta pillería vergonzosa. Es exactamente el tipo de historias que le encantaría poner en los titulares locales a ese pendejo del Los Angeles Times que cubre los asuntos del LAPD. Los del Departamento quedaríamos como estúpidos, y usted también.
– ¿Yo, quedar como un estúpido? -dijo el sargento Treakle-. ¡Yo no he hecho nada para merecer esto! ¡Quiero que Asuntos Internos interrogue a todos los policías que estuvieron aquí y que les haga pasar a todos la prueba del polígrafo!
Aquello tocó la fibra sensible del supervisor más viejo, que ya había andado por ahí el tiempo suficiente como para saber lo poco fiable que era el polígrafo, sobre todo con los egos hipertrofiados de quienes constituían el servicio policial. Sabía que la prueba de un sociópata mostraba básicamente líneas planas, pero que la de un policía parecía el sombrero de una bruja si llegaban a preguntarle algo como si se había masturbado alguna vez durante la última década.
– Ya sé que usted no se merece esto -dijo el viejo sargento, apaciguándole-. Nadie se merece una cosa así. Pero todo el que lea el Times se reirá de nosotros. De usted. Si iniciamos una investigación, se filtrará en un abrir y cerrar de ojos. Ahora mismo nadie lo sabe excepto Song, Ponce y el personal sanitario. Yo hablaré con ellos.
Luego se volvió hacia Cat, que simulaba estar escribiendo en su hoja de registro.
– ¡Pero yo sé perfectamente quién ha sido! -dijo el sargento Treakle.
– ¿Y quién ha sido, pues?
– Ese hispano listillo de barba. Estoy seguro de que fue él.
– Mire, Treakle -dijo el viejo sargento-, ¿acaso quiere que su familia y sus amigos lean un titular que ponga…?
– ¡Está bien, ya lo entiendo! -dijo Treakle, a quien le pareció insoportable contemplar las distintas posibilidades para los titulares-. Pero yo sé que ha sido ese hispano barbudo.
– Tal vez debería solicitar al capitán que lo transfiera a alguna otra unidad -dijo el viejo sargento-. Un nuevo comienzo, en algún otro sitio. ¿Eso le parecería bien?
– Estoy impaciente -concordó el sargento Treakle. Entonces, por primera vez se le oyó decir una obscenidad. Se sentó, reflexionó durante un momento y dijo-: ¡Puto Hollywood!
El sargento Treakle se negó a que le llevasen al Cedars Sinai para que lo vieran otros médicos cuando Cat Song dijo que probablemente necesitarían equipos sanitarios especiales para poder limpiarlo. Y él mismo llevó su coche de vuelta a la comisaría, todo cubierto de plumas y cagadas de pollo.
El sargento veterano habló con Cat y con el joven Gil Ponce acerca de la necesidad de mantener en silencio aquel incidente, por el bien de la comisaría Hollywood, y ellos le indicaron que comprendían la gravedad de una situación como ésa, en la que una travesura podía causar heridas y aterrorizar a un supervisor, quien probablemente sería transferido a otra unidad tan pronto como fuese posible. Le aseguraron al sargento que no dirían una palabra a nadie.
Antes de que hubiese pasado una hora, Cat Song había llamado a Ronnie Sinclair a su casa, le había enviado un mensaje de texto a Gert von Braun, y se las había arreglado para contactar con Nate Hollywood en su móvil, a sabiendas de lo mucho que detestaba al sargento Treakle. Todos le agradecieron efusivamente que hubiese compartido con ellos la información, y prometieron que no dirían una palabra a nadie.
Como era uno de los agentes que había rechazado una invitación para participar en el estudio de la Biblia con el sargento Treakle, Gil Ponce le susurró todos los detalles a Dan «Día del Juicio Final» cuando estaban en el vestuario al término de su guardia, y luego le planteó una cuestión teológica. El joven policía se preguntaba si era posible que, en el instante en que quedó envuelto en la oscuridad de unas enormes alas, y mientras oía chillidos sobrenaturales, el sargento Treakle pudiera haber olido azufre y creyera que había sido capturado por el Anticristo en persona.
– Es reconfortante pensarlo -le respondió el policía más viejo. Y luego añadió-: El Oráculo siempre decía que hacer un buen trabajo policial era lo más divertido que podía sucedemos. Bueno, pues hay un par de policías anónimos ahí fuera que esta noche han hecho un gran trabajo policial. Espero que se hayan acordado del Oráculo.