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– Bueno -contestó Jaime Salgando en español.

Impostando una actitud simpática que estaba lejos de sentir, Alí dijo:

– ¿Qué sucede, Jaime? ¿No tienes a ninguna chica para contestar el teléfono? ¿El negocio va mal?

Tras reconocer la voz y el acento a la primera, Jaime Salgando dijo:

– ¡Alí, viejo amigo! ¿Qué tal estás hoy?

– Bien, hermano, voy bien -dijo Alí-, Pero necesito un gran favor. Quisiera pedirle a mi amigo que venga a la cita esta noche y traiga lo que le encargué. Las chicas están listas para ti. Esta noche es mucho mejor para ellas.

– No puedo, Alí -dijo Jaime-. Mi nieta tiene actuación del colegio esta noche y tengo que estar ahí para verla.

– Jaime -dijo Alí-. Esto es muy importante. Debo tenerlo. Ayer otro chaval de mi calle estuvo a punto de ser atacado. Por ese perro asesino.

– Lo siento, Alí -dijo Jaime-. No puedo decepcionar a mi nieta. Estaré allí el sábado.

– ¿Podría ir a la farmacia y recoger mi encargo hoy? Hago eso, ¿vale?

– Pero todavía no tengo lo que me encargaste.

Alí pensó en lo desesperado que Leonard parecía estar, y que ahora le tocaba a él caer en la desesperación. Estuvo moviendo el collar de cuentas a toda velocidad hasta que encontró una historia plausible.

– Jaime, hermano mío, lo siento muchísimo. Hay otra razón por la que el sábado no va bien.

– ¿Cuál?

– Tex se casa el sábado. Una gran boda. Estaremos todos en la celebración. Dice que después de la boda no va a poder divertirse con el viejo Jaime. Incluso Goldie va a ir a la boda. Tengo chicas nuevas para trabajar esa noche. No las he visto antes. Las he contratado a través de una agencia. No puedo pedirles a las chicas nuevas que tengan una fiesta especial con mi amigo Jaime. Lo siento.

El farmacéutico se quedó en silencio un momento y después dijo:

– Es extraño. Nuca pensé que esas chicas harían algo tan corriente como casarse.

– Pero Tex dice que si su amigo Jaime puede venir esta noche le hará pasar un gran rato. ¿Cómo te diría? Es… ¿su fiesta de antes de casada?

– Despedida de soltero -corrigió Jaime-. O de soltera, en este caso.

– ¡Exacto! -dijo Alí-. Y Goldie también cree que puede ser muy divertido.

De nuevo el farmacéutico dudó antes de decir:

– Vale. Haré una llamada y entregaré tu encargo a las siete en punto. Me gustaría cenar en el club y ver el espectáculo un rato. Después me gustaría tener mi fiesta privada y estar en casa hacia las doce.

– ¡Todo será como deseas, hermano! -dijo Alí-. ¡La cena estará lista y también Tex y Goldie!

– No me gustó el motel de la última vez -dijo Jaime-. No estaba muy limpio. Quiero ir a ese bonito que queda junto a la Sala Leopardo.

– Lo que tú quieras, hermano -dijo Alí.

Después de colgar, Alí llamó al móvil de Tex:

– Tex, no vas a hacer la fiesta especial el sábado. Debes hacer la fiesta esta noche. Encuentra a Goldie. Venid esta tarde, a las ocho en punto.

Tuvo que mantener el teléfono apartado mientras ella chillaba:

– Me cago en la puta, Alí. ¡Te dije que necesitaba la noche de hoy libre! ¡Tengo una cita que he estado esperando mucho tiempo! No me pienso trabajar al viejo mexicano esta noche ¡y punto final!

Alí sintió su sangre hervir. La planificación, el gasto, la ansiedad, el miedo, era demasiado. Estaba haciendo todo eso por su hijo. Para salvar a su amado hijo de la perra de su madre. ¡Sus motivos eran puros, pero todo el mundo estaba decidido a ponerle trabas!

Alí se oyó a sí mismo gritar por el teléfono:

– Te compensaré con una paga extra. Y se la daré también a Goldie. ¡Pero debéis venir esta noche! ¿Me oyes?

– ¡Guárdate tu paga, Alí! -gritó Tex-. Puedes follarte tú mismo al viejo mexicano, ¡me la suda!

Alí empezó a ahogarse en su propia ira. Sus ojos ardían y había roto el cordón por el que corrían las cuentas.

– ¡O haces lo que te digo o te despido! ¡Tienes que follarte al viejo mexicano! ¡Soy el jefe! ¡El jefe no tiene que follarse a ningún viejo mexicano!

Jadeaba, se tragó su propio escupitajo y se sintió mal, la cabeza le daba vueltas. Pensó que iba a vomitar. Las cuentas estaban esparcidas por su mesa.

Entonces la voz de Tex dijo con calma en su oído:

– Será mejor que sea un puto extra enorme, Alí. Lo digo literalmente.

Cuatro de los once oficiales sénior de la Oficina de Relaciones con la Comunidad estaban de vacaciones. Ronnie y Bix estaban trabajando para el Programa de Exploradores de la Policía, que incluía a niños de ambos géneros con edades comprendidas entre los catorce y los veinte años. La mayoría de los antiguos exploradores se habían unido al LAPD cuando cumplieron los veintiuno. A Ronnie le gustaba trabajar con los chavales, que eran receptivos, entusiastas y muy idealistas. Esperaba llegar a tener a alguno de compañero si finalmente se convertían en oficiales de policía. Pero no había forma de prevenirlos frente a la atmósfera de cinismo contra la que ella y sus colegas debían pelear a lo largo de sus carreras. Para estos chavales el cinismo no estaba entre las materias del programa.

Ronnie estaba cada vez más preocupada por Bix Rumstead. A través de una conversación casual se había enterado de que su mujer y sus dos hijos se habían ido de vacaciones a la casa de sus suegros junto a un lago de Oregón. Entre las palabras masculladas por su compañero, Ronnie intuyó que el suegro de Bix, un juez jubilado y perfeccionista, no era exactamente el mejor amigo de su yerno. En cualquier caso, Bix parecía aliviado de no tener que pasar dos semanas con el juez.

Desde la marcha de su familia, Ronnie pensaba que podía percibir algo diferente en los ojos de él, en su voz, incluso en la rigidez de sus manos. Estaba segura de que él hacía algo más que tomar una copa de vez en cuando. Ronnie pensaba que Bix no debía pasar dos semanas solo en su casa.

Ese día, mientras los dos agentes se aplicaban un código 7 en un pequeño y buen restaurante en Thai Town, compartiendo una ensalada picante ella le dijo:

– Debes de sentirte solo con la familia fuera.

– Tengo a nuestra perra Annie para hacerme compañía -dijo-, ¿Qué tal tú? Tú siempre estás sola.

– Estoy acostumbrada -dijo-. Pero tú estás acostumbrado a una esposa y a un par de adolescentes compartiendo la casa. ¿Qué tal llevas el silencio?

– Me pongo a ver los programas de televisión que me gustan -dijo Bix-. Con un gran perro durmiendo en mi regazo. Y no tengo que hacer la cama.

– Ya sabes que siempre serás bienvenido a nuestros encuentros en Sunset Boulevard para tomar un burrito. A veces viene Cat o Hollywood Nate. Rita Kravitz también suele pasarse, y Tony Silva. El jefe viene de vez en cuando. De hecho, esta noche vamos a reunimos.

– No, gracias -dijo-. Creo que esta noche intentaré dormir ocho horas seguidas, si Annie me deja. Siempre duerme cruzada y ocupa la mayor parte de la cama. En sueños pega más coces que una muía y suelta gas como para hinchar un neumático Goodyear.

Ronnie dudó un instante, pero después dijo:

– ¿Estás preocupado aún por… ya sabes, el asunto de la bebida cuando sales con un grupo de polis?

– Me pasa por la mente -dijo Bix-, pero no es ésa la razón.

– ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que bebiste por última vez?

– No cuento los días como un alcohólico -dijo-. Pero ya casi hace un mes.

– ¿Lo echas de menos?

Se encogió de hombros y dijo:

– Puedo dejarlo cuando quiero.

Ronnie Sinclair se dio cuenta de que Bix Rumstead estaba mintiendo.

– Si no llevan zapatos, no podemos atenderles -dijo la imperiosa camarera del Hamburger Hamlet (una más de la legión de los afectos a las artes liberales que atendían prácticamente en cada restaurante y bar no-étnico de Hollywood), cuando vio a los policías surfistas entrar por la puerta principal.