Pero estaba muy equivocada si pensó que él no la notaría, pues, una vez que terminó el servicio religioso, la descubrió. Con una expresión tensa y con la mujer aristocrática de su brazo, él caminó por el pasillo de la iglesia y cuando llegaron al nivel de Kelsa, Lyle Hetherington movió levemente la cabeza hacia ella y le lanzó una mirada fulminante que le penetró hasta los huesos. Entonces supo que no le pedirían que trabajara los tres meses de su aviso de renuncia.
Tanto Nadine como ella estaban de un humor solemne en el camino de regreso a la oficina; pero una vez ahí, Kelsa observó que Nadine, habiendo trabajado tantos años para Garwood Hetherington, estaba a punto de un colapso nervioso.
– ¿Por qué no te vas a tu casa?-sugirió Kelsa con gentileza.
– Siento que ahora tengo una reacción atrasada -confesó Nadine-, pero tengo demasiado trabajo…
– Vete a tu casa -insistió Kelsa-. Yo me encargaré de todo aquí.
– Yo…
– Te lo prometo -sonrió Kelsa.
– ¿Estás segura?
– Claro que sí.
Eran las siete y Kelsa todavía estaba en la oficina, pero había avisado a seguridad que iba a trabajar hasta tarde. Por eso cuando a las siete y diez oyó que se abrió la puerta y que alguien entró, pensó que era un empleado de seguridad que venía a verificar si ella continuaba allí.
Alzó la vista, con un comentario amable en los labios, pero se quedó petrificada antes de pronunciarlo, porque el hombre alto, de traje oscuro y ojos grises que la miraba con frialdad, definitivamente no era de seguridad. No; por lo visto, él esperaba que ella dijera algo.
– ¡Muy dedicada a su trabajo! ¿Eh? -comentó él mordazmente y Kelsa adivinó que, si él estaba dolido por dentro, había encontrado justo a la persona con quien desquitarse.
– Sólo poniéndome al corriente en algunas cosas -repuso ella lo más tranquila que pudo.
– ¡Pero su coche no está en el estacionamiento! -recalcó él.
– Tiene la costumbre de portarse mal… Está en el taller por el momento -informó ella. No había reparado en que él conocía su coche, pero ya estaba empezando a perder su calma y advertía, por su agresividad, que estaba decidido a molestarla, como lo iba a comprobar.
– Yo pensaría, por la forma en que usted se conduce -la barrió con una mirada ofensiva-, que ya tendría un coche que no acostumbrara portarse mal.
Ante ese insulto deliberado, Kelsa no pudo contenerse más. Tomó su bolso y se puso de pie. Trató de dominar su ira, pero sin mucho éxito.
– Puede guardarse sus sarcasmos y sus burlas -reclamó-. ¡Yo me voy!
– Yo no la voy a detener -espetó él, haciéndose a un lado-. Aunque dudo que pase mucho, tiempo antes que otro hombre la detenga -agregó.
Kelsa estuvo a punto de decirle que no fuera tan repulsivo, pero tenía la idea de que eso ya se lo había dicho. Y se tragó su furia al recordar que Lyle debería estar sufriendo.
– Pues no sólo me voy en este momento, sino que, para su mayor información, también de Hetheringtons -dijo. No se le escapó la mirada alerta de sus ojos y, aunque no encontró nada insultante que decirle en respuesta, sí hubo burla en el tono de su voz.
– ¿De veras?
– ¡Entregué mi renuncia anticipada de tres meses, el jueves! -replicó ella y vio que los inteligentes ojos grises reflexionaban sobre eso.
Sin embargo, un instante después, estaba de regreso su agresividad en pleno.
– Y ahora, ¿a qué demonios pretende jugar? -preguntó él, furioso, y eso la molestó.
– ¡Un juego que usted, con su maliciosa y suspicaz mente, no reconocería, desde luego! -y trató de salir, pero él se acercó haciéndola retroceder un paso. Descubrió que él era mucho más astuto de lo que ella imaginaba. En cuestión de segundos, encontró una respuesta.
– ¿Por orgullo? -preguntó-. ¡No me venga con eso! -exclamó furioso entre dientes-. Si tuviera algo de orgullo, nunca se habría acostado con un hombre que pudo ser su abuelo…
– ¡Ya deje eso! -gritó Kelsa, tan furiosa con esas viles insinuaciones, que estalló y, sin importarle nada, exclamó-: Para su información, ¡la única persona con la que he dormido soy yo misma! -”a ver qué le parece eso”, pensó, con los brillantes ojos azules llameando.
– ¡Es una virgen! -se burló él.
Kelsa ya lo había abofeteado una vez y ahora estuvo a punto de volver a hacerlo.
– ¡Me voy a casa! -le gritó y se dirigió hacia la puerta.
– ¿Quiere que la lleve? -se burló él antes que ella saliera, y Kelsa se volvió.
– ¿Con usted? -preguntó con desprecio-. ¡Prefiero irme arrastrando!
– Espero estar ahí para verlo -replicó él con hielo en la voz, mientras captaba la ira temblorosa de Kelsa.
Ella se volvió y se fue, colérica. Sin embargo, para cuando llegó a su apartamento, se sentía lo suficientemente calmada, como para darse cuenta de que todavía tenía un empleo al cual ir al día siguiente… porque Lyle Hetherington no la había despedido, ¿o sí?
Capítulo 4
En la mañana, Kelsa se sintió avergonzada de haber permitido que Lyle Hetherington la presionara hasta enfadarla. Eso era tan poco característico de ella, pero tenía que reconocer que sus reacciones hacia él eran muy diferentes de las que tenía hacia cualquier otra persona… y eso era desde el primer instante en que lo conoció.
Cuando iba a la oficina en el autobús, sentía el arrepentimiento de haberse molestado con él. Era obvio que el día anterior… el día del funeral de su padre fue muy malo para él emocionalmente. Y ella se comportó muy ofensiva. ¿Cómo pudo hacerlo?
Pero él no estuvo muy amable con ella; se reanimó al bajar del autobús y se dirigió a su oficina, de mal humor.
– Buenos días, Nadine -la saludó al entrar y vio que, al parecer, Nadine llegó temprano para recuperar el tiempo perdido el día anterior.
– Buenos días, Kelsa -le sonrió Nadine-. Gracias por permanecer en mi puesto ayer en la tarde. ¿Algún problema?
Kelsa deseó poder compartir su problema con Nadine, quien con su experiencia en los negocios, probablemente lo solucionaría fácilmente.
– Sólo unas cuantas indagaciones -replicó y sacó de su cajón unos papeles para ponerse a trabajar.
Estaba bebiendo una taza de café, alrededor de las once, cuando tuvo tiempo de meditar sobre el hecho de que, al parecer, todavía tenía un empleo. Creyó, por la forma en que Lyle la había mirado en la iglesia, además del pleito de la noche anterior, que él no pensaría dos veces en despedirla.
Estuvo intrigada por esa situación unos minutos y lo único que se le ocurrió fue que, a pesar de su opinión sobre ella, él por respeto a la memoria de su padre, había decidido dejar que ella trabajara los tres meses de su aviso de renuncia. Tal vez llegó a esa decisión, pensando que, si su padre la estimaba tanto, él debía respetar ese sentimiento; y tres meses se pasarían muy rápido.
Kelsa seguía pensando en eso, cuando sonó el teléfono y ella asumió su tono profesional para contestar.
– Habla Brian Rawlings, del despacho de “Burton y Bowett” -se presentó el hombre que hablaba y, como Kelsa no pensó que eran abogados de la compañía, le iba a pasar la bocina a Nadine, pero él continuó-: ¿Hablo con la señorita Stevens? -preguntó, cortés y profesional.
– Sí -respondió ella, extendiendo la mano para pasar la llamada al teléfono de Nadine. Pero de pronto, su mano se quedó inmóvil, pues, siendo abogado, él tenía que asegurarse con quién estaba hablando.
– ¿La señorita Kelsa Primrose March Stevens? -preguntó.
– Sí -volvió a responder, confundida y hasta un poco divertida. Pero su diversión se acabó abruptamente cuando él le informó:
– Es importante que se presente usted en nuestras oficinas hoy a las dos de la tarde -y mientras Kelsa parpadeaba, él preguntó-: ¿Sabe usted dónde quedan?