Supuso que por el impacto emocional que recibió, no se había preguntado el porqué, antes. Porque ahora eso obsesionaba a Kelsa y sabía que no estaña tranquila hasta que lo supiera. Lo único que se le ocurría era que se llevaban muy bien los dos, que habían compartido la misma empatía y que el señor Hetherington, probablemente sentía por ella el mismo afecto que ella sentía por él.
Lo cual, pensó mientras conducía a la oficina, de ninguna manera era motivo para que él le dejara la mitad de su fortuna… Kelsa todavía seguía intrigada cuando Nadine entró a la oficina.
– No me dijiste que el señor Hetherington se había acordado de mí en su testamento -mencionó Nadine complacida, después de saludar.
– Lo siento -se disculpó Kelsa-. No estaba captando las cosas. ¿También recibiste una carta el sábado?
– Sí; notificándome el legado del señor Hetherington. Todavía no tengo el dinero, desde luego -sonrió-, ni lo tendré en mucho tiempo -agregó, de acuerdo con la idea de Kelsa-; pero es agradable saber que se acordó de mí.
Ambas se pusieron a trabajar, y media hora más tarde, se abrió la puerta y entró Lyle Hetherington; su sombría expresión le indicó a Kelsa que él también había recibido la notificación el sábado. El corazón de la joven se aceleró inmediatamente cuando, con un saludo a Nadine, él se volvió hacia ella y le dijo con brusquedad:
– ¡Tengo que hablar con usted!
Nadine, diplomáticamente, se levantó y los dejó solos, lo cuál desconcertó a Kelsa por un momento; pero aunque él la perturbaba y estaba confundida por la herencia que le dejó su padre, no por eso iba a permitir que la humillaran.
– ¡Pues dispare de una vez! -dijo con frialdad y vio que a él no le gustó mucho su tono de voz.
– ¡No aquí! -gruñó él con impaciencia-. No podemos hablar aquí. La veré esta noche para cenar, a las siete…
– Sucede que sí estoy libre esta noche -interrumpió ella, controlando la asombrosa sensación agitada que la invadió… como si estuviera atraída por él y le gustara la invitación a cenar. ¡Qué cosa!-. Lo que sea que quiera usted discutir conmigo, preferiría no echar a perder mi digestión -la sorprendió qué él se quedara todavía parado, sin estrangularla… aunque, por la forma en que Lyle cerró los puños a los lados del cuerpo, como si luchara por controlarse, Kelsa supuso que él estaba muy cerca de hacerte-. Si quiere ir a mi apartamento por unos cinco minutos, cuando se desocupe aquí esta bien conmigo -ofreció.
La respuesta de él fue salir dando un portazo. “¡Vaya qué genio!”, pensó ella y luego se dio cuenta de que temblaba como una hoja al viento, por ese encuentro. ¡Con un demonio! ¿Por qué lo había invitado a su apartamento?
Sin embargo, se calmó unos minutos después, advirtiendo que, no queriendo él discutir nada en la oficina y ella prefiriendo no salir a cenar con él, a menos que tuvieran una “charla” en la calle, no le quedaba otra opción que su apartamento. Puesto que probablemente él no sería más amable con ella de lo que había sido, no quiso agradecerle que la invitara a charlar durante la cena… como si considerara que un restaurante sería terreno neutral.
“¡Al diablo con él!”, pensó, furiosa, pues algo en Lyle la corroía. Nunca estuvo más complacida de ver a Nadine, cuando ésta entró.
– ¿Está el terreno despejado? -preguntó.
– Sí. Él quiere hablar conmigo… pero no aquí -reveló Kelsa-. Le sugerí mi apartamento.
– No se necesita mucho para adivinar el tema que se va a tratar -comentó Nadine y se concentró en el trabajo que había interrumpido.
Poco después llegó el señor Ford y entró a la otra oficina; pero él no era el señor Hetherington y cuando Nadine salió, después de haber estado encerrada con él unos quince minutos, dejó la puerta entreabierta y Kelsa lo vio sentado detrás del escritorio del señor Hetherington. Sintió que se sofocaba.
Con todo, estaba contenta de estar ocupada, pues eso le daba poco tiempo para pensar en la visita de Lyle Hetherington esa noche. No es que él hubiera aceptado su improvisada invitación, pero Kelsa sabía que estaría ahí. Como comentó la señora Hetherington, él había trabajado muy duro para ese negocio y eso significaba mucho para él.
Cuando Kelsa llegó a su apartamento esa noche, se apartó de su rutina usual. Primero se dio una ducha, luego se aplicó la pequeña cantidad de maquillaje que usaba y, aunque se reprendía por ser tan tonta… ¡Como si él lo notara! ¡Como si a ella le importara!… se cepilló muy bien el largo y rubio cabello. Desechó el usual pantalón de mezclilla que usaba, para ponerse uno elegante y una blusa de seda.
Su estómago estaba tan retorcido, que no quiso prepararse nada para cenar, así que se entretuvo pensando en la hora en que él podría llegar. La única vez que había ido a su apartamento, fue como a las ocho y media, recordó Kelsa. Por otro lado, Lyle iba a sugerir que salieran a cenar como a las siete y media… Entonces, ¿a qué hora vendría él?
Kelsa estaba lista a las siete y deseaba haber sugerido una hora específica, en vez de “cuando se desocupe”. Si hubiera estado tan calmada por dentro como trataba de parecer, pudo haber sugerido cierta hora.
Sus pensamientos se ofuscaron por un momento al recordar la vez anterior que Lyle la visitó… y cómo la hizo perder la cabeza con sus besos. ¿Dónde estuvo entonces su estricta educación familiar? Tragó en seco ante el recuerdo… Nunca se imaginó que podría reaccionar de esa manera ante un hombre; que podría desear a un hombre como deseó a Lyle en ese momento.
Estaba sentada tomando a sorbos una taza de café, cuando de pronto se le ocurrió que tal vez por esa educación moral, no le parecía correcto desistir de la herencia del señor Hetherington sin antes saber por qué él lo había hecho.
Una vez más, le daba vueltas en la cabeza el “porqué”, sin más éxito que antes, cuando sonó el timbre de la puerta y, aunque ella lo esperaba, saltó del susto. Tratando de calmarse, caminó hacia la puerta, pero necesitó un par de segundos más para respirar profundamente, antes de abrirla.
Supuso que era natural, bajo esas circunstancias, que los latidos de su corazón se acelerarán al ver al hombre alto, bien vestido, que estaba parado frente a ella. Puesto que estaba segura de que él no iba a perder el tiempo en saludos, ella tampoco lo saludó.
– Pase -lo invitó y, tratando de siquiera empezar la reunión con cortesía, preguntó-: ¿Le puedo ofrecer un café?
La respuesta inicial fue quedarse mirando fríamente los bellos ojos azules; pero después de unos segundos, él contestó secamente:
– Mientras más pronto exponga el asunto, más rápido podré irme a mi casa.
Con esa respuesta, y al percibir la sugerencia de que él no podía soportar estar en su compañía, Kelsa supuso que le hablaría a ella, no con ella.
– Si va a ser breve, podemos quedarnos parados -encontró bastante valor para decir.
– Entraré después de usted -espetó él y esperó a que ella se sentara en el único sillón que había; luego se sentó en el sofá-. Supongo que ya recibió la notificación del contenido del testamento de mi padre -empezó sin ningún preámbulo.
– Sí; recibí el sábado una carta detallando todo -convino ella-. Todo lo que me concierne a mí -agregó; luego confesó-: Todo parece muy complicado y no puedo empezar a comprender… -se interrumpió al ver, por la expresión del semblante de él, que no tenía ninguna duda de que, si ella hubiera encontrado algo muy complicado en su nueva riqueza, habría corrido de inmediato a ver a los abogados; pero como ella estaba en su escritorio, desde temprano en la mañana cuando él entró, Kelsa supuso que eso era todo lo que necesitaba para creer que ella había comprendido todo perfectamente bien-. El caso es que -dijo con sequedad, alzando la barbilla ante ese cínico monstruo-, yo puedo manejar mis problemas. ¿Cuál es el suyo?