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El entrecerrar de ojos ante el tono insolente de Kelsa, mostró que ella tampoco era persona muy grata para él. Bueno, ya estaba cansada de esa actitud, de todos modos.

– Usted no es tonta, señorita Stevens -dijo él bruscamente-. Mi problema es obvio -Kelsa percibió que Lyle miraba la larga y esbelta columna de su cuello y se preguntó si había sido lo bastante inteligente encerrándose con él en su apartamento… ¿Acaso todavía podía estrangularla? Sin duda, eso le daría una enorme satisfacción-. Pero -agregó él con tono cortante-, yo puedo arreglármelas, si… -un músculo saltó en su sien y Kelsa comprendió que lo que estaba a punto de decir se le atoraba en la garganta-; si usted suspende el fuego.

Ella no tenía idea de lo que Lyle hablaba, pero si él le pedía un favor… y ella creía que de eso se trataba… entonces tenía mucho que aprender acerca de pedir favores.

– ¿Suspender el fuego? -repitió-. Yo… ¿Puede ser más específico? -preguntó y recibió una de sus miradas fulminantes. Pero, como seguía sin entender lo que él quería decir, se quedó sentada en silencio, con la mirada en el hostil, pero bien parecido rostro. Él le lanzó una dura mirada y empezó a explicarse, conteniendo a duras penas el sarcasmo.

– No habrá estado trabajando con Nadine Anderson y con mi padre, sin tener una idea de que estoy trabajando en un amplio plan de expansión del negocio.

– Algo he oído acerca de eso -convino ella.

– Así que también sabrá, que necesito todo el respaldo que pueda recibir para esa empresa.

¿Acaso él le pedía que ella votara con sus acciones por su plan? ¿Acaso ella tenía el derecho a votar? No tenía la menor idea.

– ¿Y? -murmuró.

– Y -repuso él con aspereza y desagrado- puesto que, para el buen futuro de la compañía, es vital que consiga todo el financiamiento posible quedo muy presionado para obtener recursos adicionales.

– ¿Necesita… recursos adicionales? -preguntó Kelsa.

– ¡No se haga la tonta, señorita Stevens! -explotó él-. Bastante duro es para mí, tener que venir a pedirle que se contenga antes de succionar a la compañía, hasta que yo esté en una posición financiera en que pueda comprar sus…

– ¿Succionar a la compañía? -interrumpió ella y su expresión era tan genuinamente sobresaltada, que por primera vez Lyle Hetherington pareció darle un poco de crédito.

– Que venda alguno de los bienes que le dejó mi padre -explicó él y su mirada ya no era totalmente hostil, ni furiosa, sino con reflexión-. Si usted dispone de sus acciones antes que…

– ¡No sabía que podía hacerlo! -exclamó Kelsa con sorpresa.

– ¿No ha tratado de venderlas? -preguntó él con la mirada más calmada, pero con la rudeza habitual por si ella trataba de engañarlo.

Kelsa notó que su tono no era burlón, ni sarcástico y de pronto empezó a sentirse mejor y más animada.

– ¡Claro que no! -repuso francamente-. Nunca pensé que todo el papeleo involucrado en una herencia, tardara menos de un año. Y -se apresuró a decirle ahora que parecía dispuesto a creerle- ni en sueños tocaría yo un centavo de lo que me dejó el señor Hetherington. No…

– ¡Vamos! -exclamó él, furioso. Obviamente, su confianza en lo que ella tuviera que decir duró muy poco-. Que…

De pronto, ambos estuvieron de pie, Kelsa tan furiosa como él, cuando lo interrumpió:

– ¡A ver si se calla y me deja terminar!

– Usted tiene la palabra… Yo ya me voy -sentenció él y ya estaba en camino a la puerta cuando Kelsa, frustrada a lo máximo, lo siguió.

– ¡Me va a escuchar!-gritó, con los ojos llameantes de ira y, habiendo perdido la paciencia, lo asió de un brazo.

Lyle Hetherington se detuvo y se volvió, con una mirada furiosa, clavándola en los chispeantes ojos azules de Kelsa. En seguida, su mirada bajó a la mano que detenía su brazo y, al instante, ella quitó la mano. Luego, fijando la mirada en el ruboroso e iracundo rostro, expresó con tono cortante:

– Estoy escuchando.

– Pues termine de escucharme -replicó ella y de inmediato empezó su explicación-: Soy buena en mi trabajo porque lo conozco y, en el poco tiempo que he trabajado con Nadine, he aprendido mucho. Pero no conozco el trabajo de usted, y no lo comprendo, así como no comprendo otros trabajos para los que no he sido capacitada. Así que, aunque como dijo usted, no soy tonta, como no he tenido nada que ver con acciones y valores, ni bienes de los que me dejó su padre, sé muy poco acerca de eso -se detuvo a tomar aire.

– ¿Es eso todo? -gruñó él.

– ¡Todavía no termino! -exigió Kelsa-. Cuando dije que ni en sueños tocaría yo un centavo de esa herencia, lo dije en serio, porque -continuó con firmeza-, porque yo tampoco entiendo por qué me dejó algo a mí.

– ¿Acaso quiere que se lo dibuje yo? -soltó él con tono punzante, antes que ella recobrara el aliento.

– ¡Acabe de escucharme! -gritó ella, a punto de darle un puñetazo. Él se encogió de hombros y Kelsa continuó, mientras él todavía estaba ahí-: Hasta que no sepa yo por qué, no voy a tocar lo que el señor Hetherington me dejó.

Él no le creía, eso lo podía ver Kelsa; se notaba en su postura tensa e incrédula.

– ¿Ya es todo? ¿Ha terminado?

– Sí; ya terminé -repuso ella, habiéndola abandonado de pronto su ira.

– ¿Y todavía insiste en llamar a mi padre “señor Hetherington”?

– Así lo llamaba siempre en la oficina.

– Y fuera de ella…

Kelsa aspiró profundamente para calmarse. O era eso o era pegarle al incrédulo cerdo.

– Fueron muy pocas las veces en que estuve fuera de la oficina con su padre, pero en esas pocas ocasiones, siempre fue el señor Hetherington para mí.

– ¿Sigue sosteniendo que no había algo entre ustedes, más que negocios? -preguntó él con rudeza.

– No; no es eso lo que digo -replicó ella y retrocedió un paso al ver la mirada iracunda que él le lanzó, ante lo que parecía ser una confesión-. Y antes que se vuelva furioso y acusador -se apresuró a añadir-, su padre era un hombre maravilloso para trabajar con él, siempre amable y cortés, tanto así, que no creo que haya nadie que no se haya encariñado con él.

– Así que… estaba encariñada con él -dijo él, tenso.

– Sí; nos llevábamos bien. Tal vez él era así con todos… no lo sé; pero -se sintió ridícula al decirlo, pero le enseñaron a decir la verdad ante todo y tuvo que seguir-: yo sentía que había entre él y yo una corriente afectiva.

– ¡Qué tierna! -interrumpió él con acidez y Kelsa sintió comezón en la mano derecha.

– ¡Pues sí era tierna la relación! -explotó ella-. Me llevaba muy bien con su padre.

– ¡Vaya que se llevaba bien!

– ¡Él me apreciaba! -ella ignoró la ironía y prosiguió antes que él pudiera lanzarle otro comentario mordaz-. Y debe de haberme apreciado mucho para dejarme toda esa fortuna. Pero… -de pronto, su ira se desvaneció nuevamente- le juro que nunca hubo algo más que eso entre nosotros -declaró sinceramente.

– ¿Me va a decir que mi padre nunca visitó este apartamento? -preguntó él, cuando sabía muy bien que sí lo había hecho.

– Sólo una vez, cuando me trajo a casa y luego recordó…

– Que tenía que hacer una llamada telefónica -interrumpió él fríamente.

– ¡Así fue! -protestó ella-. Mi coche tiene la costumbre de descomponerse y esa noche…

– Tampoco cenó con él, ¿verdad? -volvió a interrumpir él con aspereza.