– Obviamente se refiere a aquella noche, hace un par de semanas. Esa noche que nos vio usted… -Lyle estuvo ahí con una hermosa morena del brazo, recordó Kelsa y, curiosamente, sintió un piquete que, en otras circunstancias, habría parecido de celos. ¡Qué tontería!-. Habíamos trabajado tarde esa noche, los tres…
– ¿Los tres?
– Nadine Anderson estaba ahí, también -explicó Kelsa-. Nadine se comprometió hace poco y supongo que todavía no está acostumbrada a usar un anillo en el dedo. El caso es que regresó al tocador, para recoger el que había olvidado ahí al lavarse las manos… -de pronto, Kelsa se detuvo abruptamente-. ¡Oh! ¡Qué caso tiene! -suspiró con desaliento y, volviéndole la espalda a Lyle, caminó hacia el centro de la habitación. Ya no aguantaba más. Había tratado de explicarle, pero él no quería saber nada.
Sin embargo, inesperadamente, cuando estaba segura de que el próximo sonido que oiría sería el portazo de él al salir, lo que oyó fueron sus pasos al acercarse a ella.
– Parece estar harta de todo -comentó él y su voz no se oía iracunda, ni glacial.
– Eso es subestimar la realidad -replicó ella sin volverse.
– ¿Y no tiene otros “amiguitos?” -preguntó él y Kelsa se volvió.
– ¡Oiga! -replicó ella-. Por última vez, su padre nunca fue un “amiguito” mío en ese sentido -iba a volverle la espalda de nuevo, cuando recordó nuevamente a la acompañante morena de Lyle del restaurante y le pareció cuestión de honor contestarle-: Claro que tengo otros amigos… no soy una monja.
– ¡Pero es una virgen! -le lanzó él vivamente.
Kelsa suspiró. Jamás ganaría con él.
– Y no muy inteligente -repuso, de pronto cansada de tener que defenderse ante ese hombre-. He estado dándole vueltas y vueltas en la cabeza, al porqué su padre me dejó la mitad de su fortuna -se detuvo y luego lo retó-: Dicen que dos cabezas funcionan mejor que una… ¿Por qué usted no trata de solucionarlo?
– ¿Quiere decir, si tomo todo lo que me ha dicho, como una verdad indisputable?
– Categóricamente, me niego a repetir -explotó ella- que nunca fui la amante de su padre.
– Pues acaba de hacerlo -replicó Lyle y, después de dirigirle una larga mirada, caminó hacia la puerta y, desde ahí, para asombro de Kelsa, comentó en voz baja-: Veré qué puedo hacer -y se fue.
Unas horas más tarde, Kelsa se fue a dormir, tratando de registrar el hecho de que, por el último comentario de Lyle Hetherington, parecía que finalmente estaba dispuesto a creerle. Con una sonrisa en los labios, cerró los ojos.
Capítulo 6
Sin darse cuenta, Kelsa cantaba en la ducha a la mañana siguiente. Mientras se secaba, se percató de que se sentía muy feliz. Hasta tenía hambre.
Mordiendo unas rebanadas de pan tostado con mermelada, pensó en la visita de Lyle Hetherington la noche anterior. Entonces, advirtió que estaba bastante animada por el hecho de que Lyle parecía finalmente dispuesto a cambiar de opinión sobre ella y quizá creería que tal vez no era tan pecaminosa como él la consideraba. Más o menos, había prometido ayudarle a averiguar por qué su padre le había dejado esa fortuna, así que las cosas lucían mejor.
De hecho, cuando el coche de Kelsa arrancó al primer intento, todo le pareció mucho más brillante esa mañana. También llegó quince minutos antes a la oficina, así que podría adelantar algo de trabajo, antes que los teléfonos empezaran a sonar.
Con mucho mejor humor de lo que había estado últimamente, caminó por los corredores hacia su oficina, pero seguía siendo Lyle Hetherington el que ocupaba sus pensamientos.
Sin embargo, en los siguientes dos segundos, descubrió que había tenido una felicidad engañosa al pensar eso. Pues, saliendo de la oficina de su padre y caminando hacia ella, con el rostro hecho una máscara de piedra, estaba Lyle.
– Buenos… -el saludo murió en la garganta de Kelsa cuando, sin mirarla, sin hablarle, con la mirada fija hacia adelante… como si la visita de la noche anterior no hubiera existido… él abrió la puerta y salió.
Desconcertada por lo que acababa de suceder, Kelsa se quedó mirando la puerta. Conteniendo el aliento por el impacto, la cerró lentamente y se dejó caer en su silla. ¡Y la joven creía que él cambiaría su opinión sobre ella!
Le gustaría creer que Lyle, pasando junto a ella como si no existiera, tendría quizá otra interpretación que la obvia. Pero ya se había equivocado la noche anterior, pensando que él le creería. Ya no volvería a engañarse. Él tenía todo el derecho de estar en la oficina de su padre… más derecho que cualquiera. Pero, mientras en el fondo ella quisiera pensar que tal vez, al recoger él unos papeles de su padre, lo conmovió su reciente muerte y quedó trastornado, estaba segura de que no era así. Obviamente, Lyle lamentaba haberle dado un instante de crédito y la odiaba con renovado vigor esa mañana.
Kelsa quería estar furiosa por ese hecho, pero no podía. En cambio, se sentía herida y vulnerable en lo que a él concernía.
Habiendo llegado temprano para adelantar algo del trabajo, descubrió que no había hecho absolutamente nada, cuando Nadine entró.
– ¿Todo bien en tu esquina? -preguntó Nadine.
– Muy bien -repuso Kelsa, forzando una sonrisa.
– Tienes una mirada pensativa en esos ojos -comentó Nadine.
– Tengo mucho en qué pensar estos días.
– Pues si necesitas otra cabeza, tan sólo tienes que pedirlo.
– Gracias, Nadine -dijo Kelsa, pero sintió que no había mucho que pudiera confiarle o en lo que Nadine le pudiera ayudar, más de lo que ya sabía; pues Nadine sabía más que otros, que Garwood Hetherington le había dejado la mitad de su fortuna y que su hijo no estaba nada contento con eso. Y si Nadine tuviera alguna idea acerca del motivo por el que el señor Hetherington la hubiera mencionado en su testamento, Kelsa estaba segura de que aquella ya se lo habría dicho.
Las dos se pusieron a trabajar, cuando a las doce y media, entró la secretaria particular de Lyle por unos documentos que le había dejado Ramsey Ford con Nadine el día anterior.
– Lyle quiere revisarlos antes de la junta de esta tarde -explicó Ottilie.
– ¿Mucho trabajo? -preguntó Nadine.
– Hasta el tope. Aunque, gracias a Dios, Lyle salió por un par de horas en la mañana y eso me dio oportunidad de terminar los papeles que quiere para esta tarde.
Y mientras Kelsa se preguntaba si Lyle saldría del edificio inmediatamente después que ella lo vio, Nadine comentó:
– Parece trabajo muy pesado.
– ¿Qué te puedo decir? -respondió Ottilie-. Lyle está tan determinado, que si tiene que suplicar, pedir prestado o robar, lo haría para financiar sus planes -con eso, recogió los papeles que quería y salió.
– Así que la junta de esta tarde debe ser acerca de… los planes de diversificación de Lyle -sugirió Kelsa y Nadine sonrió.
– Ya estás aprendiendo.
– ¿Y los asuntos en que se ocuparía Lyle hoy temprano consistirían en ver a banqueros, expertos en finanzas y otros por el estilo?
– Sigue así y pronto estarás en mi puesto -sonrió Nadine.
Kelsa se fue a su casa ese día, más perturbada que nunca. Mientras se preparaba algo ligero para cenar recordó el comentario de Nadine acerca de que ella ocupara su puesto. Con el lugar del presidente vacío, había rumores en Hetheringtons de un reacomodo general entre los altos ejecutivos. Y mientras era seguro que Lyle sería el nuevo presidente, Nadine no había mencionado si le habían ofrecido un ascenso, dejando su puesto libre para Ottilie Miller, o cuáles eran sus planes. Y mientras Kelsa fantaseaba acerca de que ella y no Ottilie Miller, ocuparía el puesto de secretaria particular del presidente, se sintió muy excitada. Ver a Lyle todos los días…
Con la misma brusquedad con que le hubieran echado un cubo de agua fría encima, Kelsa salió disparada de su ensueño. Sabía que ella no tenía la suficiente experiencia como para que le ofrecieran el puesto de secretaria particular del presidente. ¡Pero como si lo quisiera! ¡Como si quisiera verlo todos los días! ¡Debía estar volviéndose loca! Esa preocupación de la herencia que le dejó el señor Hetherington debía estarla afectando. ¡Si ni siquiera le gustaba Lyle Hetherington!