Rápidamente, Kelsa se controló. Lo cierto era que ella no le agradaba nada a él; ni él querría verla todos los días. Aún más, probablemente se volvería loco de gusto, si nunca la volviera a ver.
Habiendo aclarado ese punto, Kelsa cenó y luego lavó los trastos. Cuando estaba decidiendo qué haría, sonó el timbre de la puerta.
Pensando que posiblemente era alguno de sus vecinos, se dirigió a abrir y, mientras el corazón le daba un brinco, descubrió que, por algún motivo, Lyle Hetherington si quería volver a verla. Pues era él, con la misma máscara de emoción controlada, quien estaba parado ahí.
“Parece cansado”, pensó Kelsa y comprendió que él debió de haber tenido una junta muy difícil esa tarde. ¿Habría tenido tiempo de comer?, se preguntó. Pero al darse cuenta de que estaba pensando en ofrecerle algo de comer, al ver su fruncido entrecejo porque ella no lo invitaba a entrar, advirtió que tenía que endurecer su actitud.
– Si ha venido a reafirmar su creencia de que yo era la amante de su padre, ¡Eso ya lo he oído antes! -dijo con aspereza, viendo por su expresión sombría, que podía olvidarse de cualquier cortesía.
– ¡No he venido a eso! -aclaró él con tono cortante.
– ¿No? -Kelsa se le quedó mirando y vio un tic nervioso en su sien. De pronto, con la misma corriente afectiva que sentía a veces por su padre, advirtió que Lyle estaba sumamente tenso por algo-. Pase usted -lo invitó por fin, pensando que, si no había ido a reclamarle de nuevo el mismo tema, entonces estaría ahí para insistir en que no se acabara el dinero de la compañía-. ¿Se quedará aquí mucho rato? -preguntó al pararse frente a él, en el centro de la alfombra.
– ¡Quiero que me dé muchas respuestas! -advirtió él y se apartó de ella, como si estuviera contaminada y no quisiera acercársele.
Descubrió Kelsa que eso le dolía mucho. Con un piquete de orgullo, estuvo a punto de reiterarle que ya le había dado su palabra de no tocar un centavo de su herencia, hasta saber el porqué su padre la había nombrado beneficiaría en su testamento.
Pero su altivez se desvaneció al ablandarse su corazón de sólo pensar en el día tan pesado que seguramente Lyle tuvo.
– Tome asiento -le dijo con frialdad, señalando el sofá y, volviéndole la espalda, fue a sentarse en el sillón donde estuvo la noche anterior-. Así que -empezó a decir fríamente, decidida a ser tan dura como él-, no vino usted a acusarme otra vez de ser la…
– ¡Ya le dije que no! -la interrumpió él agresivamente y agregó, para asombro de Kelsa-: Ahora sé que ustedes no eran amantes. Tengo la prueba.
Toda la frialdad que ella se esforzó en aparentar, se desvaneció de pronto por un instante, se le quedó mirando con la boca abierta.
– ¿Lo sabe? -exclamó ella-. ¿La tiene? -preguntó, confundida porque él, en vez de mostrarse feliz por ese descubrimiento, parecía todo lo contrario-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar, extrañada de que si ella no podía probarlo, él sí.
Sin embargo, la respuesta la dejó igual de desconcertada que antes, pues no era tal respuesta, sino una tensa acusación.
– ¿Por qué no me lo dijo?
– ¿Decirle? -exclamó Kelsa, furiosa de pronto con ese hombre que nunca creyó ni una palabra de lo que ella decía y ahora la acusaba de ocultarle hechos que ella le había repetido mil veces-. ¡Santo cielo! ¡Traté de decírselo! ¡Hasta me ponía morada al tratar de decirle que su padre y yo no éramos…!
– ¡Eso no! -rezongó él, interrumpiéndola como de costumbre.
– Si no eso, ¿entonces qué?-se enfureció ella.
– ¿Insiste en que no lo sabe? -la retó él y Kelsa observó que Lyle estaba perdiendo la paciencia.
– Estoy perdida -confesó ella, aunque no era muy cierto.
– ¡Cómo no! -gritó él.
– ¡No tengo idea de lo que me está hablando!
– ¿Sí? -el fuego de la ira ardía en los grises ojos-. ¿Fue pura coincidencia que vino a trabajar a Hetherington?
Completamente desconcertada, Kelsa se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.
– Pues no sé qué coincidencia pueda haber en ello. Yo vivía en Herefordshire cuando…
– ¿No Warwickshire? -interrumpió él.
– Mi madre venía de Warwickshire; yo…
– Sé que ella venía de Warwickshire -gruñó él-. Ya he…
– ¿Cómo diantres sabe eso? -lo interrumpió a su vez Kelsa-. Le mencioné a su padre que mi madre venía de un lugar llamado Inchborough, pero no creí que eso fuera tan importante para él como para transmitírselo a…
– ¡Importante! ¡Vaya! El… -de pronto, parecía como si Lyle no pudiera soportar más la presión, pues se puso de pie bruscamente y con un tono más controlado; preguntó-: ¿Por qué no me dijo que… -la miró directamente a los ojos- es usted mi hermana?
– ¿Hermana? -exclamó, del todo pasmada.
Ella todavía lo miraba tontamente, cuando él reveló:
– Mi padre también venía de Inchborough.
– ¿De veras? -Kelsa se quedó otra vez boquiabierta-. No me dijo nada cuando le conté que mi madre venía de allá -comentó, sorprendida, pero cuando empezó a aclarar sus ideas, afirmó-: Bueno, pero eso no quiere decir que yo sea su hermana. Eso es ridículo.
– Ridículo, ¿eh? Dígame, ¿cuál era el apellido de su madre antes de ser Stevens?
– Whitcombe -replicó ella, aunque no le veía el caso-; su apellido de soltera era Whitcombe…
– Entonces sí es usted mi hermana.
– ¿Y cómo llega a esa conclusión? -exclamó ella y, tratando de entender el razonamiento de Lyle, supuso que provenía de la afirmación de él de que tenía la prueba de que ella no era la amante de su padre-. Esa prueba que dice usted tener de que su padre y yo no éramos amantes debe basarse en que, por la coincidencia de que el señor Hetherington y mi madre provenían del mismo pueblo, usted supone que yo soy… la hija de su padre. ¿Y qué? Usted no puede relacionar ese hecho con que, habiéndome tropezado con su padre…
– Usted le dijo su nombre… y rápidamente la ascendieron a esta oficina -terminó él por ella.
– ¡Pero eso no quiere decir que él fuera mi padre! -insistió ella. Por algún motivo, no le gustaba la idea de que Lyle fuera su hermano-. Frank Stevens era mi padre -afirmó categóricamente- y no veo cómo pueda usted probarme lo contrario.
– Ah, pues sí puedo probarlo -replicó él con dureza, todavía de pie, guardando la distancia, como si temiera la contaminación.
– Está bien -retó ella-; ¿dónde está esa prueba? ¿Dónde y cuándo la encontró usted?
– La prueba la tengo aquí y provino de un cajón cerrado con llave, del escritorio de mi padre, esta mañana.
– ¿Esta mañana? Usted salía de la oficina de su padre cuando yo llegaba…
– Así es -asintió él y se ablandó lo suficiente como para explicar-: Ramsey Ford me mencionó ayer, que había un cajón cerrado con llave en el escritorio de mi padre y del cual él no encontraba la llave. Esta mañana fui con las llaves de mi padre a revisar ese cajón, para ver si no había nada personal o privado, antes de entregarle la llave a Ramsey -Lyle se detuvo y metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta-. Pues encontré algo muy personal y muy privado -dijo con tono cortante y sacó una hoja de papel doblada-. Encontré esto… Y mientras contesta muchas preguntas origina muchas más.
– ¿Qué es?
– Un acta de nacimiento de una niña, llamada Kelsa Primrose March.