– ¿Nos sentamos, entonces? -sonrió Alice Ecclestone y una vez sentados, miró a Kelsa y le preguntó-: ¿Qué es lo que quiere saber? Con gusto ayudaré en lo que pueda.
– Hay muchas cosas que desconozco -explicó Kelsa-; pero Lyle me dijo que usted y mi madre eran amigas y… -se aclaró la voz- y yo me preguntaba, si usted sabía que mi madre… tuvo un bebé… antes que a mí.
– ¿No lo sabía usted? ¿Su madre nunca le dijo que…?
– Apenas anoche -intervino Lyle-, cuando le mostré el acta de nacimiento que encontré entre los documentos personales de mi padre, Kelsa se enteró de que mi padre y su madre se conocían… y no sabía que tuvieron un bebé.
– ¡Qué barbaridad! -exclamó su tía-. Seguramente fue una impresión tremenda para usted Kelsa… y para ti también, Lyle -agregó.
– Vaya que si lo fue -comentó él, pero sonrió.
– ¡Cómo te pareces a tu padre! -exclamó ella-. No tanto en el aspecto, aunque sí tienes el aire de los Hetherington; pero en tu modo de ser… He seguido tu progreso en los periódicos -confesó-. El tener pocas relaciones con tu padre todos estos años, no me ha hecho olvidar al joven que eras tú… Hasta que te vi en la oficina de los abogados la semana pasada, no te había visto en unos dieciséis años.
– Creo que Kelsa también se parece mucho a su madre -Lyle trajo su atención de nuevo a lo que le interesaba.
– Es el vivo retrato de ella. Lo siento -se disculpó con Kelsa-, usted está ansiosa por saber todo lo que sucedió antes que naciera y aquí estoy, sintiéndome culpable por no haberme reconciliado con Garwood, cuando él fue tan generoso de recordarme en su testamento.
– Está bien -repuso Kelsa en voz baja y la tía de Lyle la favoreció con una sonrisa de gentileza, que la hizo controlarse.
– Empezaré por el principio, pues, pero díganme si menciono algo que ya sabían.
– Bien, tía -convino Lyle y, con la misma atención de Kelsa, escuchó mientras su tía regresaba veinticinco años.
– Mmm… -titubeó Alicia Ecclestone, como sin saber por dónde empezar y luego declaró-: Bien, para enterarlos un poco de los antecedentes… aunque si les parece demasiado doloroso, deténgame -sonrió antes de continuar-. Garwood y yo proveníamos de una familia bastante pobre; si bien, lo que a mi hermano le faltaba en dinero, le sobraba en cerebro, astucia y empuje.
– Siempre iba a llegar a la cumbre -comentó Lyle.
– De eso no cabía ninguna duda… Siempre fue uno de los ganadores en la vida -convino ella-. Él tenía diecinueve años, cuando nací yo y, según mis padres, ya estaba lleno de ideas y de ambición -su sonrisa se desvaneció y sus ojos se llenaron de tristeza cuando reveló-: Vi por mí misma lo ambicioso que era, cuando abandonó a mi amiga.
– ¿Abandonó a mi madre? -preguntó Kelsa rápidamente, al registrar su mente lo que dijo la tía de Lyle.
– Temo que así fue -confirmó ella, pero agregó-: Aunque tal vez… yo no lo veía así. Entonces… él no tenía muchas alternativas. Pero… -se detuvo-, me estoy saltando cosas. Yo era todavía una niñita cuando Garwood se fue de la casa y no significó mucho para mí cuando él, a los veintiún años de edad, se casó con la heredera de una fortuna.
– Mi madre -concluyó Lyle.
– Así es -convino ella-. Fue el dinero de Edwina lo que le dio a Garwood el apoyo financiero que necesitaba, para establecer el Grupo Hetherington y…
– Pero no en todo el volumen del financiamiento que él requería -intervino Lyle.
– Tú probablemente sabes más de esos antecedentes que yo -su tía sonrió y luego afirmó-: Lo que sí sé, porque más tarde salió a flote cuando todo explotó con la pobre y querida March, era que Edwina tenía también una mente muy sagaz, cuando se trataba de dinero.
Sobresaltada, porque por lo que parecía, Edwina Hetherington sabía que su marido le había sido infiel, Kelsa miró rápidamente a la señora Ecclestone y a Lyle; pero si él pensaba lo mismo que ella, no lo demostró.
– Continúe, tía -la instó con voz calmada-. Decía que mi madre convino en darle a mi padre el dinero que él…
– En realidad, no se lo dio, sino que convino en adelantarle ciertas cantidades, si tu padre encontraba un banco que pudiera igualarlas.
– Lo cual él hizo.
– Así es -convino ella-. Y de ahí en adelante, tu padre trabajó día y noche, así que era una conclusión segura que el negocio prosperaría. Pero Garwood seguía estando lleno de ideas y de ambición; quería abrir otra fábrica más grande. Lo cual, después de volver a pedir prestado dinero, logró hacer.
– Esa sería nuestra planta de Midlands.
– Así es. En fin -resumió ella-, para cuando tenía yo diecisiete años, las cosas estaban un poco mejor económicamente en mi casa y yo pude ir a estudiar para secretaria en Inchborough. Tú tenías unos doce años entonces, Lyle, y fuiste a estudiar a un internado. Perdóname que me extienda -se disculpó-, pero desde que me llamaste esta mañana, he estado repasando las cosas en mi mente y viendo que Kelsa no sabe mucho al respecto, estoy tratando de relatar las cosas en una secuencia de los hechos.
– Estás haciéndolo muy bien, tía -la animó Lyle y ella continuó el relato.
– Veíamos muy poco a Garwood en Inchborough, por aquellos días. Para mí, era sólo un hombre que venía a visitarnos cada Navidad con regalos, y no un hermano. Pero esa Navidad de mis diecisiete años, había yo invitado a una amiga del colegio a pasar unos días con nosotros.
– Mi madre -adivinó Kelsa, con el estómago contraído, porque parecía que se acercaban al punto que ella quería conocer.
– Su madre -convino Alicia-. Sus padres, o sea los abuelos, ya eran algo grandes cuando ella nació y eran bastante represivos en la forma en que la criaron. A March y a mí nos pareció un milagro que la hubieran dejado venir a quedarse a mi casa toda una semana -se detuvo un instante y luego continuó-: March estaba en mi casa cuando mi hermano nos hizo su visita anual.
– Así fue como se conocieron -agregó Kelsa suavemente.
– Sí. Ella tenía diecisiete años, ninguna experiencia mundana y era muy hermosa. Y Garwood, aunque le doblaba la edad y estaba casado y con un hijo, a la primera mirada se enamoró de ella.
– ¿Y… mi madre? -preguntó Kelsa con voz ahogada.
– ¡La arrebató de pasión! No conocía hombres, nunca tuvo un novio y simplemente perdió la cabeza. Esa fue la única Navidad en que Garwood no vino sólo a dejar los regalos y a desaparecer hasta la siguiente Navidad.
– ¿Se quedó más tiempo esa vez? -preguntó Kelsa.
– Se quedó bastante tiempo… y regresó… y para la siguiente Navidad, March había dado a luz una niña.
– Mi hermana -murmuró Kelsa con voz ronca; pero con su tono reveló la emoción que sentía al saber que tenía una hermana, porque Alicia Ecclestone, con suavidad y tristeza en la voz, contestó rápidamente:
– Lo lamento, querida, pero tengo que decirle que el bebé no sobrevivió.
– ¡No! -exclamó Kelsa, sin querer creerlo, sin querer ver que le habían arrebatado su oportunidad de tener una familia.
– ¿Lo sabe usted con seguridad? -preguntó Lyle.
– Sí; murió cuando tenía un mes. Lo sé, porque yo fui la única de la familia que asistió al sepelio del bebé -respondió Alicia con tristeza.
Kelsa vio evaporarse todas sus esperanzas y sintió ganas de llorar; pero logró controlarse.
– El señor Hetherington… -empezó a decir, temblorosa y se esforzó por contener sus emociones. De pronto, comprendió algo que era muy obvio-. Iba yo a preguntar si el señor Hetherington no fue al funeral; pero desde luego que no, pues no sabía que la niña murió. De otro modo, no habría creído que yo era su hija.
– No; no lo sabía -convino Alicia-. Como dije antes, se enamoró de su madre… -se volvió hacia Lyle-. Lamento si esto es doloroso para ti, pero…