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– Buenos días, señor Hetherington -le sonrió Kelsa.

– Buenos días, Kelsa -respondió él-; creo que hoy sólo estamos usted y yo -refiriéndose al hecho de que Nadine se había tomado unos días de descanso. Con eso empezó la semana y al poco rato estaban ambos enfrascados en su trabajo.

Ya eran más de las once y media, cuando Kelsa advirtió que ninguno de los dos se había tomado un descanso para disfrutar de un café.

– ¿Café? -le preguntó al presidente, consciente de lo duro que trabajaba el hombre y pensando en que, a su edad, debería de relajarse un poco.

– ¡Es usted un ángel! -aceptó él y dejó a un lado su pluma para charlar un rato con Kelsa.

En las últimas semanas ella le había revelado, poco a poco, algo de sí misma, incluyendo el hecho de que recientemente se había mudado de Herefordshire, a Londres, pero que regresaba a Drifton Edge casi todos los fines de semana en esos meses de invierno, para revisar si había tuberías rotas o algo por el estilo.

A su vez, ella concluyó, por los comentarios que su jefe le hacía, que él parecía disfrutar más del trabajo que de la vida hogareña. Aunque, según advirtió Kelsa, eso no disminuía en nada el cariño y el orgullo que experimentaba por su hijo. El hijo soltero disfrutaba mucho de su soltería, pues no vivía con sus padres, sino que tenía su propiedad en Berkshire.

– Y bien, Kelsa -le sonrió el presidente-, ha estado aquí durante tres semanas conmigo. ¿Le gusta el trabajo?

– Me encanta -repuso ella con honestidad y advirtió nuevamente la corriente afectiva que había entre ellos.

– ¿Y su vida privada? ¿No se siente muy sola en la gran ciudad? -preguntó y parecía que realmente le interesaba.

– De ninguna manera -le aseguró ella. Había tenido muchas oportunidades de salir con jóvenes… Probablemente era su propia culpa que, a causa de lo estricto de su educación, no se animaba a salir con cualquier persona de Hetherington cuando la invitaban.

– Bien -sonrió él-. No me gustaría saber que es usted infeliz aquí -el hombre era un dulce, pensó Kelsa, y advirtió que en el poco tiempo que se conocían, ella había llegado a apreciarlo mucho. Luego, él le apartó los pensamientos de ese tema, al preguntarle-: ¿Y cómo se comporta su automóvil?

– Eso me recuerda que debo informarme de las horas de salida de los autobuses esta tarde -repuso Kelsa.

– ¿Su coche está en el taller de nuevo?

– Sí y esta vez hasta mañana -informó ella y sonrió al agregar-: Pronto tendré que pensar seriamente en cambiarlo por algo más confiable.

– Bueno, pero no se preocupe por tomar el autobús esta tarde. Yo la llevaré a su casa.

– Ah, no quisiera molestarlo -protestó ella rápidamente-. ¿Qué acaso no llega su hijo hoy? De seguro querrá usted…

– Mire; no es ninguna molestia llevarla a su casa, se lo aseguro. En cuanto a Lyle, no es seguro que llegue hoy y si viene, sé que estará tan ocupado que no tendrá ni tiempo de respirar -se detuvo y, como según él, el asunto ya estaba arreglado, sonrió-. ¿Continuamos?

A las tres de la tarde, Kelsa le recordó que él debía estar en su habitual reunión de los lunes.

– Lo estarán esperando, señor Hetherington -le sugirió.

– No, no lo creo -repuso él con ligereza-. Tanto Kendall como Pettit tienen gripe y Ramsey Ford tampoco se veía muy bien hoy que lo vi en el almuerzo, así que pospuse la reunión para el jueves; lo cuál significa -sonrió al pensarlo-, que podemos irnos temprano. ¿Qué le parece?

Kelsa pensó en la cantidad de trabajo que le quedaba todavía; pero cuando lo meditó, decidió que ella podría trabajar el doble al día siguiente.

– ¡Me parece la mejor noticia que he oído esta semana! -se rió.

Eran las cuatro y media cuando salieron de la oficina y Kelsa tuvo una sensación de culpa cuando bajaron por el ascensor y se dirigieron a la puerta de vidrio cilindrado de la salida. También advirtió que su jefe, que después de todo era el dueño de toda la organización, seguramente estaba tan poco acostumbrado a irse temprano del trabajo, que parecía sentirse culpable de eso. Él debió captar el humor en la mirada de Kelsa, pues al detenerle la puerta abierta para que ella pasara, ambos soltaron la carcajada al salir a la noche de enero.

Era un hombre muy gentil y Kelsa se sentía muy cómoda al contestar sus comentarios, mientras le daba indicaciones del camino a seguir. Cuando llegaron al edificio, él exclamó de repente:

– Debo estar en la luna… ¡Tenía que hacer una llamada muy importante!

– ¿Gusta hacer su llamada desde mi apartamento? -ofreció Kelsa de inmediato.

– ¿Puedo? -preguntó él y, haciendo un comentario de que ya debería de comprarse un teléfono celular, entró con Kelsa al viejo edificio.

– El teléfono está ahí -sonrió Kelsa, dejándolo para ir a quitarse el abrigo y la bufanda. Él había terminado su llamada cuando Kelsa regresó a la sala.

– Qué habitación tan agradable -comentó él, al observar sus muebles.

– Los muebles vienen de mi casa vieja… que era de mis padres.

– ¿Sus padres también eran de Herefordshire?

– Mi padre sí -aclaró ella-. Mi madre nació en Inchborough… un pueblo cerca de Warwickshire.

– Y usted los quería mucho -comentó él con gentileza.

– Éramos una familia muy feliz -sonrió Kelsa.

– Me alegra -dijo él y parecía dispuesto a retirarse cuando comentó-: No tiene retratos de sus padres a la vista -y, siguiendo un impulso, Kelsa se dirigió al pequeño escritorio y sacó una fotografía instantánea de sus padres.

– Les tomaron esta foto unos meses antes de que murieran -reveló Kelsa, mostrándosela.

Durante varios segundos, Kelsa se quedó parada ahí, mientras Garwood Hetherington estudiaba la impresión en silencio. Luego, sin hacer ningún comentario sobre su padre, le dijo suavemente a Kelsa:

– Su madre era muy hermosa.

– Sí; lo era -convino Kelsa.

– Y usted -comentó en el mismo tono suave- es igual a ella. Eso no era exactamente verdad, pues Kelsa, aunque heredó las facciones de su madre, tenía el cabello más rubio, pero aunque en la foto no podía observarse el color de sus ojos, era un hecho que los de Kelsa eran del mismo sorprendente y hermoso tono azul.

– Gracias -dijo ella.

– Gracias a usted -recalcó él-; gracias por mostrarme esta foto -y, devolviéndosela, se volvió y se dirigió hacia la puerta-. Nos vemos mañana -dijo con ligereza y salió antes que ella pudiera darle las gracias por traerla a la casa.

El hombre tenía la misma sonrisa amistosa cuando Kelsa entró a su oficina, al día siguiente. De hecho, su sonrisa nunca había sido tan brillante, así que Kelsa tuvo que adivinar.

– ¿Su hijo ya está aquí?

Él asintió, ampliando su sonrisa.

– No hemos tenido oportunidad de charlar gran cosa, pero sí, ya está aquí. Quiero presentarlos a ustedes dos en la primera oportunidad que tenga.

Kelsa sacó unos papeles para trabajar, pensando que era muy gentil por parte de su jefe haberle dicho eso. Sin embargo, más tarde, después de conocer a Carlyle Hetherington, ya no estaba tan segura de sus sentimientos. Era media tarde cuando, al oír una leve exclamación en la oficina de junto, Kelsa se asomó y vio que Garwood Hetherington trataba de sacarse una astilla del dedo.

– Se supone que este escritorio que es una antigüedad, ya debería tener la madera alisada -se quejó él y se pareció tanto a un niño chiquito, que mientras Kelsa se acercaba y le sacaba la astilla, tuvo que reírse.

Pero en ese momento, al desvanecerse su risa musical, un sonido detrás de ella hizo que se volviera, y al observar al moreno desconocido de treinta y tantos años que entró, ella empezó a temblar. No es que hubiera nada desfavorable en la apariencia del hombre… al contrario, con su nariz recta y su firme barbilla, era bastante bien parecido. Era alto, más alto que su padre… pues Kelsa no tenía ninguna duda acerca de quién se trataba. Un rasgo de su risa todavía curvaba su bella boca, al encontrarse sus sorprendentes ojos azules con los de él… pero en cuanto su mirada hizo conexión con la helada explosión de los ojos gris acero, ¡Kelsa supo que ese hombre sería su enemigo!