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– Lo sé -sonrió él- y…

– ¡Lo sabes! -exclamó ella.

– Brian Rawlings me lo dijo cuando…

– Pero… pero…

– ¿Qué sucede, amor? -preguntó él con gentileza, al ver que ella no podía hilar las palabras.

– Pero si tú ya sabías eso… antes de venir acá, entonces eso confirma que no estás… que no piensas casarte conmigo por la herencia -balbuceó ella.

– ¿Te das cuenta, querida mujer, que acabas de aceptar casarte conmigo? -preguntó Lyle con una amplia sonrisa y, sin esperar la respuesta, continuó-: Sin o con esa condenada fortuna, Kelsa Stevens -dijo con seriedad-, tú me perteneces. Ahora, ¿vas a decirme que…?

– Un momento -interrumpió ella-. Dijiste que Brian Rawlings te lo dijo, pero apenas ayer en la tarde fui a verlo.

– Eso me dijo. Yo le telefoneé a su casa, después que tuve una llamada telefónica muy poco satisfactoria contigo.

– Desde Suiza -aclaró ella, algo avergonzada.

– Desde Suiza -convino él-. En mi ira y mis celos, al pensar que salías con otro hombre, sabía que tenía que concentrarme en alguna otra cosa o me volvería loco. Regresé a mi escritorio y vi que necesitaba una asesoría legal sobre algo que podría traerme algún problema, así que llamé por teléfono y lo discutí con Brian. Pero cuando acabamos de hablar de ese asunto, para mi asombro, Brian me dijo que tú lo habías ido a ver, para renunciar a tu herencia y que querías que lo hiciera lo más rápido posible.

– Ah, Lyle -suspiró Kelsa. Ella había confiado en él y ésa era la recompensa por esa confianza. Él la amaba y quería casarse, y no tenía nada que ver con lo que su padre le había legado a ella… porque él sabía desde antes, que eso sería de él, de todos modos.

– Me gusta cómo dices mi nombre -murmuró y la atrajo hacia él. Con ternura, la besó y luego se apartó para revelar-: Mi pequeña, quedé atónito cuando Brian me dijo que renunciaste a tu trabajo, entregaste tu apartamento y que te mudarías de regreso a Drifton Edge.

– Entonces, ¿así fue como supiste que estaría yo aquí?

– No, no entonces. Al principio, estaba tan aturdido que me tomó un buen rato para razonar bien. Pero no podría estar tranquilo y sabía que nunca lo estaría hasta que te viera. De inmediato arreglé mi vuelo de regreso y mis planes para hoy.

– ¡Ah, no has dormido! -gritó ella, viendo las líneas de cansancio alrededor de sus ojos.

– ¿Cómo podía dormir con la cabeza tan llena de dudas? ¿Por qué habías hecho lo que hiciste? ¿Por qué, cuando por la forma en que hablaste conmigo por teléfono, parecía que no podías ni verme y por qué me transferías toda la fortuna?

– Tu… madre no está interesada en la compañía -mencionó Kelsa- y yo no siento tener algún derecho sobre ese dinero.

– Eso no lo sé -sonrió Lyle-, aunque, cuando seas mi esposa, de todos modos, todo será tuyo. Pero, para continuar, estaba tan enamorado de ti y la cabeza me daba vueltas… De pronto, empecé a tener esperanzas.

– ¿Esperanzas?

– Esperanzas de que tú sintieras por mí otra cosa que no fuera odio.

– ¿Cómo me puse en evidencia? Creí haber sido muy cuidadosa.

– No, no fue así. Es decir, sólo cuando reuní varios detalles sueltos, comencé a darme cuenta del todo.

– Alguna vez te acusé de ser demasiado inteligente -se rió ella.

– Uno hace lo mejor que puede -sonrió él.

– Dime, pues.

– Hubo entre nosotros una corriente de atracción desde un principio. Tú me respondiste aquella terrible noche en que empecé a querer violarte.

– Desde entonces me di cuenta yo también de que debía de haber algo especial de ti hacia mí -confesó Kelsa y recibió un besó como recompensa.

– Luego recordé que el jueves que cenamos juntos, había sido una velada maravillosa y cómo parecías sentir lo mismo que yo… Podría jurar que no estaba equivocado. Recordé cómo, cuando nos abrazamos y besamos esa noche, me miraste con ojos amorosos; cómo, sabiendo que tú no eras promiscua… te habrías entregado a mí completamente y tuve que preguntarme, siendo tú tan parecida a tu madre, ¿serías igual a ella en otros aspectos, entregándote por completo, pero sólo cuando había amor? ¿Estarías enamorada de mí? Para cuando aterrizó el avión, yo ya no sabía en qué mundo estaba y me fui de prisa a tu apartamento…

– ¿Fuiste a mi apartamento primero?

– Sí y, aunque tu coche no estaba en el lugar de costumbre, me apoyé en el timbre de tu puerta un largo rato, antes de decidirme a venir hacia acá.

– ¿Brian Rawlings te dio mi dirección?

– Estaba yo tan aturdido, que se me olvidó preguntársela; pero por suerte, tengo una mente que archiva las cosas que pueden ser importantes y recordé la dirección, por tu acta de nacimiento.

– Y viniste en el coche para acá de inmediato -Kelsa lo miró amorosamente.

– De seguro no iba yo a dormir -le aseguró él y continuó-: Cifrando mis esperanzas en el hecho de que tu casa todavía fuera la misma en donde naciste o que Drifton Edge fuera tan pequeño que alguien me indicara dónde vivías… estaba demasiado agitado para buscarlo en el sitio lógico: el directorio telefónico… así que llegué acá, vi las luces encendidas y, por primera vez en mi vida, me dio un ataque de nervios.

– Querido mío -susurró ella-. ¿Fue por eso que te comportaste tan brutalmente cuando llegaste?

– ¿De ese “querido mío”, puedo inferir que me has perdonado? -preguntó él y cuando ella sonrió, continuó-: La cosa empezó a mejorar una vez que empezamos a hablar. Entonces, pude vislumbrar por momentos, a la joven con quien cené el jueves. Cuando me dijiste cómo te visitó mi madre el domingo, me sentí más seguro de tus sentimientos hacia mí.

– Porque, después de su visita, ¿renuncié a mi trabajo y huí?

– Por lo que he sabido de ti, cariño, recordando nuestras riñas, diría yo que no eres del tipo que huye.

– No lo soy -convino ella.

– A menos que hubiera sucedido algo… emocionalmente… que temieras que fuera mucho más terrible, si te quedabas a enfrentártele.

– ¡Sí eres avispado! -sonrió Kelsa.

– Así que deja de tenerme en suspenso y dile a este hombre, que no es tan avispado como te imaginas, que quiere por esposa a una bella mujer con los más maravillosos ojos azules… ¿Sí o no me amas? ¿Estás enamorada de mí o no?

– Sí -susurró ella-. Te amo, Lyle. Estoy enamorada de ti.

– ¿Y te casarás conmigo? -preguntó él con júbilo en los ojos.

– Y me casaré contigo -aceptó ella.

– Mi ángel -suspiró él-. ¡Te adoro! -la acercó más a sí y declaró con voz ronca-. No puedo soportar la idea de estar separado de ti más tiempo, mi amor. ¿Vendrás conmigo a Suiza esta tarde?

– ¡Ah, Lyle! -exclamó ella-. ¿Yo? ¿Esta tarde?

– ¿Y bien? ¿Aceptas?

Kelsa aspiró profundamente y luego aceptó:

– Sí -y al unirse sus labios y acelerarse su corazón, Kelsa supo que ella tampoco podría estar separada de él por más tiempo.

Jessica Steele

***