Выбрать главу

Se quedó boquiabierta por el impacto. No tuvo tiempo de considerar el porqué él podía ser su enemigo, pues de pronto su orgullo le exigía que, aun antes de ser presentados, él debería saber que, aunque la apreciara o la odiara, eso a ella no le importaba.

– ¡Lyle! -exclamó su padre, todo sonrisas y volviéndose hacia Kelsa, continuó-. No conoces a Kelsa, ¿verdad?

– No he tenido ese placer -murmuró suavemente Lyle Hetherington y Kelsa comprendió algo más… Lyle Hetherington era muy inteligente. Aunque sintiera aversión por ella a primera vista, por el momento, no declararía la guerra.

De algún modo, con Garwood Hetherington sonriéndoles cariñosamente a los dos, Kelsa se obligó a estrechar la mano de su hijo, que Lyle Hetherington, aunque su apretón fue firme, no prolongó, sino que soltó la mano de Kelsa, como si el contacto con su piel lo molestara.

– Quería hablar contigo sobre nuestra sucursal de Dundee -se dirigió a su padre, con una voz de timbre profundo, excluyendo a Kelsa. Ella captó la indirecta de inmediato y se dirigió hacia la puerta. Con indolencia, Lyle caminó detrás de ella y cuando Kelsa atravesó el umbral, él cerró con un portazo, casi echándola fuera.

¡Vaya!, exclamó internamente Kelsa y pasmada, se dejó caer en su silla. Tomó su pluma, pero no podía concentrarse en su trabajo. ¿Fue producto de su imaginación la hostilidad de Lyle Hetherington? ¿Se había imaginado que dentro de poco él le declararía la guerra?

Debido a que nunca había conocido a alguien con quien sintiera una aversión tan instantánea hacia ella, esperaba estar equivocada; sin embargo, cuando unos diez minutos después, se abrió la puerta de comunicación y salió Lyle Hetherington mirándola fijamente al pasar frente a ella y sin decir palabra, Kelsa supo que no se había equivocado.

Pasó el resto de la mañana tratando de concentrarse en su trabajo, pero al mismo tiempo los pensamientos sobre Lyle llenaban su mente. Su padre le comentó varias veces que él podía ser despiadado… Pero, ¿qué razones podía tener para ser rudo con ella? ¿Por qué molestarse? Ya era el director general y heredero del puesto de presidente cuando su padre decidiera retirarse; entonces, ¿era posible que un hombre que en un futuro iba a manejar un imperio como el Grupo Hetherington, perdiera su valioso tiempo con una asistente de la secretaria de su padre?

Kelsa comprobó que así era, cuando esa misma tarde, poco después de que salió Garwood Hetherington de la oficina para acudir a una cita que tenía pon los abogados de la compañía, se abrió la puerta exterior y entró su hijo.

Una mirada a su helada expresión cuando él cerró la puerta para aislarlos de los demás empleados, fue todo lo que necesitó Kelsa para saber que el hombre continuaba con la misma actitud áspera.

Sin embargo, en vez de enfrentarse a lo que parecía una guerra abierta, Kelsa empezó a decir:

– Me temo que el señor Hetherington salió temprano para una cita que tenía y no creo que regrese hoy a…

– ¡Eso ya lo sé! -la interrumpió bruscamente él-. He venido a verla a usted.

A Kelsa definitivamente no le gustó su tono de voz, pero siendo de buen carácter por naturaleza, preguntó con toda la calma que pudo:

– ¿Quería verme para algún asunto? -y se quedó atónita por la respuesta.

– ¿Qué diablos hay entre usted y mi padre? -ladró, furioso.

– ¿Qué? -exclamó ella y se le quedó mirando con la boca abierta, segura de no haberlo oído bien. Pero por su expresión sombría, Kelsa vio que Lyle Hetherington no tenía intenciones de repetir lo que dijo, lo cual la obligó a salir de su asombro y preguntar-: ¿Qué es lo que quiere decir?

– Lo obvio, desde luego -gruñó él, con la mirada más dura. Era evidente que no creía en el aspecto perturbado de Kelsa-. Es obvio que hay algo entre ustedes dos, además de haber visto la forma en que se toman de las manos a la primera oportunidad y se ríe usted con él…

– ¡Tomarnos de las manos! -exclamó Kelsa, a punto de perder la paciencia, pero tratando de seguir calmada. Él debió ver cuando ella tomaba la mano de su padre cuando le sacó la astilla, esa mañana-. Usted está equivocado -le explicó de inmediato-. Si hubiera usted llegado a la oficina del señor Hetherington unos segundos antes, habría visto cómo le sacaba una astilla de la m…

– ¡Vaya! ¡Por favor! -la interrumpió él con dureza-. ¿Acaso parece que nací ayer?

Ciertamente no lo parecía. El hombre era muy rudo, sofisticado y alguien tendría que ser muy astuto para poder tomarle el pelo. Pero ella no trataba de engañarlo, así que lo único que podía hacer era protestar.

– ¡Es la verdad! Se lo juro…

– Puede jurar todo lo que quiera, señorita Stevens -nuevamente la interrumpió haciéndola perder la calma-; pero, además, en cuanto salió usted de su oficina esta mañana, mi padre me dijo que tenía un asunto de índole personal que quería discutir conmigo…

– Pero eso qué tiene que ver conmigo -trató de interrumpirlo ella a su vez, elevando un poco la voz.

– Algo -continuó él, como si ella no hubiera hablado-, que era tan personal que no quería discutirlo aquí en la oficina…, ni en su casa, donde hay el riesgo de que mi madre…, su esposa durante los últimos cuarenta años…, pudiera oírlo.

– ¡Le digo que no tiene nada que ver conmigo! -insistió Kelsa con energía-. Lo que sea, será algo relacionado con otra persona. Le repito que no hay absolutamente nada entre su padre y yo y le…

– ¿Ni siquiera está encariñada con él? -preguntó él burlonamente y agregó con cinismo-: Aunque, desde luego, eso no es necesario.

– Pues estoy encariñada con él. ¡Es un hombre fabuloso! -replicó ella, acalorada-. Pero eso no quiere decir que tenga yo un amorío con él o lo que sea que está usted insinuando.

– Ah, no sólo lo estoy insinuando, señorita Stevens. Lo estoy afirmando. Tengo la evidencia de mis propios ojos, la evidencia de verlos a ustedes dos con risitas de colegiales cuando, sin esperar a que dieran las cinco, mi padre rompió con su tradición y se fue temprano de la oficina, para llevarla a usted a su casa, para estar en su ambiente de mayor intimidad.

Ante eso, Kelsa estalló.

– ¡No sea repugnante! -exclamó, con los ojos fulgurantes.

– ¿Niega que fue usted con él en su coche a…?

– No, eso no lo niego. Él me iba a llevar, porque mi coche estaba en el taller y…

– ¡Vaya! ¡Creía que yo pensaba con rapidez!

– ¿Dejará de interrumpirme? -gritó ella.

– ¿Por qué habría yo de hacerlo? Yo mismo vi cómo salieron ustedes alegremente del coche de mi padre y entraron al apartamento de usted. Y eso que sólo la iba a llevar.

Kelsa quedó tan sorprendida que parpadeó.

– ¿Nos vio? -y luego de pensarlo, preguntó-: ¿Nos siguió? -casi sin poder creerlo.

– Eso le cortó su hilo de mentiras, ¿eh? -sonrió él sombríamente-. Sí, los vi y los seguí; además, tengo muy buena vista.

– ¡Está usted equivocado! ¡Muy equivocado! Su padre subió conmigo a mi apartamento, sí, pero…

– ¡No necesito seguir escuchando esto! -la cortó él-. No necesito su inventiva para decir mentiras por más rápida que sea. Su ascenso a esta oficina desde la banca de mecanógrafas ha sido meteórica, en el poco tiempo que lleva aquí.

¡Banca de las mecanógrafas! Una furia hasta ahora desconocida por ella, la invadió ante la fría insolencia del hombre; obviamente, él la había investigado y supo que ella fue secretaria antes de su ascenso.