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– ¡Pues soy una secretaria titulada -replicó, acaloradamente, y demasiado furiosa para seguir sentada, se puso de pie-. Y lo que es más, soy muy buena secretaria y hago muy bien mi trabajo -le gritó.

Para mayor ira de Kelsa, él no se inmutó, sino que, con sus helados ojos grises fijos en los de ella, le dijo con tono áspero y frío:

– Pues no lo seguirá haciendo mucho tiempo, si yo puedo evitarlo -y, habiéndole dado en qué pensar, Lyle Hetherington le dirigió una mirada mordaz y salió de la oficina.

Kelsa se dejó caer en su silla y, sintiéndose sin aliento, se quedó sentada ahí un largo rato, casi sin poder creer lo que acababa de suceder.

No supo cuánto tiempo permaneció ahí, mirando al espacio, atónita, tambaleante e incrédula; pero, para cuando pudo reponerse y salir al taller a recoger su coche, comprendió que su confrontación con Lyle Hetherington no había sido producto de su imaginación.

¡Contundentemente, ese hombre la había acusado de tener una aventura amorosa con su padre! Todavía no podía digerirlo. Aunque, cuando iba en su coche unos quince minutos después, recordó que una vez se preguntó si Lyle Hetherington tendría algo del encanto de su padre. ¡Encanto! Ese cerdo estaba totalmente desprovisto de eso. El incrédulo puerco… ¡Era antipático hasta los huesos!

Capítulo 2

Pensamientos sobre Lyle Hetherington, la mayoría de ellos furiosos, persiguieron a Kelsa durante casi toda la noche. ¡Su ascenso de la banca de las mecanógrafas! ¡Ese canalla arrogante, insolente! Y banca de las mecanógrafas o no, ¿cómo se atrevía a insinuar que ella había obtenido su ascenso gracias a su cuerpo?

Su furia se aplacó un poco cuando su sentido común le indicó que, con toda honestidad, ella no podía asegurar que obtuvo su promoción al puesto más alto, gracias a sus propios esfuerzos. En tan poco tiempo, no podía dejar ninguna huella, ¿o sí? Y era justo pensar que había muy pocas oportunidades de mostrar todas sus habilidades en la sección de transportes, lo cual la hizo reconocer que, de no haber sido por el tropezón que se dio aquel día el señor Garwood Hetherington, nunca habría ella estado entre las personas entrevistadas para el puesto, ni hubiera obtenido el ascenso que tuvo.

Desde luego, eso estaba a kilómetros de distancia de algo tan sórdido como lo que Lyle Hetherington se atrevió a sugerir. Ella estaba muy encariñada con su padre, pero no había nada de malo en eso. Él también la apreciaba, eso era obvio, pero hasta ahí llegaba la cosa. ¡Con un demonio! ¿Por qué tenía que defender lo que hasta ahora no había necesitado ninguna defensa?

Kelsa se levantó, se vistió, desayunó algo y luego se fue en su coche al trabajo, continuando su enojo por los injuriosos comentarios de Lyle Hetherington. Aunque admitía que tomó un atajo hacia su ascenso, sabía que se había desempeñado muy bien en su nuevo puesto y estaba demostrando que lo merecía.

Entró al edificio de Hetherington pensando que, aunque era cierto que Nadine no se mostró muy exigente en su entrevista para el puesto, se lo ofrecieron a Kelsa por merecimientos propios.

Habiendo establecido eso con satisfacción en su mente, entró a su oficina con el temor de que Garwood Hetherington hubiera tenido aquella discusión de “índole personal”, y que su hijo lo acusara de la misma forma que la acusó a ella. Sabía que se encogería de vergüenza, si su jefe se sintiera tan mal por el hecho de tener que pedir disculpas, a causa de las actitudes de su hijo.

Pero era evidente para Kelsa, fuera cual fuera la discusión entre ellos, que Lyle no le dijo ni una palabra de sus sospechas, pues su jefe la saludó como siempre y parecía estar muy contento, sin rastros de sentirse avergonzado.

– Buenos días, señor Hetherington -saludó Kelsa con una sonrisa de alivio y se puso a trabajar, con la cabeza atormentada con un problema que, para su consuelo, su jefe ignoraba por completo.

¿Por qué, se preguntó, Lyle Hetherington no abordaría a su padre sobre el asunto? Eso no eliminaba las evidencias que Carlyle creía tener: su rápido ascenso, el tener la mano de su padre entre las de ella, y que también hubiera entrado a su apartamento y que él siguiera creyendo que entre ellos existiera una aventura amorosa.

Kelsa se sintió tan asqueada, que estuvo a punto de entrar a la oficina de Garwood Hetherington, para contarle todo lo que había sucedido después que él se había marchado del edificio la tarde anterior. Pero no podía hacerlo; ¿Cómo iba a poder? El señor Hetherington tenía una altísima opinión de su hijo… Eso no iba a cambiar por cualquier cosa que dijera ella, y Kelsa no quería provocar ningún conflicto entre ellos, por mínimo que fuera. Las relaciones con su jefe eran fantásticas; pero si se lo decía, él advertiría que ella se sentía desconcertada y él también se sentiría igual, lo cual causaría una tensión entre ellos y toda la tranquilidad y también la corriente afectiva desaparecerían.

Kelsa se fue a su casa esa noche, después de esperar toda la tarde a que entrara Lyle Hetherington para confrontarla con su padre. Durmió un poco mejor esa noche, y cuando fue a su trabajo por la mañana, le dio mucho gusto que Nadine estuviera de regreso.

– ¿Has estado ocupada? -preguntó Nadine.

– ¡Estás bromeando! -se rió Kelsa. El movimiento dé trabajo en su oficina era tremendo.

– ¿Ha habido algún problema?

Kelsa se sintió tentada a confiar en Nadine, pero tampoco se animó a hacer eso.

– Nada que no pudiera yo manejar -respondió y se quedó pensando si habría podido manejar su encuentro con Lyle Hetherington de mejor forma.

El día pasó atareadamente y, aunque Kelsa seguía tensa pensando que él podría entrar en cualquier momento a la oficina para ventilar sus acusaciones, fue por medio de Nadine que se enteró de que podía relajarse al respecto.

Era media tarde; Garwood Hetherington salió a una reunión, y las dos se tomaron un breve descanso con una taza de té, cuando Nadine le preguntó a Kelsa si ya había visto a Lyle Hetherington.

– Sí; entró el martes a discutir algo con su padre -contestó Kelsa con precaución.

– ¿Y?

– ¿Y? -repitió Kelsa y Nadine se rió.

– Si no estás impresionada, serías la única mujer de este edificio que no lo está.

– ¿Impresionada?

– Anda, reconócelo. Él lo tiene todo, ¿no?

– Bueno, de que es bien parecido, no hay quien lo niegue.

– Y ninguno más que nuestro Lyle -sonrió Nadine-. No que salga con alguna de las empleadas de acá… Él mantiene su vida personal separada de los negocios.

– Entonces, no hay esperanzas para mí; ni modo -bromeó Kelsa, pensando que preferiría romperse una pierna, a salir con él… en el caso de que la llegara a invitar, lo cual sería imposible.

– Ni para ninguna de las chicas locales, por el momento -dijo Nadine y, ante la mirada interrogativa de Kelsa, aclaró-: Según Ottilie, él estará en Dundee el resto de esta semana.

– Ah -murmuró Kelsa y sintió cómo se relajaba-. Viaja mucho, ¿verdad? -comentó, consciente de que Ottilie Miller era la secretaria particular del director general-. ¿Y cuándo regresa? ¿Lo dijo Ottilie?

– Para alguien que no está interesado… -bromeó Nadine, pero le informó-: Creo que el lunes, porque supongo que, como es normal cuando se dedica a algún negocio, trabaja todo el fin de semana.

Para demostrar que no estaba interesada más allá de eso, Kelsa se levantó y recogió las tazas de té con un comentario ocioso:

– Parece ser un hombre muy ocupado.

Su propio fin de semana fue menos productivo. Se fue en su coche a Drifton Edge, pero estaba tan intranquila que regresó el domingo en la mañana, en lugar de en la tarde como acostumbraba. Aunque ya no estaba tan nerviosa como antes, todavía se sentía perturbada por la interpretación que Lyle Hetherington dio a los inocentes sucesos de que fue testigo.