– ¿Acerca del señor Hetherington? -preguntó Kelsa con urgencia.
– Está en el hospital… ¡Tuvo un ataque cardíaco! -informó Nadine con susto en la voz.
– ¡No! -exclamó Kelsa, pero de pronto le vino otro pensamiento a la mente-: ¿Cuál de ellos? -preguntó con voz ronca y cuando Nadine repitió el nombre del hospital, aclaró-: No me refiero a eso. ¿Cuál de los dos Hetherington? -quiso saber.
– Nuestro jefe: Garwood Hetherington -y pareció darse cuenta de que ninguna de las dos pensaba muy claramente en esos momentos de tensión. Kelsa todavía trataba de aclarar sus pensamientos, cuando Nadine le informó que Lyle Hetherington estaba al lado de su padre y que el señor Ford les iba a comunicar cualquier novedad que hubiera.
Que Garwood Hetherington estuviera luchando por su vida, ocupó la mente de Kelsa, más que el instantáneo pavor de que fuera su hijo Lyle el del infarto. Los ataques cardíacos no respetaban edades, ni personas.
Pero lo único que podía advertir era que su conciencia le remordía, por haber deseado que algo desagradable le sucediera a Lyle Hetherington, ya que casi se desmaya al creer que podía ser él el que se enfermó. También sintió miedo y rezó por su padre, el hombre a quien, en tan poco tiempo de conocerlo y de trabajar con él a diario, había llegado a apreciar y a tenerle afecto.
Ni ella ni Nadine pudieron concentrarse mucho en el trabajo, después de eso. Pero como media hora después, mientras Nadine contestaba una llamada interna, Kelsa tomó el teléfono exterior para contestar una llamada, quedándose aturdida al oír la voz de Lyle Hetherington, que le dijo cortante:
– Mi padre se está muriendo. ¡Venga rápido!
– ¿Yo…? Soy Kelsa…
– Él pidió verla a usted… ¡Venga! -y cortó abruptamente.
Temblando, con el rostro pálido y la boca abierta, Kelsa miró a Nadine.
– Era Lyle Hetherington. Dice que su padre pidió que yo fuera a verlo… ¡Parece… urgente! -jadeó y entonces advirtió de nuevo la calma profesional de Nadine, pues aunque Kelsa sabía lo mucho que Nadine apreciaba a su jefe, ésta sólo tomó el teléfono y llamó a la sección de transportes.
– Tú no estás en condiciones de conducir -sugirió y en unos minutos, sin averiguar el motivo de que su jefe preguntara por ella, Kelsa estaba en camino del hospital en un coche de la compañía, que pidió Nadine.
Kelsa trató de no pensar en nada en ese rápido trayecto al hospital. Lyle había dicho que su padre se estaba muriendo, pero eso no podía ser… ¿o sí? ¡No parecía posible! Apenas el día anterior le había alborotado el pelo y la había llamado hermosa niña…
Sus pensamientos cesaron cuando, al llegar al hospital, se apresuró a entrar. Buscaba a alguien que le diera indicaciones, pero en uno de los corredores, vio a Lyle Hetherington. Fue rápidamente a su encuentro y él, que obviamente había venido en su busca, se dio la vuelta, sin disminuir el ritmo de su paso, haciendo que ella casi tuviera que correr para alcanzarlo.
Un ascensor los esperaba y ella tuvo oportunidad de recobrar el aliento mientras subían. Ansiaba preguntarle por su padre, pero sabía que, con lo mal que estaba, se la comería viva. En cambio, preguntó:
– ¿Y su madre…? -empezó y de todos modos, se la comió viva.
– ¡Eso es asunto mío! -respondió bruscamente.
– Sólo me preguntaba si pudo usted comunicarse con ella -murmuró Kelsa-. Puesto que estaba en un crucero… -las puertas del ascensor se abrieron y, como él salió inmediatamente, Kelsa se quedó a media frase. De todos modos sabía que, ya que él estaba seguro de que tenía una aventura amorosa con su padre, no permitiría que ella se acercara siquiera a su madre.
Pero, al apresurarse nuevamente para alcanzar a Lyle, desechó esos pensamientos y, con el estómago revuelto, entró al pabellón privado.
Se acercó a la cama y vio a Garwood Hetherington, con el rostro pálido y varios aparatos salvavidas conectados a él. En silencio, Kelsa se sentó en una de las dos sillas que había junto a la cama. Un par de minutos después, como si él supiera que ella estaba ahí, abrió los ojos y la miró.
– Hola -le sonrió Kelsa gentilmente.
– Hola -respondió él con voz débil-, mi querida… querida… niña -luego, con un dejo de sonrisa, volvió a abatir sus párpados.
Pasaron cinco minutos antes de que él abriera los ojos de nuevo y ahora miró a su hijo.
– Estoy… tan orgulloso… de ti, Lyle -jadeó y Kelsa sintió que la ahogaban las lágrimas, que adufes penas podía contener.
Nuevamente, él cerró los ojos y unos minutos después, hubo un cambio en su respiración. Kelsa intuyó que estaba cayendo en estado inconsciente. Sintió que era un momento en que Lyle debía estar a solas con su padre.
En silencio, se puso de pie y se quedó mirando a Garwood Hetherington un instante, luego acercó gentilmente sus labios a su mejilla y, despidiéndose de él, salió de la habitación.
Mas no podía irse del hospital y, como había una pequeña sala de espera cerca, fue y se sentó ahí. Perdió la noción del tiempo, pero con la mirada fija en el cuarto de Garwood Hetherington, observaba la intensa actividad de los doctores y las enfermeras que entraban y salían. Sus nervios se pusieron más tensos cuando dos enfermeras salieron lentamente de la habitación. Un minuto después, el doctor también salió y Kelsa sólo esperó a que desapareciera en el corredor para ponerse de pie.
Estaba parada junto a la puerta de la habitación, cuando, unos diez minutos después, salió Lyle Hetherington, con el rostro tenso. Ella lo miró, con la pregunta en los ojos, y recibió la brusca respuesta.
– Mi padre está muerto.
Eso era lo que ella se imaginaba, pero de todos modos, fue un impacto fuerte.
– Lo siento… mucho -murmuró.
– ¡Claro que lo siente! -gruñó él y, sin otra palabra más, pasó frente a ella.
Kelsa estaba demasiado alterada para regresar al trabajo. Estaba muy conmovida por la muerte de Garwood Hetherington y también muy dolida por el último comentario de Lyle, pues significaba que él pensaba que a ella le afectaba la muerte de su padre, sólo por los regalos o el dinero que dejaría de percibir.
No se sentía como para poder usar el autobús, así que tomó un taxi a su apartamento, recordando que su coche estaba en el estacionamiento de la oficina. Sabía que llegando a la casa debía llamar a Nadine, pero durante un buen rato no pudo hacerlo.
Se sentía aturdida, triste y llorosa por lo que había sucedido. Si antes se preguntó el motivó de que el señor Hetherington hubiera preguntado por ella, se le había olvidado. Él, de todos modos, ya estaba muerto. Ese hombre encantador ya no existía. Y no era tan viejo… trabajaba tanto… no parecía justo.
Más tarde, trató de telefonear a Nadine, pero le dijeron que la señora Anderson no se encontraba ahí. No le sorprendió que Nadine estuviera demasiado alterada como para trabajar y se fuera a su casa.
En la mañana, Kelsa trató de acostumbrarse a la idea de la muerte de su jefe, aunque sentía que fue más que un patrón. Tenía calor humano para aquellos que trabajaban para él, una permanente cortesía…
Estaba en el autobús, camino a la oficina, pensando en que el trabajo ya no sería lo mismo sin él, cuando de pronto, se dio cuenta de que po necesitaba preocuparse por eso. Recordó lo que le dijo fríamente Lyle Hetherington: que ella no tendría ese empleo mucho tiempo si de él dependía, y era seguro que él sería el presidente de la compañía ahora. Entonces, Kelsa supo con certeza, que una de sus primeras acciones al tomar cargo de su puesto, sería despedirla. Muy pronto, ella no tendría empleo.
Se bajó del autobús y en los cinco minutos del trayecto a la oficina, tuvo una silenciosa lucha entre lo mucho que disfrutaba de su trabajo, lo cual la impulsaría a tratar de quedarse ahí, y su orgullo, que insistía en no darle oportunidad a Hetherington de decirle: “¡Fuera!”