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Una hora más tarde marcó el número del trabajo de su hermana. La telefonista le pidió que esperase un momento pero enseguida oyó la voz de su hermana mayor.

– Sí, ¿dígame?

– ¡Hola! Soy Peter. ¿Molesto?

Primero hubo un silencio pero después le pareció que ella estaba contenta.

– ¡Hola! ¿Dónde has estado? Te he llamado más de mil veces estos últimos meses. En Navidad estuve a punto de notificar tu desaparición a la policía. Te he llamado como una loca a casa y a la oficina.

– Últimamente he tenido mucho que hacer -dijo y para despistar preguntó cómo estaba el resto de la familia.

Después de algunos minutos de conversación de cortesía Peter decidió ir al grano.

– Me pregunto si puedes ayudarme en una cosa. Un amigo mío me ha pedido ayuda y tú eres la única persona que conozco que pueda responder a mis preguntas. ¿Si tienes el dedo de un pie o algo por el estilo se puede averiguar en un laboratorio a quién pertenece?

Permanecieron unos segundos en silencio.

– ¡El dedo de un pie o algo por el estilo! ¿A qué diablos te dedicas? -replicó su hermana irritada.

– No es un asunto mío. Son cosas de un amigo -respondió sinceramente.

– Sí, claro -resopló su hermana desconfiada. Comprendió que en ese momento desaparecía lo poco que quedaba de su confianza en él.

– ¿Me puedes ayudar? Quiero decir, ¿le puedes ayudar?

– ¿Es simplemente una hipótesis o quizá tienes un dedo o algo por el estilo que me puedas enviar aquí al laboratorio? Podría determinar con toda seguridad el grupo sanguíneo y hacer un perfil del ADN y quizá también el sexo, pero luego hay que tener acceso al banco de datos para ver si la persona en cuestión está registrada. Puedes ir a la policía y mirar en «objetos perdidos».

Él sonrió. Siempre tan expeditiva en sus respuestas. Sabía que le ayudaría. Era demasiado curiosa para negarse.

– Puedes tener el paquete mañana. Te lo mandaré certificado.

Eva suspiró.

– Peter, hagas lo que hagas, ten mucho cuidado. Nunca he sabido realmente a qué te dedicas. ¡Y haz el favor de no rellenar en el impreso la casilla de «contenido del paquete»!

9

Después de almorzar Peter entró en la oficina de Lundberg. Subió por la escalera. La próxima vez quizá utilizase el ascensor.

La chica del mostrador hablaba por teléfono pero al verlo le rogó a la persona al otro lado de la línea que esperara unos segundos.

– Le pido disculpas por mi comportamiento de ayer, pero no sabía… creía…

Él levantó la mano conciliadoramente.

– No pasa nada. ¿Está aquí? -preguntó.

– Sí, claro. Pase. Le está esperando. Por cierto, me llamo Lotta.

Regresó a su conversación telefónica y él se dirigió hacia la puerta de Lundberg y llamó.

– Pase sin llamar -dijo Lotta con la mano sobre el micrófono del auricular.

Dudó unos segundos y luego bajó el picaporte y abrió.

Lundberg también hablaba por teléfono pero Peter oyó que intentaba acabar la conversación. Entró y cerró la puerta. Las cortinas blancas de las paredes de cristal estaban corridas. Lundberg colgó el teléfono.

– No es una buena idea llamar a la puerta y esperar respuesta. Esta habitación está tan insonorizada que uno podría hacer estallar una bomba aquí dentro sin que se oyera nada en el vestíbulo. Sabe Dios cómo se las arreglaron para hacerlo. Bonito corte de pelo, por cierto.

Peter se pasó con embarazo la mano por el pelo recién cortado y miró la lámpara del techo.

– Gracias por lo de ayer -continuó Lundberg-. Me hace sentirme mejor no estar solo en esta locura.

Peter sintió que acababa de recibir un cumplido que no se otorgaba a cualquiera. Olof Lundberg le necesitaba. Se preguntó si eso le parecía más extraño a él o al propio Lundberg.

– ¿Ha llegado algo en el correo de hoy? -preguntó Peter.

– No, por suerte. Ni una uña -respondió Olof y sonrió.

Sin duda hoy parecía más tranquilo, pensó Peter, y continuó:

– He enviado el dedo a un laboratorio de Goteborg por correo certificado. Ya veremos qué sacamos de eso. Tengo unas cuantas preguntas.

Sacó del bolsillo la página arrancada del periódico.

Lundberg parecía impresionado.

– Un laboratorio en Goteborg. Tengo que reconocerlo: aquí se trabaja en serio.

Peter no pudo determinar si el tono era irónico. Pensó que no lo había sido. Se sentó en la silla junto a la puerta.

– Ayer cuando hablaba de sus… relaciones amorosas se me ocurrió que quizá pudiera ser alguna de ellas.

– Entonces tendremos que repasar una larga lista. No puedo recordarlas a todas.

Peter, que podía contar sus relaciones amorosas con los dedos de una mano, bajó la vista. Era extraño lo diferente que Lundberg se volvía aquí en la oficina. ¿O era en casa donde era diferente?

Prosiguió:

– ¿Pero no recuerda a ninguna que pareciera rara o que se sintiera burlada?

– Nadie que pueda recordar así a bote pronto. Burlada. Hacía mucho que no escuchaba esa palabra. ¿Es dialectal?

Peter se encogió de hombros. Pensó que Lundberg no sabía nada de él mientras que él había echado un vistazo hasta en los calzoncillos de Lundberg.

– ¿Quién es esa Kerstin que aparece en la esquela de su mujer?

Intentó seguir por el buen camino. No tenía ganas de responder a las preguntas que Lundberg pudiera hacerle. Funcionó. Lundberg cruzó las manos detrás de la nuca y se recostó en la silla.

– La hermana mayor de Ingrid. Bueno, en realidad no eran hermanas de verdad sino que llegó a la familia como niña de la guerra de Finlandia [1] unos años antes de que Ingrid naciera. Al finalizar la guerra supieron que su padre había muerto y su madre nunca se puso en contacto con ellos, de modo que Kerstin se quedó en la familia. Me dio la sensación que la trataban como si fuera su propia hija. Por cierto, no tiene por qué sospechar de ella. Es tortillera y fue una de las primeras que oficializó su relación cuando se permitieron las bodas entre homosexuales. Siempre nos hemos llevado bien, es una mujer agradable. A ella la puede borrar de la lista de sospechosas.

Con este dato la lista de Peter estaba acabada. Un desconocido número de amantes medio olvidadas y una cuñada homosexual no le habían dado ninguna nueva pista, y no tenía nuevas hipótesis. No sentía deseo alguno de decirle eso a Lundberg, así que se levantó para parecer ocupado.

Llamaron a la puerta en el mismo momento en que esta se abría. Un enorme ramo de rosas rojas entró en la habitación.

– Las han enviado por mensajero de la floristería Löwstedts. No sabían quién las había encargado -dijo Lotta desde algún lugar detrás del ramo.

– Déjelas en el suelo -dijo Lundberg y se puso de pie. Había un sobre y Lundberg lo abrió y lo leyó. Le dio la tarjeta a Peter.

Era el mismo estilo pomposo.

«Pronto ya no tendrás que esperar más. En el amor y la guerra todo está permitido.»

La floristería Löwstedts estaba a solo un par de manzanas de allí. Peter caminó tan rápido como pudo. Había comenzado el deshielo y la nieve derretida hizo que se le humedeciesen los pies.

Había dos clientes antes que él junto a la caja. Esperó pacientemente. Otro dependiente apareció y Peter se saltó la cola por primera vez en su vida. El cliente número dos echó una mirada crítica pero hizo lo que él mismo solía hacer cuando alguien se colaba: mandó una maldición con la vista pero no se atrevió a decir nada.

– Acaban de enviar un inmenso ramo de rosas rojas a Olof Lundberg en Karlavägen. Me pregunto si puede decirme quién las encargó -dijo.

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[1] Se refiere a la guerra fino-soviética de 1939-1940. (N. del E.).