Tardó un rato en calcular.
– … dos mil veinte, así que ten paciencia.
Peter resopló.
– ¿Pero no se puede por lo menos ver de dónde provienen las pruebas?
– Sí se puede -contestó su hermana-. Esa lista ni siquiera es secreta, de modo que te la puedo enviar junto con el dedo. Me gustaría quitármelo de encima. Pero hay una cosa más. Encontré una bacteria en la sangre que se llama Treponema pallidum, de modo que hice una prueba más. Por la cantidad de bacterias que tiene en la sangre la persona en cuestión padece sífilis en estado muy avanzado.
– ¿Qué quiere decir eso? -preguntó Peter.
Las enfermedades venéreas no eran su fuerte.
– Significa que la paciente ha entrado en el tercer estadio de la enfermedad, lo cual es bastante raro en Suecia. Un tratamiento con antibióticos es suficiente para vencer la enfermedad, pero está claro que esa persona no lo ha realizado. El segundo estadio de la enfermedad puede durar hasta tres años, pero luego tiene lugar un período latente que puede prolongarse hasta veinte años. En el tercer estadio de la sífilis, la enfermedad puede atacar a cualquier órgano del cuerpo. A la larga es mortal. Puede atacar a la válvula de la aorta y causar complicaciones en el corazón, puede dañar la médula espinal y provocar parálisis y lesiones cerebrales. Algunos, por ejemplo, desarrollan esquizofrenia. También pueden ocurrir otras lesiones neurológicas. Es muy importante que esa persona sea tratada tan pronto como sea posible.
Estaba impresionado. Los conocimientos de su hermana eran enormes, y nunca antes la había oído hablar profesionalmente.
– No te puedo decir mucho más.
– Muchísimas gracias -dijo Peter-. Has hecho un trabajo maravilloso, de verdad. Estoy seguro de que mi amigo también estará contento de tu labor.
Le vino a la cabeza una última pregunta.
– ¿Qué pasa si en este estadio de la enfermedad se está embarazada?
– No es posible. En el tercer estadio se es estéril, seguro.
Ella enmudeció. Luego preguntó.
– ¿Es importante?
Durante un segundo pensó que su voz sonaba esperanzada. Hacía solo un par de años que ella había dejado de iniciar cada conversación preguntando si había conocido a alguna chica.
– No, en absoluto -se apresuró a decir-. Solo había pensado que si estaba embarazada quizá se la podría buscar a través del Centro de Asistencia Infantil.
– Querrás decir el Centro de Asistencia Maternal. No, no puede estar embarazada. Peter, ¿no quieres contarme lo que pasa?
Pensó durante un momento pero no pudo encontrar ninguna razón de por qué sería perjudicial ponerla al corriente. Evitó hablar de sus ataques de ansiedad, de la inminente bancarrota y de la remuneración que Lundberg le pagaría si le ayudaba. También dejó fuera los pormenores del matrimonio de Lundberg, ya que pensó que no tenían nada que ver con el asunto.
– Dios mío, Peter, pero ¿por qué simplemente no pasas de todo? ¿Y si te empieza a perseguir a ti también? Por cierto, ¿tienes tiempo para dedicarte a esto?
– Sí -contestó-. Lundberg es uno de mis mejores clientes, de modo que es como si trabajara para la empresa. Como consultor de seguridad.
Ella resopló.
– ¡Hagas lo que hagas, ten mucho cuidado!
Se levantó de la cama y entró en la cocina. Se untó dos rebanadas de pan con mantequilla y caviar, que era lo único que quedaba en la nevera. El pan estaba seco y se lo tomó con dos vasos de leche. El estómago vacío se convulsionó cuando le llegó el primer trago de leche fría.
Después de colgar había sentido que durante los minutos que había durado la conversación se había acercado a su hermana más que nunca. Por primera vez en su vida habían tenido algo de que hablar. Sus conversaciones habituales, que comprensiblemente no ocurrían con mucha frecuencia, eran generalmente impersonales y sin contenido. A veces Eva le contaba algo especial que les sucedía a los niños y Peter estaba agradecido de que fuera ella quien hablara, ya que él nunca tenía nada que contar.
Sus intereses habían tomado caminos separados hacía tiempo. Eva siempre había sido extrovertida y deportista; durante su juventud había sido una de las principales figuras de la Asociación de Gimnasia de Huskvarna. Los novios hacían cola en la escalera de casa y Peter pronto dejó de gastar energías en aprender sus nombres. Recordó todas las reprimendas de su madre a Eva, pero recordaba aún más claramente cómo brillaban sus ojos de orgullo cuando había un chico nuevo en la puerta y preguntaba por su hija.
El era completamente diferente. Siempre estaba mejor solo. Cuando era niño solía imaginar que él era su padre, y ahora, años después, le resultaba difícil decir si esa fue la razón de que casi siempre prefiriera jugar solo. No tuvo ningún amigo íntimo en la escuela pero tampoco le rechazaban; simplemente era como cualquier otro de la clase. No hacía mucho ruido y que prefiriera jugar solo se convirtió con los años en algo tan lógico para él como para su entorno. Solía dar largos paseos con su padre; él era el único que podía compartir sus secretos y escuchar sus pensamientos. De esa manera creó una relación exclusiva con él.
Se había creado su propia imagen de él con la ayuda de los pocos recuerdos que conservaba. Su madre vivía en un mundo aparte con sus memorias y sus secretos. Los guardaba en su corazón como piedras preciosas lejos del alcance de todos. Quizá creía que si compartía los recuerdos los alejaría un poco más. Había ocultado a su amado en lo más profundo de su pecho y no pensaba compartirlo con nadie. Ni siquiera con sus propios hijos.
Al principio, después de la muerte de su padre, Peter se había arreglado con sus propios recuerdos, pero a medida que se iba haciendo mayor se volvían más borrosos. Un deseo nunca realizado fue que su madre compartiera sus tesoros.
Después de algunos intentos fallidos, nunca más se atrevió a pedírselo. Ella dejaba ver con todo su cuerpo que ese era un terreno privado al que nadie tenía acceso. Era su vida y su futuro lo que había sido destruido; después de eso no tenía otras obligaciones que cumplir.
Por esa razón para Peter su padre se convirtió más en una leyenda que en una persona; cada una de las cualidades que había creído que tenía su padre, las había inventado en realidad él mismo.
Sin embargo, creía saber que había algo en lo más recóndito de su ser. Algo propio. Ese recuerdo se encontraba en los más profundos pliegues de su cerebro, o quizá fuera más un sentimiento que un recuerdo, el sentimiento de un amor auténtico, cálido, que había visto en el rostro de su padre cuando corría a encontrarse con él en la puerta de la calle y un aroma de seguridad a humo y proximidad cuando lo levantaba en brazos.
Una sensación que nunca más había vuelto a sentir en toda su vida y que él había deseado ardientemente que su madre hubiera confirmado.
Si tan solo una vez le hubiera permitido entrar… Si le hubiera permitido acercársele una sola vez y le hubiera dicho: «Sí. ¡Fue exactamente así! No lo has soñado. Fue exactamente así. La luz. Los sabores. Los sonidos. No te lo has imaginado. ¡También yo lo sentí así!».
Ahora ni siquiera sabía si eso era cierto. Quizá fueran sueños que había soñado alguna vez y que luego había almacenado en el lugar equivocado.
Cuando los otros chicos de la clase comenzaron a jugar al fútbol y al hockey en la calle, Peter se inscribió en el club Acuario y aprendió el nombre en latín de todos los peces de acuario. Dio la lata hasta conseguir su propio acuario, que cuidó ejemplarmente; encargaba extraños peces que a veces sorprendían incluso a su hermana mayor. Al regresar a casa desde el club Acuario, cuando el entrenamiento de fútbol había concluido y todos los niños se habían ido a casa con sus padres, siempre se detenía y jugaba un rato.