Nadie durante aquella semana le contó lo que había ocurrido; se devanaron los sesos para intentar encontrar juegos divertidos y excursiones para distraerle y alejarle de las preguntas.
Pero por las noches, cuando creían que estaba durmiendo, permanecía tumbado despierto y escuchaba a través de la pared la conversación en voz baja de los adultos. Comprendió que algo horrible había sucedido, pero al parecer solo tenía que ver con los mayores. Decidió ser más obediente que de costumbre ahora que todos estaban tristes. Pronto podría regresar de nuevo a casa.
Cuando la semana acabó su tío Stig los condujo a Eva y a él hasta Faktorigatan, en Huskvarna, y durante todo el trayecto intentó que los niños cantaran distintas canciones y participaran en amenos juegos de letras. Más tarde Peter comprendió el miedo que debía de tener su tío a que alguno de ellos hiciera preguntas. Eva permaneció sentada en silencio pero Peter cantó tan bien como pudo.
Estaba contento y alegre cuando corría hacia el piso.
Su madre estaba sentada en el sofá. Recordaba perfectamente lo mucho que se sorprendió al ver su cara hinchada y los ojos enrojecidos. Le pareció que estaba horrorosa y no deseó sentarse a su lado.
Entonces le preguntó dónde estaba su padre.
La reacción de su madre le asustó tanto que ese recuerdo quedó grabado en su memoria para siempre. Ella comenzó a respirar con dificultad, a llorar como una niña y a gritar.
– ¡Está muerto! ¡Está muerto! ¿No lo entiendes? ¡Nunca más volverá a casa! Nunca más podré verlo. Ya no tenéis padre.
Peter salió corriendo a su habitación y consiguió cerrar la puerta tras de sí. Los demás ya tenían suficiente trabajo con intentar calmar a su madre.
Durante varios meses su madre siguió poniendo la mesa para cuatro personas, y lavaba y planchaba, cuidadosamente, la ropa de su marido. Una y otra vez. Cuando Peter se hizo adulto comprendió lo muchísimo que ella debió de sufrir y se preguntó si, realmente, llegó a recuperarse.
Recordaba su infancia como si siempre hubiera sido mejor mantenerse tan apartado de ella como fuera posible, como si la fuerza de su madre nunca alcanzara cuando era más necesaria. Más tarde aprendió que lo mejor era no contar con ella para nada pues nunca se sabía con antelación cuándo se cansaría.
Sus ganas de vivir se habían quemado y apagado al mismo tiempo que el amor de su vida; cuando veintiséis años después ella murió nadie pudo determinar las causas de su muerte.
A medida que pasaba el tiempo ella comprendió que Eva y él nunca podrían llenar el vacío que su padre había dejado, sin embargo lo intentó hasta el día de su muerte.
13
Se despertó porque sonaba el teléfono; al principio no pudo recordar dónde se encontraba. Las cortinas blancas dejaban pasar tanta luz que la habitación estaba completamente iluminada; no obstante, tardó algunos segundos en situarse. Se levantó y asomó la cabeza por la puerta para llamar a Lundberg, pero dudó sobre el nombre que debía utilizar. Finalmente fue un simple:
– ¡Hola!
Ninguna respuesta.
Se acercó al escritorio y descolgó el auricular. Antes de que pudiera decir nada oyó la voz de Lundberg:
– ¡Soy yo! Venga inmediatamente a la oficina. Esta noche han entrado a robar. Se lo contaré cuando llegue.
Antes de colgar Lundberg le explicó cómo conectar y desconectar la alarma.
Se vistió tan rápidamente como pudo, buscó apresuradamente el cepillo de dientes y se los lavó. Pidió un taxi y entró en la cocina. Había una nota de Lundberg sobre la mesa en la que le informaba de que había ido a la oficina y le invitaba a arrasar la nevera.
No tenía hambre. Sintió instintivamente la necesidad de salir de la casa.
Cuando entró la oficina estaba vacía. El reloj digital del vestíbulo marcaba las 8.13.12. La puerta del despacho de Lundberg estaba abierta y él estaba sentado en uno de los sillones de las visitas enfrente de su escritorio.
Peter miró a su alrededor. No había ninguna duda de que la habitación había recibido una visita inesperada. Las cortinas blancas frente a la pared de cristal estaban arrancadas y colgaban del techo como trapos. El suelo estaba lleno de papeles y de cosas sacadas de los cajones. Un traje rojo estaba extendido sobre la silla del escritorio; las mangas del traje estaban atadas con una cuerda a los reposabrazos.
Lundberg señaló la mesa. Peter se acercó y vio unas letras grabadas sobre la superficie de la mesa. Dio la vuelta a la mesa para ver lo que decía:
EL OJO – LA LENGUA DEL AMOR
Lundberg agitó la cabeza y cogió un papel del suelo. Lo estiró con la mano sobre la rodilla.
– Esto me está volviendo loco.
Parecía totalmente sincero.
En ese mismo instante sonó el teléfono. Lundberg miró a su alrededor y lo encontró en el alféizar de la ventana. Apretó la tecla de manos libres y contestó:
– Agencia de publicidad Lundberg. Lundberg al habla.
– Hola, me llamo Bodil Andersson, y soy la inspectora de policía del distrito de Norrmalm.
Un sonoro sueco-finlandés llenó la habitación.
– Hemos recibido del distrito de Nacka una denuncia por allanamiento de morada y amenazas y desearía hacerle algunas preguntas. Por lo que sé, está siendo acosado por un desconocido y me han dado el caso pues tengo experiencia en asuntos similares.
Lundberg cogió el auricular.
– Estaba a punto de hacer otra denuncia -dijo con su autoritaria voz de oficina-. Estoy en mi despacho; esta noche ha sido saqueado. ¡Le agradecería que viniera tan pronto como le fuera
posible para acabar con esto de una vez! Hasta ahora la policía no se ha matado precisamente trabajando.
Peter no podía oír lo que ella respondía pero supuso que pedía disculpas. Nunca le habían gustado los sueco-finlandeses. Después de haber escuchado de pequeño a los Mumintroll en el tocadiscos y contagiarse de su lenta melancolía se había convertido en un acto reflejo reaccionar con desgana cada vez que oía ese dialecto.
Lundberg finalizó la conversación con la dirección de la oficina y colgó el auricular.
– Llegarán dentro de media hora. Al parecer son especialistas en este tipo de asuntos.
Peter no sabía si estaba agradecido o preocupado por la información.
¿Qué sucedería con su acuerdo?
Como un globo que se deshincha, toda la confianza en sí mismo que había acumulado durante estos últimos días desapareció.
– ¿Quiere que me quede? -preguntó.
Lundberg pareció más bien sorprendido.
– Por supuesto -contestó-. Sigue siendo el único que la ha visto. Además, esta noche he dormido mucho mejor. Joder, uno sigue siendo un crío!
Peter se sintió algo más tranquilo.
Solo pasaron veinte minutos antes de que la inspectora Bodil Andersson entrara por la puerta. A esa hora Lotta ya había llegado pero Lundberg no le había mostrado su despacho devastado.
Andersson los miró a ambos y, después de unos segundos de duda, decidió quién de ellos era Olof Lundberg. Se acercó a él y le dio la mano.
– Bodil Andersson. Mi colega se retrasa un poco pero no tardará en llegar.
Miró a su alrededor y prosiguió:
– Esto no tiene muy buena pinta.
– Este es Peter Brolin -dijo Lundberg-. Me está ayudando a encontrar a la mujer para poner fin a todo esto. Él es el único que ha hablado con ella.
Hablar y hablar, pensó Peter.
Ella se le acercó y le tendió la mano para saludarlo. Él se pasó discretamente la mano derecha sobre la pernera. Ella cogió su mano y saludó pero luego no la soltó.
– Yo le conozco. ¿No nos han presentado?
Peter se sintió incómodo y aún más incómodo al notar que lo estaba. Deseó retirar la mano instintivamente pero se contuvo.