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– No lo sé. Quizá -contestó él.

Ella lo escudriñó un rato más y luego soltó la mano.

– ¿Trabaja siempre como detective privado o es una afición temporal?

Sonaba sarcástica.

Él deseaba sobre todo desaparecer, que la tierra se lo tragara. No pudo pronunciar ni una sola palabra.

Lundberg lo rescató.

– Oiga -dijo con su voz de oficina más autoritaria-. No puede aparecer por aquí y comportarse con esa arrogancia, como si todo el cuerpo de policía se hubiera dejado el culo trabajando para ayudarme. ¡Debería estar agradecida de que Peter haya echado una mano y haya hecho su trabajo! Hace seis meses que les llamé por primera vez y desde entonces he puesto dos denuncias más. ¿Y qué ha pasado mientras tanto? ¡Ni una puta mierda! ¡Si la gente se corta los dedos de los pies quizá solo sea de su incumbencia, pero cuando los envuelven en asquerosos pequeños paquetes y los envían junto con desagradables cartas de amor, entran en mi casa y saquean mi oficina, entonces me parece que uno puede esperar que la policía reaccione!

Estaba rojo de ira.

Ella lo estudió en silencio.

No era una mujer fácil de asustar.

– Ahora estoy aquí, ¿no? -dijo tranquilamente con su parsimonioso acento.

Hizo un movimiento envolvente con la mano.

– ¿Cuándo descubrieron esto?

Lundberg aún estaba irritado pero intentó calmarse. Posiblemente intuyó que solo empeoraría las cosas siendo su enemigo.

– Llegué a la oficina a las ocho menos cuarto más o menos. Fui el primero. La mayoría tiene horario flexible y prefiere empezar más tarde. Lo único que he tocado ha sido el teléfono.

Respiró hondo para tranquilizarse aún más.

– También ha dejado una nota sobre la mesa.

Ella se acercó y la leyó.

– ¿Tiene alguna carta o algo por el estilo que pueda mirar?

– Al principio lo tiraba casi todo pero he guardado las dos últimas cartas. Las tiene Peter.

– ¿Y el dedo? Se mencionaba en la denuncia del distrito de Nacka. ¿Lo ha entregado como prueba?

– No, no lo he hecho.

Ella arqueó las cejas.

– ¿Y por qué no?

– Porque ningún cabrón me lo ha pedido, y ya que tengo pruebas de sobra de su increíble eficacia, Peter se ha ocupado de ello. Lo ha enviado a un laboratorio de Goteborg para ser analizado. Hoy recibiremos los resultados, ¿no es cierto, Peter?

Estaba claro que Lundberg ahora utilizaba todo el autocontrol de que era capaz para no mandarla a tomar por culo.

– Sí, claro -contestó Peter. Se acercó a la ventana. Deseaba marcharse de allí tan pronto como fuera posible.

– Estaría bien si pudiéramos ver las cartas y lo todo demás lo más pronto posible -dijo ella y miró a su alrededor-. Parece ser que esta mujer se está volviendo más y más audaz. ¿Nos podemos sentar en algún sitio tranquilo para que me puedan contar todos los detalles?

Lundberg los dirigió a una sala de reuniones y pidió a Lotta que llevara café. Los únicos muebles de la habitación eran una gran mesa oval con sillas alrededor. Sonó el móvil de Bodil Andersson; cuando terminó de hablar sobre algo que ellos pensaron era otra investigación en curso ella les explicó que tendrían que pasar sin su colega. Se encontraba al otro lado del puente levadizo de Liljeholm.

Peter y Lundberg intentaron contar la historia con tanto detalle como les fue posible. Ella escuchaba interesada y cuando acabaron miró de nuevo a Peter y preguntó:

– ¿No trabajará para una empresa que se dedica a rejas para ventanas y cosas por el estilo?

Lundberg también lo miró. Primero ligeramente sorprendido pero luego con interés. Al parecer se dio cuenta entonces de que no conocía la auténtica ocupación de Peter.

– Sí -contestó Peter.

– Entonces ya sé dónde nos hemos visto. Usted hizo un trabajo hace medio año en la empresa de mi hermano en Upplands Väsby. Yo estuve allí y le ayudé con la alarma.

Era cierto, había hecho un trabajo en Upplands Väsby pero eso fue hace, más o menos, doscientos años.

– Sí, es cierto -respondió él.

Deseó que no le preguntaran más sobre su negocio.

– ¿Cuándo podré tener las cosas? -preguntó ella.

– Si el correo funciona como es debido, recibiré el dedo hoy; las cartas están en casa.

– ¿Nos podemos ver esta tarde? Me gustaría tener todo eso lo más rápidamente posible.

– Claro -dijo él.

– ¿Puede llevarlo esta tarde a las dos y media a la comisaría de Agnegatan 33?

Peter dudó. Resultó patente para todos los de la habitación que Peter no deseaba ir a la comisaría. Él mismo no sabía por qué.

Quizá el banco había dictado una orden de busca y captura. ¿Qué sabía él de los procedimientos que utilizaban?

– De acuerdo -dijo Bodil Andersson-. Nos podemos ver en Nybroplan. Junto a Tornbergsuret. A las dos y media.

Todos en la habitación fueron conscientes de que con eso había hecho una concesión, como una especie de disculpa por su comportamiento de hacía un rato. Lundberg parecía satisfecho. Peter, sobre todo, se sentía confuso.

– Bueno, ahora les dejo todo esto y espero que ocurra algo tan pronto como sea posible -dijo Lundberg.

– Haremos lo que podamos -prometió ella-. Les daré mis números de teléfono. Este es el número directo de mi oficina en la comisaría pero es más fácil localizarme en el móvil. Desearía llevarme el traje y la cuerda, si es posible.

– Sí, claro -asintió Lundberg-. Preferiría no tener que ocuparme de esto. Estaría bien si por una vez pudiera trabajar con un poco de tranquilidad. Puede utilizar a Peter como contacto. Últimamente tenemos un trato muy íntimo.

Sonrió a Peter, que se sonrojó.

Lundberg, con su evidente masculinidad, podía gastar ese tipo de bromas.

Peter no podía.

14

Peter cogió el metro para ir a casa, a Åsögatan. En la alfombra del recibidor había otra carta del banco y un aviso de Correos según el cual un paquete grande le esperaba en la oficina de Folkungagatan.

Dejó a un lado la carta del banco.

Se sentía a disgusto en el piso y eso le molestaba. Su hogar había sido durante estos últimos tiempos su único refugio contra el mundo y no deseaba perder esa seguridad. Su casa había sido literalmente su fortaleza, y se enfadó al comprender que la diabla había conseguido privarle de ella; decidió que ella no se saldría con la suya.

Cogió una bolsa de plástico y guardó las cartas, los somníferos y algo más de ropa limpia. Deseaba abandonar el piso tan pronto como fuera posible.

Al salir se detuvo en la puerta y regresó para coger el bañador. Hacía días que no se duchaba y una sauna no le vendría mal.

Pasó por la oficina de Correos y recogió la carta de su hermana; a continuación fue a la piscina Forsgrénska. Primero nadó un rato pero se cansó y entró en la sauna.

Pensó en la inspectora Bodil Andersson. Aún tenía miedo de que su presencia influyera en el acuerdo entre Lundberg y él. Ahora, ante el peligro de perderlo, se daba cuenta de que su relación con Lundberg era enormemente importante para él. Ya no solo tenía que ver con el dinero.

Además, estaba nervioso por su reunión en Nybroplan. Lundberg no estaría, lo que significaba que se vería obligado a estar a solas con ella. Obligado a conversar; solo pensar en ello le producía palpitaciones.

El, en general, no era un buen conversador, y menos aún con las mujeres.

Nunca se le habían dado bien las chicas. Era como si hubiese nacido con un problema que hacía que todas las mujeres le hicieran perder el habla.

Después de la visita de Inger a la casa de su infancia en Faktorigatan, estuvo totalmente hechizado pensando en ella. Al final sus fantasías se hicieron más importantes que la propia Inger y dejó de mirarla en la escuela.

Cuando muchos años después se enteró de que se había prometido la noticia le dejó completamente indiferente. Por aquel entonces ella ya vivía en su corazón y sería su fiel compañera para siempre. Nadie les podía quitar su experiencia juntos o sus fantasías.